Tanto espacio mediático dedicado a los diez años del atentado a las Torres Gemelas conspiró a favor de las pocas ganas de redactar un post sobre aquel martes 11 de septiembre de 2001. A lo sumo quien suscribe se permite mencionar la piel de gallina que le provocó escuchar las palabras de Barack Obama y George W. Bush en el memorial de la Zona Cero.
Que el actual Presidente de la pretendida primera potencia mundial haya elegido pronunciarse a través de la Biblia da escalofríos a quienes consideramos que el pensamiento y la conducta fundamentalistas no son exclusividad de una comunidad y/o religión. Escuchar en boca del Primer Mandatario norteamericano “Jehová de los ejércitos está con nosotros” o “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” dista de tranquilizar a los convencidos de que las cruzadas siguen tan vigentes como hace ocho o nueve siglos.
Para nuestra propia sorpresa, estos mismos espectadores nos quedamos con Bush hijo, que al menos prefirió citar a Abraham Lincoln. Claro que la carta enviada a una madre que perdió cinco hijos en la Guerra de Secesión tampoco resulta muy reconfortante, sobre todo cuando nos topamos con las expresiones “han muerto gloriosamente en el campo de batalla”, “costoso sacrificio en el altar de la libertad” y “Ruego al Padre Celestial”.
De este lado del planisferio, el domingo algunos argentinos preferimos escuchar (y porqué no entonar) las palabras que Pablo Milanés compuso para “Yo pisaré las calles nuevamente” (cuesta elegir entre la versión original y la que canta Soledad Bravo). Emocionan igual que décadas atrás los versos “Y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes”; “yo vendré del desierto calcinante y saldré de los bosques y los lagos, y evocaré en un cerro de Santiago a mis hermanos que murieron antes”; “Retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas; renacerá mi pueblo de sus ruinas, y pagarán su culpa los traidores”.Inspirada en la conmemoración del (también martes) 11 de septiembre de 1973, la mente nos retrotrajo a julio pasado, cuando un equipo multidisciplinario conformado por expertos del Servicio Médico Legal chileno y por científicos extranjeros desmintió las versiones de asesinato y ratificó el suicidio de Salvador Allende. Quienes asistimos a la última edición del BAFICI recordamos además el impresionante documental que Betina Perut e Iván Osnovikoff filmaron sobre la muerte de Augusto Pinochet (de ahí la memoria cinéfila saltó a Machuca, que la TV por cable proyecta a veces aún hoy).
Al día siguiente, es decir ayer lunes, nos topamos con esta transcripción de un discurso alusivo en boca de Sebastián Piñera, que en ningún momento pronunció la expresión “golpe de Estado” ni el sustantivo “dictadura”. Al contrario, el actual Presidente de Chile se refirió a un “quiebre a nuestra democracia” como “desenlace previsible” (después de) “años y años de polarización extrema” (…), “pasiones desbordadas”, “utopías excluyentes”.
Entre estas dos grandes conmemoraciones (que Ariel Dorfman fusionó tan bien), el Día del Maestro pasó sin pena ni gloria para parte de los argentinos. Algo similar le ocurrió al ministro de Educación, Alberto Sileoni, cuyo discurso en San Juan inspiró crónicas burocráticas. Ni siquiera los doscientos años que Sarmiento habría cumplido el 15 de febrero pasado sirvieron para contrarrestar la pachorra dominical, la tristeza compartida con el pueblo chileno y el frenesí mediático por el omnipresente “nine eleven”.