Era septiembre, ya casi no quedaba nadie en Los Molinos y nosotras seguíamos allí porque nuestra nueva casa todavía no estaba lista. Estaban terminando de poner la cocina. Las tardes de septiembre son silenciosas en Los Molinos y ya no hace calor. Decidí llevaros a dar un paseo a La Rosaleda, a ver a mis tíos.
Nos sentamos en la pérgola a charlar y te regalaron una cajita con un mono de color verde por delante y con rayas de colores por detrás y un peluche bastante feo que parecía un gato. Pasaron unos meses antes de que pudiéramos ponerte el mono porque eras canijísima pero por alguna extraña razón que no consigo recordar el feo peluche de pseudo minino acabó metido en tu cuna desde el principio.
En algún momento el peluche indefinido pasó a llamarse Pufa. Un nombre horroroso pero muy personal. No le llamaste Gatito, ni Precioso, ni Luna, ni Max ni nada que sonara conocido. Pufa.
Dormías con Pufa, abrazada a él al empezar la noche y sin soltarlo a pesar de las mil vueltas que das siempre. Podías perder el chupete pero a Pufa jamás. Amanecías con Pufa apretado contra ti, oliendo a tu sudor de bebé. Durante el día no le prestabas atención pero al llegar la noche ¿Dónde eztá Pufa?
Un día, al volver de pasar el verano en Los Molinos, Pufa se nos cayó por la calle. No nos dimos cuenta hasta llegar a casa ¿Dónde ezta Pufa? Sabíamos que lo habíamos cogido, todos recordábamos que venía en el coche... así que volvímos sobre nuestros pasos. En medio de la calle, tirado en un paso de cebra estaba Pufa destripado por unos cuantos atropellos. Magullado y bastante sucio pero intacto. Te sentaste a mirar la lavadora mientras el pobre dabas vueltas envuelto en espuma y burbujas.
La vida de Pufa no ha sido fácil, atropellos, vomitonas y hasta un ataque perruno una tarde que lo sacaste al jardín por alguna extraña razón y los perros lo encontraron fascinante. Perdió una oreja y tuvo una herida bastante terrible en una pata. Se recuperó con orgullo y ahora luce una oreja de tela multicolor y un parche precioso muy bien cosido (no por mí).
Tras estos accidentes decidiste que Pufa era un gato de interior y no ha vuelto a salir de casa. Te despides de él al irte de vacaciones y os reencontráis cuando vuelves. ¿Dónde está Pufa?
En 2010 viajé a Berlín y os compré un par de peluches, uno negro y otro color café con leche, suaves y blanditos. "Parecen gatos atropellados" dijo Juan y tenía razón, estaban agradablemente desmadejados, como si no tuvieran huesos ni articulaciones, que obviamente no tienen porque son peluches pero dan esa sensación de estar "desperdigados". Elegiste el café con leche y le llamaste Mimoso.
Pufa y Mimoso se han hecho inseparables. Cada noche te acompañan en tu cama. Al llegar la hora de acostarte, rebuscas en la cesta de los muñecos y los metes en tu cama contigo. Duermes cada noche abrazada a ellos y ellos amanecen cada mañana aplastados o incrustados contra la pared dónde los abandonas hasta que por la noche vuelven a ser imprescindibles.
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Hoy cumples 11 años. Te has convertido en todo un personaje. Tienes una mente ingeniosa, rápida y desconcertante.
—Mamá, lo de tu libro...
—Dime.
—Estoy pensando que deberías pagarnos derechos de autor.
—¿Qué dices?
—A ver, salimos nosotras, son nuestras palabras, nuestros pensamientos y ¡nuestros dibujos!
—Ajá.
—¿Ajá? ¿eso quiere decir que estás de acuerdo?
—Claro, vuestros derechos de autor están en la ropa que llevas, la comida que comes y los viajes que hacemos.
Me miras frunciendo el ceño, achinando los ojos y maquinando el siguiente movimiento.
Por el horizonte veo venir tu adolescencia agitando la melena al viento y de la mano de un pavo de tamaño descomunal. Sé lo que nos espera pero, mientras tanto, respiro hondo, te miro y pienso en que quiero que sigas durmiendo con tus gatos por lo menos otros 11 años más.
Feliz cumpleaños bruja.