Revista En Femenino

Yo Tarzán, tú mamá...

Por Mamaenalemania
Es de sobra conocido el refrán de que los niños vienen con una buena dosis de culpabilidad bajo el brazo. Da igual lo que leas, te informes, hagas, pienses, a lo que renuncies o a lo que te afilies por y para ellos, te sentirás madre mediocre tirando a regulera muchas veces (al día).
Esta sensación no desaparece nunca, ni empequeñece de ninguna manera pero, según van pasando los polluelen, tenemos menos tiempo para recrearnos en los golpes de pecho.
Yo no sé cómo estarán (de locas, quiero decir) las madres de familias más numerosas. Lo que sí sé es que yo, en un último intento por no dejarme desquiciar del todo, me he vuelto preocupantemente pasota.
Es habitual la estampa en la que mis amigas (mayormente primíparas) revolotean alrededor de sus niños sacudiendo arenita, colocando el gorrito, abrochando el zapatito, bajando al angelito del acojotobogán o retirándolo del radio del columpio y haciéndome comentarios tipo “eeeeee… tu niño está a punto de caerse del banco” o “eeee… tu niño tiene media lombriz en la mano… y la otra media en la boca…eeeee” mientras yo me hago eco de la advertencia y valoro a ojo (un momentín nada más) el peligro potencial o real, la intensidad de la caída o la calidad de la lombriz y me giro con parsimonia y paz interior a raudales para continuar la conversación sobre… niños (casi siempre).
Tras el alucine inicial, la reacciones son dispares: desde fruncimientos de ceño recriminantes a cara pensando que todos los niños siguen vivos, así que tan desencaminada no puedo estar, pasando por intervenciones salvadoras tipo abuela-que-no-puede-ver-eso.
Yo mientras pienso que, si ellos mismos se sobreviven recíprocamente en casa, poco mal puede hacer una simple lombriz o un tobogancito de ná.
El hecho de que vivamos auf dem Land (campestre bucólico total) y se pasen el día correnteando al aire libre, añade temeridad y salvajismo a mis tormentitos que, a menudo, parecen recién salidos de una madriguera cualquiera.
Tanto aire libre y tanto pasotismo parental les han convertido en supervivientes que no se achantan ante menudencias de la civilización moderna ¿Que no hay baño a la vista? Pues al árbol más cercano…
Y sí, lo del árbol es muy útil y probablemente lo hagan muchos cosmopolitas no tan jóvenes cuando estén de copeo y no se puedan aguantar las ganas; pero de ahí a convertir la meada perril en una filosofía de vida hay un trecho.
Ayer mismo, aprovechando (cual alemanes normales) esos rayitos de sol y esa temperatura primaveral que no sabemos cuánto durará, nos fuimos a tomar algo a la terracita del mierdabar (fíjense que hasta suena naranjo-mecánico total… mierdabar) del mierdapueblo. Los padres charlaban, los niños correteaban, los jubilados tomaban cerveza, los obreros también, las marujen marujeaban y los pajarillos cantaban. Y de pronto un murmullo apocalíptico se apoderó del gentío y yo supe, enseguida, que alguno de los míos era el causante.
Y no me equivoqué, natürlichmente. Cuando seguí la mirada del público vi ese culo preescolar bien aireado, los pantalones bien bajados, el mini-pito bien agarrado y, sí, como objetivo del chorro uréico la maceta del Boj a la entrada al mierdabar.
Menos mal que debían de llevar todos un buen rato al sol y tragando Bier y les dio por reírse, que razones no les faltaron para declararnos non gratos defitivamente.

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