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31. La destrucción de los Ludlow

Publicado el 17 mayo 2021 por Cabronidas @CabronidasXXI

    El sábado pasado estaba haciendo cola en una de las cajas de cobro del Aldi. Tras de mí, tres chicas se vanagloriaban animadamente del supuesto poder manipulador y destructivo de su sexo. Eso me hizo recordar un melodrama de cuatro pares de cojones titulado Leyendas de pasión (1994).

    Os hago una presentación superficial de los personajes y una sinopsis breve del metraje: Tenemos al coronel William Ludlow, que abandonado por su mujer y desengañado de sus ideales por los cuales luchó en la guerra, decide vivir apartado de todo, en un rancho afincado en las montañas Rocosas. Allí cría a sus tres hijos. Samuel es el hermano menor: un muchacho afable y enamoradizo. Tristan es el hermano mediano: indómito y aventurero. El hermano mayor es Alfred: responsable y educado. Y por último, un amigo de la familia llamado Decker y su hija Isabel Dos.

    Un desgraciado día, Samuel decide presentar a su prometida Susannah a todos los residentes del rancho. Susannah descubre que se pone cachonda con Tristan y viceversa. Y Alfred descubre que se pone cachondo con Susannah. Pero los tres, obedeciendo a sus propios intereses, guardan las apariencias por no joder a Samuel y desatar las iras del viejo. Estalla la Primera Guerra Mundial, y los tres hermanos, a los que también les hermana la gilipollez además del lógico consanguíneo, se alistan para luchar por su país. Samuel muere y Alfred y Tristan sobreviven, regresando al rancho con la intención de dar sepultura a los restos de lo que una vez fue su hermano pequeño.

    Alfred, aprovechando la tesitura, intenta follar con Susannah, que lo rechaza puesto que se humedece por Tristan. Más tarde, Susannah llora sobre los restos enterrados de quien fuera su prometido. En estas que se acerca Tristan, le arrima el cimbrel con la excusa de consolarla y Susannah, que no puede más, se lo folla. No recuerdo si Alfred los pilla en plena cópula postmortuoria, pero al enterarse, arremete con Tristan y se lía una descacharrante escena de culebrón venezolano de alta caspa. Tristan, supuestamente embargado por la culpa del enfrentamiento, y una vez vaciados los huevos en Susannah, decide pirarse del rancho. Susannah lo espera hasta que recibe una carta donde Tristan le dice que vaya pensando en otro nardo con el que ocupar el vacío de la almeja.

    Alfred aprovecha tan afortunado sesgo del destino y resuelve arrimarse, una vez más, a Susannah. Y esta, cansada de esperar y hambrienta de rabo, hace de Alfred el hermano más feliz de las montañas Rocosas ofreciéndole su anhelado tabernáculo. Entretanto, el coronel William Ludlow, chocheante y de edad avanzada, sorprende a la pareja —no recuerdo si antes o después de que orgasmaran— y se lía otro cristo de bizarrismo galopante. Tanto es así, que al viejo Ludlow, que ya está hasta las pelotas de ser un mero espectador de la desintegración de su familia y de tanto folleteo interesado, le da un vuelco el cerebro quedándose catatónico y más tieso que un ciruelo en invierno. Susannah y Alfred pasan de él y se casan.

    Al cabo de un montón de años, Tristan regresa al rancho de donde hostia sea que estuviera y se casa con Isabel Dos, la hija de Decker. Parece que por fin la paz se instala en las jodidas vidas de los Ludlow, pero en un altercado con unos contrabandistas de alcohol bastante hijoputas, Isabel Dos resulta malherida y muere. Tristan, enajenado, ajusta cuentas con el responsable pasándolo por la piedra y acaba encarcelado. Con Isabel pudriéndose al lado de los olvidados restos de Samuel, Susannah vuelve a sentir la húmeda inquietud de su mejillón, palpitante ante la reciente viudedad de Tristan, con lo cual decide visitarlo a su celda para hacerle saber que a su regreso le dará movimiento pélvico por un tubo. Pero Tristan, ya sea porque durante su larga ausencia bebió las mieles de incontables coños hasta hartarse, o porque amó realmente a Isabel Dos con la que engendró dos hijos, rechaza la calenturienta propuesta de Susannah.

    Anegada en lágrimas, ante un espejo en el que no se reconoce, paladea el amargo sabor del rechazo y decide que una vida sin la polla de Tristan no es tal. De modo que se quita de en medio para acabar enterrada junto a las tumbas de Isabel y Samuel. Solo así, con la muerte del origen del mal, que siempre se destruye a sí mismo, los malogrados Alfred y Tristan, y el catatónico William, encuentran fuerzas para reconciliar —si es que pueden— sus putas vidas.

     Joder con Susannah, ¡y eso que solo venía a pasar el verano!



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