Revista Cine

15 claves que quzás no conozcas sobre 'La Dolce Vita'

Publicado el 02 julio 2013 por Fimin
La capital del imperio, la Plaza de España, el Coliseo, el Trastévere, Rómulo, Remo y la loba, Senatus Populusque Romanus, la Ciudad del Vaticano, las siete colinas, todos los caminos…Aunque lo pueda parecer, no estamos hablando de Sabadell. Roma. Una sola palabra para tantas imágenes. La ciudad eterna, donde los soldados iban con faldita y los gobernantes eran cesados a puñaladas, sigue siendo una de las principales metrópolis del imaginario colectivo. Más de dos mil años de cine la contemplan, entre el péplum, el neorrealismo, el giallo, la Cinecittà y una princesita con la cara de Audrey Hepburn montada en Vespa. Puede que de todas las historias que sobre Roma se han filmado las de Fellini sean las más significativas. Su relación con la ciudad le convierte en su primer embajador, alguien capaz de plasmar y reírse de sus logros y sus carencias, de sus orgullos y sus vergüenzas. La dolce vita (1960) muestra una de sus caras, la más elitista, pero también constituye uno de los trabajos que más y mejor contribuyen a fijar la filmografía de su director en la retina de los espectadores de todo el mundo. Una película cuya intrahistoria esconde un asesinato, un monstruo marino, las iras eclesiásticas y a Marcello Mastroianni bolinga perdido. 1-La pasarela romana: Federico Fellini mira a su alrededor y observa cómo la jet-set romana se viste de espantajo. La obsesión por la moda que demuestra la clase alta empieza a resultar ridícula a ojos de un director cuyo universo tiene un lado estético muy poderoso. A su modo de ver, la ropa cada vez más extravagante que lucen sus compatriotas puede ser de una gran belleza, pero su sentido ético es más cuestionable y, en cualquier caso, parece esconder toda la ponzoña y las miserias de quienes las visten. Chas, un chispazo, y ya tiene tema para su nueva película. 2-El asesinato de Wilma Montesi: El 9 de abril de 1953, en una playa cerca de Roma, aparece el cuerpo sin vida de una joven italiana. Wilma Montesi provenía de los suburbios de la capital y soñaba con el esplendor y el oropel del mundo del cine. Nada nuevo bajo el sol romano y menos en aquellos años en los que centenares de jovencitas como ella buscan una oportunidad de ocupar las marquesinas con sus retratos de Cinecittà. El caso de Wilma es particularmente trágico y las circunstancias son, cuanto menos, turbias. El cuerpo presenta contusiones, y le falta el liguero. Todo apunta a un suceso criminal, aunque la familia insiste en que se trata de un accidente. ¿Qué está ocurriendo aquí? Un periodista que investiga el caso saca a la luz la cara más comprometida de la alta sociedad romana: orgías, drogas, dobles raseros, una auténtica bacanal nocturna protagonizada por la gente bien de la Democracia Cristiana. La investigación apunta a dos sospechosos que serán procesados, y uno de ellos es el hijo del viceprimer ministro italiano (y pareja sentimental de Alida Valli, por cierto). Al final nada se puede demostrar contra los acusados y el crimen nunca se resuelve, pero la imagen de bonanza económica y de integridad de la jet-set de la que disfrutaba la sociedad romana queda irremediablemente comprometida. Es exactamente este universo el que decide retratar Fellini en La dolce vita. 3-El rey de la jet-set: Alessandro Ruspoli, noveno príncipe de Cerveteri, decimocuarto conde de Vignanello es todo un figura. “Dado”, como le suelen llamar, es el heredero de una de las principales fortunas del Brasil, y en los 50 y los 60 se hace más conocido por su vida de permanente juerga que por ninguna de sus ocupaciones –digamos- lucrativas. Ruspoli, en su calidad de playboy viva-la-virgen, es el modelo que inspira a Fellini el universo de personajes y situaciones de su film. 4-La espantada del productor: Dino De Laurentiis se compromete con la producción de La dolce vita y las cosas van viento en popa hasta que el productor propone a Paul Newman para encarnar a Marcello. El actor norteamericano siente un gran interés por hacerse con el papel, pero Fellini lo rechaza. Entonces De Laurentiis sugiere a Gérard Philipe. En el fondo, sus propuestas para el cásting van orientadas a garantizar la explotación internacional de una película que cada vez le preocupa más. Cuando Fellini escoge a Mastroianni el productor se queja de que es demasiado blandengue, que con esa pinta nadie se cree que se lleve a las mujeres al huerto. También tiene reparos hacia un guión que le parece caótico y mal enhebrado. Las cosas no van bien, De Laurentiis huele el desastre y toma las de Villadiego. Angelo Rizzoli y Giuseppe Amato toman el relevo y levantan la película sin tantos remilgos. 