Unos minutos antes de sentarme a escribir este post andaba revisando los libros de la estantería dedicada a viajes en los que a veces, mientras los leo, dejo anotaciones o frases resaltadas. En mis manos, Al romper el alba, de Hemingway. Ese señor que no importa en que parte del mundo me encuentre, da igual que sea al lado de casa, en el Paseo de la Malvarrosa, o bastante más lejos, como París, Nueva York o Africa, él seguro que también ha estado.
Hay una página con la esquina superior doblada. Me entra la curiosidad por que no recuerdo por qué lo hice, así que abro el libro por dicha página y leo la frase resaltada: "Nunca conocí en África una mañana en que al despertarme no fuera feliz." En el lateral de la misma página hay una frase manuscrita a lápiz por mí: "Nunca conocí en África una mañana en que al despertarme no sintiera lo afortunada que era de estar allí." Lo escribí al volver de mi Safari en Botswana.
Justo ahora cuando me disponía a escribir 48 Horas en Santiago de Compostela, esa frase se queda girando lentamente en mi cabeza y poco a poco se va transformando: "Cuan afortunada me siento de poder viajar, no importa dónde."
Llegamos a Santiago Compostela el sábado a mediodía. En poco más de una hora, el paseo mañanero y tranquilo que habíamos realizado por el casco viejo y el puerto de A Coruña había quedado atrás y nos encontrábamos en una animadísima y bulliciosa Santiago en la que parecía que todos habían salido a la calle a disfrutar del día soleado.
Allá donde fueres haz lo que vieres, y en cuanto que dejamos el equipaje en la habitación del hotel, hicimos lo mismo. Al otro lado de la calle y subiendo unas escaleras, teníamos el Mercado de Abastos. Dada la hora, la mayoría de los puestos andaban recogiendo pero los alrededores estaban llenos de gente, ya que es uno de los puntos donde se agrupan unos cuantos bares y restaurantes. Intentamos hacernos un hueco y aprovechar para picar algo, pero fue misión imposible, así que nos encaminamos hacia el centro.
Sin apenas guiarnos por el plano que llevábamos, comenzamos a andar por las estrechas callejuelas, alguna literalmente estrecha y sin darnos cuenta aparecemos en la Plaza de Cervantes. Seguimos por la Rúa de la Acibechería y giramos para atravesar la Plaza Quintana. Volveremos a pasar por esta zona en diferentes ocasiones, por el día y por la noche.
Queremos llegar al Colegio de Fonseca, los domingos está cerrado, y si no lo visitamos ahora ya no lo podremos hacer. Llegamos a tiempo, aunque no de hacer la visita guiada que tendremos que posponer para otra ocasión, hoy debemos conformarnos con admirar el patio y sus detalles arquitectónicos.
Cuando salimos a la Rúa do Franco tras la visita, hay un aroma que me llama la atención. Son las camelias que hay en el jardín de la Plaza de Fonseca justo enfrente del colegio. Son realmente preciosas y huelen de maravilla, entiendo por que Coco Chanel las convirtió en la insignia de su firma. Nosotros, en nuestra estancia en Santiago vamos a tener muchas ocasiones de comprobarlo.
La Rúa do Franco es, quizás, la calle más turística de la ciudad. Los restaurantes se suceden uno a continuación del otro y las barras, con atractivos productos gallegos, nos animan a entrar. Solemos huir de los locales orientados a turistas siempre que podemos, pero a estas horas apetece una cerveza fresquita, así que sucumbimos a nuestros deseos y aprovechamos para tapear de manera informal y bastante aceptable.
El resto de la tarde paseamos hacia donde nuestros pies nos llevan, muchas veces sin rumbo y volviendo a pasar por el mismo lugar.
La plaza del Obradoiro es magnífica, una pena que la fachada principal de la catedral esté cubierta por lonas, probablemente para su limpieza, pero nos queda el Ayuntamiento y el Hostal de los Reyes Católicos, en la actualidad, el Parador.
