Revista Cine

Zaragoza noir: Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966)

Publicado el 10 junio 2015 por 39escalones

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Justo es reconocer que, para quien no sea de Zaragoza o viva en ella, Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966) ofrece pocos alicientes cinematográficos. Voluntarioso, más que efectivo, ejercicio hispánico en la onda del film noir francés de los 60 (más que del cine negro norteamericano clásico), lo más destacable de la cinta, junto con algunas presencias en el reparto y la idea básica de la trama que no termina de plasmarse adecuadamente, es el imaginativo aprovechamiento de las localizaciones exteriores de la ciudad, a la que se despoja de su realidad contemporánea para encarnar a otra ciudad anónima, paradigma de los espacios propios del film noir. Hasta tal punto es así que la Zaragoza de celuloide, de la que Duce elimina todo vestigio reconocible, aunque utilice como escenario alguno de sus entornos más populares dentro y fuera de la ciudad, esa ciudad sin nombre, está dotada de metro y de muelles y puerto marítimo.

Martin Baumer (Hans Meyer, limitadísimo actor dado a conocer, precisamente, en la Francia de la nouvelle vague), un antiguo boxeador que malvive en el circuito de tercera fila, recibe una llamada de su amigo Horacio Ridakis, que le pide que viaje a la ciudad para encontrarse con él, ya que necesita ayuda con urgencia, aunque no le cuenta por qué o para qué. De regreso de la estación, Horacio es asesinado en las escaleras del metro. Varios testigos aseguran que ha sido precisamente Martin quien ha clavado el cuchillo en la espalda de Horacio. Desde ese momento, Martin transita por una ciudad desconocida y hostil, huyendo de la policía al mismo tiempo que trata de esclarecer los motivos y la autoría de la muerte de su amigo, que parece estar relacionada con el tráfico ilegal de diamantes. En torno al misterio de la muerte de Horacio, pululan su viuda (Yelena Samarina), su secretaria (Dina Loy), su antiguo socio (Antonio Molino Rojo) y una pareja de policías (Marcelo Arroita Jáuregui y Adriano Domínguez). Tras su detención, Martin se fuga durante su traslado al juzgado, y la policía lanza la caza del culpable…

La película, producida por la extinta y mítica (al menos para el cine aragonés) Moncayo Films, desprende un aroma de amateurismo que la impregna a todos los niveles, desde el interpretativo (incluyendo la aparición de Perla Cristal en un pequeño aunque decisivo papel) al técnico, en especial el diseño y la ejecución de las secuencias de acción, sobre todo las peleas y puñetazos, realmente risibles (algo mejor la secuencia de la evasión en el baño que el clímax final en el chalet), así como las persecuciones en coche (o los intentos de asesinato por atropello) o las carreras a pie por la ciudad. Algo más afortunado es el empleo de la fotografía, acorde con el aire naturalista de todo el conjunto, que saca partido de las atmósferas cerradas y de las sombras amenazantes propias del género, aunque el desequilibrio entre fondo y forma y de los distintos aspectos del acabado técnico entre sí se prolongue durante los 92 minutos de metraje. La idea central del filme, el inocente injustamente acusado que debe pugnar por hallar al auténtico culpable mientras escapa continuamente de la policía, sin ser nueva, es una acertada premisa de arranque, aunque el desarrollo titubeante y un tanto lineal y predecible de la historia no va en consonancia, excepto, tal vez, en la secuencia nocturna en el puente. Mayor fortuna corre el campo de la banda sonora, en la que, dejando aparte el doblaje necesario para camuflar los acentos de los intervinientes, tanto de los extranjeros como de los “demasiado” locales, destaca la música compuesta por el aragonés Antón García Abril, que crea una partitura jazzística que trata de emparentar la película con los productos franceses o americanos de mismo género.

Capítulo aparte, como decíamos, constituye la utilización de Zaragoza como escenario, una ciudad que no se ha prodigado en la pantalla en proporción a la importancia que el cine ha tenido para ella, o incluso a la que ha tenido en algunos momentos de la historia del cine, español e internacional. En la película resultan más o menos reconocibles la sede de la Confederación Hidrográfica del Ebro, la plaza del Pilar, el Ayuntamiento, el puente de Hierro, la antigua Facultad de Letras, la iglesia del Carmen, el Centro Cívico Delicias, la avenida de Navarra, el paseo de la Independencia, la iglesia de San Antonio de Padua, el paseo de Cuéllar y el parque de Pignatelli, el antiguo paso subterráneo de la avenida de Madrid, la fábrica de Chocolates Orús, el Museo Provincial, el hotel El Cisne de la autovía de Madrid, la sala Oasis, el Pasaje Palafox o el Club Náutico, junto a las aguas del Ebro. Así, el tiempo ha hecho protagonista de la película a una Zaragoza que ha quedado en la memoria de los cinéfilos como una de esas historias que pudieron ser y no fueron, en este caso la protagonizada por Moncayo Films, pero en la que late, prácticamente desde la invención del cine (recuérdese a Eduardo Jimeno Correas, autor de la que tradicionalmente se ha venido señalando como primera película española, supuestamente de 1896, aunque ciertos investigadores retrasan en tres años esa fecha), el corazón del séptimo arte.


Zaragoza noir: Culpable para un delito (José Antonio Duce, 1966)

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