5-Cinecittà: Fellini alterna el rodaje en plató con los escenarios naturales. Piero Gherardi recrea ochenta localizaciones en los estudios de Cinecittà, entre los que encontramos la catedral de San Pedro o la Via Veneto. Fellini tiene en Cinecittà un segundo hogar, al que retornará constantemente a lo largo de su carrera para rodar Ocho y medio (1963), Amarcord (1973) o La ciudad de las mujeres (1980), entre otras. 6-Marcello, come here...: …come here que te vas a pelar de frío. La escena más famosa de La dolce vita tiene a Mastroianni y a Anita Eckberg en remojo, empapados hasta media cintura en las aguas de la Fontana di Trevi. No está claro si la escena se rueda en enero (como dice Eckberg) o en marzo (como asegura Fellini), lo que nadie discute es que hace un frío de mil demonios. Eckberg va con un vestido de noche y Marcello lleva traje, y en un ejercicio de involuntaria afirmación nacional, la sueca aguanta el frío a las mil maravillas mientras que el latino lo pasa fatal. Mastroianni tiembla como un polluelo y ni tan siquiera una segunda capa de ropa debajo del traje le sirve para superar el mal trance. Al final, como ocurre tan a menudo, la solución pasa por el mueble bar: Mastroianni se echa al gaznate una botella entera de vodka y el frío desaparece. Eso sí, en la escena que todos hemos visto mil y una veces lo que refleja el rostro del galán es más que fascinación. Mastroianni va borracho como una cuba. 7-El agua de la Fontana: Por si el frío no es suficiente problema, el agua de la Fontana di Trevi da asco de lo sucia que está. Fellini no está nada contento, consciente de hasta qué punto afecta a su escena el mal estado del líquido. Por suerte para todos, un ejecutivo de Scandinavian Airlines System visita el rodaje y ofrece al equipo un suministro de colorante verde del que utilizan para realizar marcas en el mar en caso de aterrizaje de emergencia. Fellini lo aplica en el agua de la Fontana y bingo: la suciedad ni se ve. 8-El cardenal y el strip-tease: Las cuchipandas que recrea Fellini espejean la realidad hasta el más mínimo detalle: El strip-tease en la fiesta recoge el escándalo que provoca Aicha Nana, una aspirante a actriz que busca visibilidad, cuando hace lo propio en la vida real. Y la actriz norteamericana que se disfraza de cardenal también se basa en un episodio conocido. En realidad, la irreverente estrella es nada más y nada menos que Ava Gardner. 9-Paparazzo: Hay varias teorías para explicar el nombre del fotógrafo que acompaña a Marcello. Según Giulietta Massina, se trata de una contracción, ideada por ella misma, de los términos “pappataci” (mosquitos) y ragazzi (jóvenes). Fellini afirma que el nombre pertenece a alguien que conoció años antes en la Calabria. Por su parte, el guionista Ennio Flaiano asegura que aprovecha el término de un libro de viajes de George Gissing llamada By the Ionian Sea. Sea como sea, el uso de la palabra paparazzi para definir a los fotógrafos de la prensa del corazón nace con el personaje que interpreta Walter Santesso y pronto se convierte en un término de uso común. 10-La Via Veneto: Si tenemos que creer las palabras de Fellini (y no seré yo el que no lo haga) la Via Veneto es un invento suyo. No es que él sea el arquitecto de esta arteria de Roma, pero sí de la imagen bulliciosa y llena de glamour que la caracteriza durante décadas. Tras el estreno de la película –siempre según Fellini- la Via Veneto sufre una paulatina metamorfosis para adaptarse al modelo de la ficción. 