Hoy me he levantado sintiéndome un poco zorra. Un poco bastante. Ayer también.
Se lo debo al juez Del Olmo, que nos ha humillado a todas con una sentencia que debería avergonzar al poder judicial por completo. Pero lejos de hacerlo, van sus colegas de Jueces para la Democracia y, en comandita, haciendo buena esa práctica tan discutible del corporativismo porque sí, le defienden. Dicen que el revuelo mediático no se debe a la necesaria denuncia de una sentencia injusta y denigrante, sino a "una campaña de desprestigio contra el Juez del Olmo".
A estas alturas todos ustedes sabrán que, según Del Olmo, el hecho de que un hombre llame "zorra" a su mujer después de decirle a su hijo que cualquier día habría de llorarla en una caja de pino no es un insulto. Qué va. Es un halago. O sea, según la quinta acepción de la palabrita en el Diccionario RAE, 'coloq. Persona astuta y solapada'. La cuarta, 'prostituta', se la saltó. No le interesaba.
Me pregunto qué sentiría Del Olmo si su padre hubiera llamado "zorra" a su madre. O mejor aún, cómo reaccionaría si su yerno utilizase tal calificativo para su hija (en caso de que la tenga). ¿Le alabaría el piropo? ¿O más bien lo denunciaría por insultos graves y violencia de género?
No, quizá no lo denunciaría. Del Olmo sabe bien que en la justicia española sigue habiendo dinosaurios como él que, con sentencias como esta, consiguen echar por tierra lo que tanto trabajo está costando lograr: que las mujeres que sienten en sus carnes (o en sus mentes) la violencia de género la denuncien y traten de buscar una salida al infierno del maltrato.
Nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos hablan de otra mujer (más) muerta a manos de su pareja o expareja. Nuestras alarmas saltan cuando intuimos un moratón en un ojo, apenas disimulado con un pegote de maquillaje que, caprichoso, se resiste a tapar la infamia. Pero no nos damos cuenta de que antes del ataúd, mucho antes del primer golpe, la víctima de violencia de género tiene el alma acuchillada.
Primero es un reproche al largo de la falda. Después, una pregunta de más ante una explicación de menos. Más tarde, la estrategia de apartarla de los suyos. Y luego llegan los insultos: con qué facilidad se pasa del "estás imbécil" a "no eres más que una zorra". Y lo peor es que muchas veces terminas creyéndotelo todo. Que llevas la falda muy corta. Que tenías que haber llegado antes. Que no deberías pasar tanto tiempo con tus amigas. Que estás imbécil. Que eres una zorra.
Pero si fueras zorra, zorra y astuta de verdad, no estarías a su lado. Y eso nadie se atreve a decírtelo. Les resulta más fácil llorarte.
Si sufres violencia de género o conoces a alguien que pueda estar sufriéndola, llama al 016, número gratuito del Gobierno que no queda reflejado en la factura telefónica.