Sara (Saartije en afrikáans) Baartman nace en 1789 en Cape Est, Sudáfrica, en la tribu de los khoikhoi. Siendo adolescente emigra a Cape Flats, cerca de Ciudad del Cabo donde es esclava de unos granjeros. Pueden imaginar que la vida de la muchacha no debía ser idílica. En 1810 es vendida al británico William Dunlop, que se le lleva a Europa. Con apenas 20 años Saartjie sale de África rumbo a la civilización. A partir de ese momento su vida será aún peor.
Sara tenía esteatopigia, una condición que se da habitualmente en algunas tribus africanas por la que se acumulan grandes cantidades de grasa en ciertas partes del cuerpo, sobre todo en las nalgas. O sea, tenía un culo enorme, deforme para los patrones europeos. Así que a su llegada a Londres fue exhibida en ferias para deleite de los diminutos, o no tanto, culitos blancos. “La Venus Hotentote” (nombre peyorativo que los afrikáners daban a los khoikhoi) era presentada con ropa ajustada o directamente desnuda, sobre una plataforma en la que se le obligaba a “actuar”. Por un dinero extra podías tocarle el culo y así contarlo luego en el pub o el exclusivo club de bridge; y echar unas risas.
Cuando las protestas en Londres se hicieron muy sonadas, un domador de fieras la compró y se la llevó a París, donde siguieron explotándola durante más de un año. Luego el show decayó y fue obligada a prostituirse, cayó en el alcoholismo y murió. Tenía 25 años y hacía solo 5 que había llegado a Europa. Sara no pudo aguantar más civilización, pero la raza superior no tenía suficiente: su esqueleto, cerebro y genitales fueron expuestos en el Museo del Hombre de París. Allí permanece hasta que en 1994, que se dice pronto, Nelson Mandela pide a Francia la repatriación de sus restos, que serán enterrados en su tierra natal en 2002.
Sara no es un caso aislado, como Julia Pastrana y otros muchos freaks expuestos en ferias. Pocos años más tarde se van a poner de moda en Europa los zoos humanos, un episodio más de la infamia europea.
Generalmente se atribuye la invención de estos zoos humanos a Carl Hagenbeck, un director de circo alemán que tuvo la feliz ocurrencia de estrenar uno en el Tiepark de Hamburgo en 1874. El bueno de Carl se dedicaba al negocio de surtir de fieras a los zoos de Europa y decide ampliar su cartera de productos: los humanos podrían ser rentables. Empieza con lapones, recreando un poblado (tiendas, trineos, arpones) en lo que se llamó poblaciones “puramente naturales”. Tan naturales que los lapones murieron al contraer viruela, enfermedad ante la que no estaban preparados.
Pero Hagenbeck persiste en su misión, visión y valores, encargando el secuestro y traslado a Hamburgo de una población nubia. Su laboriosidad típicamente germana tiene premio: la exhibición triunfa en París, Londres, Berlín y otros lugares de Europa. Y partir de ahí él seguirá importando personas (indígenas del sur de Chile, por ejemplo) y otros le imitan. En Alemania aparecen más Völkerschau (“pueblos show”), que en otros países reciben nombres como “exposiciones etnológicas” o antropológicas, “exposiciones coloniales” o “Negro Village”. En París, con ese chic de lo francés, a su zoo humano un tal Saint-Hilaire lo llama “Jardín de Aclimatación”. Es inaugurado solemnemente el 6 de octubre de 1860 por Napoleón III y la emperatriz Eugenia.
Ota Benga en 1904
Madrid también tuvo su exposición, en el Retiro, con indígenas filipinos; y otras muestras etnográficas pasan por Londres, Varsovia, Milán, etc. Y saltan el océano, por supuesto. En el zoológico del Bronx, en 1906, se hace famoso “El Eslabón Perdido”, un pigmeo congoleño llamado Ota Benga, expuesto, como parte de la “Casa de los Monos”, a todo tipo de vejaciones, para delicias de grandes y pequeños. El letrero de su jaula reza: “Edad, 23 años; altura , 4 pies y 11 pulgadas; peso, 103 libras. Traído desde el río Kasai, Estado Libre del Congo, Suráfrica Central, por el Dr. Samuel P. Verner. Exhibido cada tarde durante septiembre”. La comunidad negra estadounidense pone el grito en el cielo y el edificante espectáculo es retirado. Primero se intenta repatriarlo a su tierra, sin éxito; más tarde, insertarlo en la sociedad americana. Y vaya si se integra, Ota acaba suicidándose de un tiro en el pecho.
Exhibición de poder
La mayoría de estas personas, arrancadas de su mundo y obligadas a ser atracción en una tierra extraña, esclavizadas, vejadas y humilladas, no sobrevivían muchos tiempo a la sociedad avanzada. La mayoría moría el primer año. Sus condiciones de vida eran pésimas. Unos no soportaban el clima hostil con el que se encontraban (le obligaban a vestir como si estuvieran en el trópico, por ejemplo) y otros acababan con graves trastornos psicológicos.
Por supuesto hubo críticas, pero el éxito de público es muy ruidoso y lo tapa todo. Los zoos humanos y demás exposiciones eran presentados como ciencia, una coartada moral que siempre tranquiliza conciencias. En realidad se trataba de puro racismo. Aquellos seres eran Untermenschen (dicho en diversos idiomas, no le demos todo el crédito a los alemanes) y, por tanto, no merecían un trato humano.
En realidad todo es un ejercicio de propaganda por la que la metrópoli se vanagloria de sus hazañas coloniales. Para las clases populares europeas es un mensaje del enorme poder de sus gobiernos a la vez que supone una experiencia catártica, al sentir su superioridad ante otros que se encontraban aún más abajo en la pirámide, encerrados en jaulas para su diversión.
Los “Negro Village” fueron muriendo poco a poco. Las críticas crecían aunque mucho me temo que el descenso de público se debió más a que la generalización de la fotografía y el nacimiento del cine fueron alejando al público. Ya no hacía falta ir personalmente a contemplar a esos exóticos seres. Luego, dos guerras atroces en Europa, rebajaron (solo) un poco la presunta superioridad moral e intelectual de Occidente. Aún así, en la Exposición Universal de Bruselas de 1958 todavía se pudo contemplar uno de estos pueblos congoleños.
Hoy en día los zoos humanos son borroso recuerdo de un pasado no tan lejano. Uno de esos esqueletos familiares de los que es mejor no hablar demasiado. Historias viejas en las que no hay que perder mucho tiempo, tan ocupados que estamos dando lecciones de democracia y derechos humanos al resto del mundo.
Si quieres saber más, otros documentales interesantes aquí (inglés) y aquí (francés subtitulado).