11-La sombra de Cesare Pavese: Tulio Pinelli, guionista de la película, tiene como compañero de escuela al escritor Cesare Pavese. El trato entre los dos autores permite a Pinelli acercarse a las obsesiones de Pavese, que refleja en el personaje de Steiner. Fellini escoge a Alain Cuny para encarnarlo, aconsejado por Pasolini y tras el rechazo de Henry Fonda, Enrico Maria Salerno y Peter Ustinov. Steiner es un personaje vaciado de toda emoción que no sea la angustia. Su desasosiego conecta con las inquietudes de Pavese hasta el extremo de compartir el mismo destino. Y hasta aquí vamos a leer. 12-La escritora americana: El guión de Fellini cuenta con una secuencia que describe la relación de Marcello con una anciana escritora norteamericana que vive en Roma. El papel debe ser encarnado por Luise Rainer. Pero la indómita actriz, que luchó en la guerra civil contra los franquistas, que ganó dos Oscar antes de mandar a Hollywood al cuerno, y que tiene fama de ser todo un carácter, discute constantemente el criterio de Fellini. El director escribe y reescribe la escena, pero Rainer es tan perfeccionista que sus discusiones alcanzan cotas de auténtico delirio. Fellini tira la toalla y simplemente suprime sus escenas del guión. Rainer está furiosa, consciente de que su posibilidad de participar en una (otra) gran película se ha ido al traste. Si alguien tiene interés en saber su opinión del tema aún se lo puede preguntar. Luise Rainer sigue viva, con 103 años de edad. Una leyenda como quedan pocas. 13-El monstruo del mar: El gran cetáceo que aparece muerto en la playa ha dado pie a múltiples interpretaciones, empezando por la consabida metáfora sobre la decadencia y la corrupción de la clase alta. La imagen del monstruo varado en la arena pertenece a la infancia de Fellini, concretamente al furor que causó a principios de siglo una gran criatura, posiblemente mutilada en su deriva, que aparece frente a las costas de Roma. La noticia copa las portadas de los periódicos, que resaltan el aspecto pesadillesco de la pobre ballena y la fascinación que despierta entre los bañistas. 14-La schifosa vita: La Democracia Cristiana se pone de uñas con Fellini. A nadie le gusta que le canten sus vergüenzas en público, y menos aún contra una pantalla de cine. El aldabonazo que la película propina a la alta sociedad es imperdonable también para la iglesia. El Vaticano le canta las cuarenta al director por su descaro a la hora de tocar contenidos capaces de provocar un síncope a cualquier prelado. Recordemos que la película empieza con un Cristo que sobrevuela Roma en helicóptero, y que de allí pasamos a escenas de adulterio, strip-tease, falsos milagros y otras inconveniencias para la sociedad bienpensante. Hasta Oscar Luigi Scalfaro, que años más tarde será presidente de la República, carga contra la película en un artículo titulado “La schifosa vita” (la vida sucia). Nótese la doble moral de la élite romana: muchos de los aristócratas y gente de bien indignados participan, de hecho, en La dolce vita: son los asistentes a las fiestas y los criados que las organizan. ¿Quiénes mejor que ellos para encarnar las bacanales que se pegan en la vida real? 15-Fuego cruzado: Antes de Andreotti, Berlusconi o Grillo, Italia es un país francamente polarizado entre la derecha y la izquierda. Y en medio del fregado se encuentra La dolce vita, atacada con saña por la Democracia Cristiana y defendida a ultranza por el Partido Comunista, que ve en ella una crítica al establishment conservador. Cuando se estrena en Milán, Fellini sufre las iras de una mujer que lo acusa de bolchevique. No será la única. Traidor, ateo, comunista… al pobre hombre le llueven los apelativos en los siguientes días. La sombra del secuestro, para evitar desórdenes públicos, pende sobre la cinta. El caso llega hasta el senado italiano, que debate sobre la posibilidad de retirarla por calumniar al pueblo romano. La propuesta no prospera, pero el alcalde de Roma la prohíbe en su ciudad. La iglesia se muestra dividida entre los partidarios de una película que denuncia las miserias de la vida mundana y aquellos que quieren excomulgar a todo el equipo, desde el productor hasta el meritorio de los cafés. La izquierda, comunistas y socialistas, la usa como bandera para atacar al gobierno. La crítica también tiene sus reparos, pero a estas alturas y en medio de tanta movida ya nadie les hace mucho caso. Deberá pasar un tiempo antes que el valor de La dolce vita brille con todo el esplendor que merece. Dino de Laurentiis, por si faltaba alguien, mete cizaña y prevé un desastre de taquilla. Nada más lejos de la realidad. La polémica acaba por beneficiar a la cinta, que se convierte en un auténtico exitazo en boca de todos. La reacción del público, por encima de la crítica y de la voluntad de la clase alta, contribuye a hacer de La dolce vita el mito cinematográfico en que se ha convertido

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