Yo tampoco sé

Yo tampoco sé quién es Rajoy, ni siquiera podría intuir sus intenciones a partir de sus actos. No sé siquiera qué hace a lo largo del día ni, aun sabiendo la rutina de su día a día, sabría explicar a ciencia cierta qué significa ni en qué beneficia a la sociedad. En los mentideros, se dice que no hace nada. Solo esperar. Esperar que el tiempo lo entierre todo: la corrupción, los recortes salvajes de derechos, la malversación de lo público, los amiguismos, la memoria de la que nacen flores silvestres en las cunetas, todo enterrado y bien enterrado en los cimientos de edificios singulares, fantasmas que empiezan a caerse por donde se empezaron antes de acabarlos, en aeropuertos sin aviones donde solo sobrevuelan gaviotas ávidas de nueva carroña, en ciudades de la justicia sin justicia, en trenes sin pasajeros. Frente al desastre, o quizá por él, Rajoy permanece inmutable, arropando a los suyos porque son él y él es ellos. Yo tampoco sé quien es, ni qué piensa Rajoy, ni siquiera si piensa algo.

Por eso no entiendo que la Audiencia Nacional, que debería centrar sus recursos en asuntos más importantes, como si no hubiera suficientes, como si la justicia no estuviera ya aturdida entre tanto papelajo, haya denegado la nacionalidad española a un ecuatoriano, disminuido psíquico, que no conocía quién era Rajoy, lo que denota, según recoge el fallo (nunca mejor dicho) de la Audiencia, “un insuficiente grado de integración y escasos vínculos”. Y añade la Audiencia, que ”de la conversación mantenida se desprende que no entiende, ya que contesta con monosílabos”. Seguramente, este ciudadano no habla más allá porque, al igual que Rajoy, tampoco tiene nada que decir y ya le parece bien lo que le rodea. Entonces, ¿alguien podría enviar a Mariano y a su séquito de futuros pensionistas vitalicios a otro país? Ellos no están integrados, no les gustamos. Ellos a nosotros tampoco. Porque contestar un “Ya tal”, por poner un ejemplo reciente, a la pregunta sobre el encarcelamiento del ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, se acerca mucho más a los monosílabos con que contestaba a la Audiencia el aspirante ecuatoriano a español. Yo, cada día que pasa, tengo menos palabras.