Este ha sido el año de pensar que estoy a mitad de tener una vida, con mucha suerte, de noventa años. De pensar que ni de coña llego a esa edad. De desesperarme de dolor de hombro hasta que decidí operarme y después de eso desesperarme pero con esperanza. De los días iguales. Hace cuatro años, solo cuatro, este mismo día quería morirme casi todo el tiempo y este año lo he contado en un libro que no me ha traído nada más que cosas buenas y bastante estrés. Gracias Oihan, Luis, Juan, Xavi y Nuria. De Los editores, psar, por fin, una librería y saber cuándo entras pero no cuándo saldrás. De conocer a Manuel Vilas, caerme fenomenal y que su libro estrella no me gustara nada. De ir al teatro con bastante éxito: El tratamiento, Los Mariachis, El precio. De pasear por Madrid y seguir pensando que, a pesar de todo, no me gusta. De imaginar vivir en casas con vista al Retiro y aún así pensar «sí, pero me gustaría más vivir en Los Molinos». De volver a firmar en la Feria del Libro. De Valencia, gracias Anna. De Barcelona, gracias Paula. De reencontrarme con las responsables de que Cosas que (me) pasan exista. De descubrir que, contra lo que siempre había creído, en un paisaje desértico puedo estar bien. De pensar que quizás en Fuerteventura podría escribir algo acordándome de Lucía Berlín. De descubrir Portugal. De ir a Londres en un viaje relámpago en el que casi conozco a Idris y encontrarme, en Barajas, con una lectora de sonrisa deslumbrante a las seis de la mañana. De Soria y de Palencia. De desesperarme porque cada vez hay menos nubes, menos lluvia, menos gris. El tiempo cada vez es más instagram y menos de verdad. De ir a tanatorios y consolar a amigos que se volvían de corcho. De decir adiós a Ramón. De ver, otra vez, más películas de las que puedo recordar y seguramente más de las que necesito ver. De dejar de escuchar la radio en directo por completo y volverme adicta a los podcasts: In the dark, Serial, The great God of Depression, New Yorker Radio Hour, The Guardian, Nadie sabe nada, Todopoderosos, Música y significado. De desesperarme con la adolescencia. De, por primera vez en mi vida, echar de menos a mis hijas cuando no están conmigo. De perder el control sobre mi armario: lo que hay en él ha pasado a ser también de mis hijas. De empezar a pintarme las uñas. De escribir ficción alocada en inglés porque sé que no la lee nadie salvo mi profesora de inglés. De ir con María a su primera manifestación. De discutir con María por casi todo. De discutir con Clara por casi todo. De plantearme más de una, más de dos y más de tres veces si me había quedado sin temas para escribir. De darme cuenta más de una, más de dos y más de tres veces que si me relajo y no lo pienso siempre se me acaba ocurriendo algo. De discutir en el trabajo. De tener una sobrina nueva. De aficionarme al fútbol femenino tanto como para conocer el nombre de algunas jugadoras pero no lo suficiente como para no blasfemar los sábados por la mañana de camino a Pinto a las ocho de la mañana. De descubrir a Roberto Bolaño a pesar de no tener pinta de que me gustara y a Lorrie Moore. De leer un comic, escribir sobre él, acabar conociendo a la autora y salir en la solapa de la tercera edición. gracias Ximena y Paula. De ver en directo a Vivian Gornick y querer ser como ella, llegar a los ochenta años y viajar por el mundo hablando de libros que escribiste hace 40 años. De guardar su libro dedicado. De aprender de vino. De echar de menos nadar. ¡Maldito hombro! De tener la sensación, todo el tiempo, de que no tengo tiempo para leer. De pensar que no quiero morirme, no ahora ni en los próximos meses ni años. No me quiero perder la vida. De pensar en volver a escribir cartas a mano, dudo entre si buscar voluntarios o víctimas. De tener ganas de saltar a discutir y luego pensarlo y decir: ¡bah, qué pereza¡ De pensar «ey, ya soy una señora mayor y no está tan mal». De cruzar los dedos para vivir otros cuarenta y cinco.