Visitamos el interior de la Catedral, dedicada al apóstol Santiago, observamos el botafumeiro, ahora quieto pero debe resultar impresionante verlo oscilar de un lado al otro de la catedral.
No hemos tenido la precaución de reservar entradas para visitar las terrazas o la tribuna, no pensábamos que en esta época fuéramos a tener problemas. Estábamos equivocados, no queda nada libre para los próximos días.
Al salir nos damos una vuelta por el exterior de la Catedral contemplando sus diferentes fachadas: la fachada sur o de las Platerías, la norte o de la Azabachería, la fachada este o de la Quintana.
Si tengo que elegir, elijo la fachada de las Platerías, con su juego de escaleras y ese bello rincón que esconde una preciosa concha, que en realidad es una inteligente solución arquitectónica para salvar ciertos desniveles del interior de la catedral.
Un poco más allá la Plaza Quintana, dividida en dos, de vivos y de mortos. El nombre me hace pensar en San Andrés de Teixidó y la leyenda de la que ya hablé en 48 Horas en A Coruña. En este caso son dos plazas con el mismo nombre separadas por unas escaleras que separan a la Quintana de los vivos, de la de los muertos. Parece ser que las escaleras simbolizan el tránsito, la bajada de la vida a la muerte, en cualquier caso este desnivel permite obtener unas bellas vistas de la plaza completa.
Una cosa curiosa es la imagen del peregrino que aparece por la noche en esta plaza. Realmente se trata del juego de luces y sombras que la iluminación nocturna proyecta sobre un pilar de granito y el cable de un pararrayos que tiene enganchado y que actúa como toma de tierra, aunque existen al menos dos leyendas en torno a este peregrino mucho más intrigantes.
Uno de los rincones de Santiago de Compostela de los que menos se habla pero que a mí me resultó muy encantador, es el arco o pasadizo cuyas escaleras nos permiten pasar del Palacio Arzobispal a la Plaza del Obradoiro. Una de las veces que lo atravesamos, los sonidos de una gaita inundaban el lugar y lo hacían realmente mágico.
Habíamos decidido cenar en un restaurante situado muy cerca de la Plaza del Obradoiro pero fuera del circuito turístico, Casa Marcelo, el único restaurante con estrella Michelín de Santiago. Sólo tiene un inconveniente, no hacen reservas y el aforo se llena nada más abrir, así que si no queremos perder la ocasión de visitarlo no queda otra que ir un poco antes de que abran y, al igual, que al menos otras 12 personas, guardar la cola. Afortunadamente, tuvimos sitio y pudimos disfrutar de esa agradable fusión de cocina gallega, nipona y peruana.
Nosotros nos ubicamos en una larga mesa corrida que hay a la entrada, aunque si tienes suerte y eres de los primeros de la cola, te puedes sentar en una barra que hay justo enfrente de la cocina y no perderte detalle.
La elección de los platos fue mitad por sugerencia del jefe de sala, mitad por aquello que nos llamaba la atención o nos apetecía probar, y todo fue un acierto. Cada bocado me resultó un regalo para el paladar que acompañamos con unas copas de Albariño. Visita de lo más recomendable si gusta este tipo de cocina.
A la mañana siguiente era domingo. Desayunamos tranquilamente y nos dirigimos a Padrón en tren.
No recuerdo exactamente, pero el trayecto no debió durar más de 15 ó 20 minutos, y casi sin darnos cuenta ya estábamos en la patria chica de Camilo José Cela y Rosalía de Castro.
La estación de tren de Padrón se reduce a un apeadero sin atención al público y si hay algo que pasa desapercibido a la mayoría de los visitantes, incluidos nosotros, nada más apearse del tren, es que justo enfrente se encuentra la casa donde Rosalía de Castro pasó sus últimos años, con un magnífico jardín de camelias de todos los tipos.
La casa merece una visita no sólo por el jardín, sino para conocer más de esta escritora.
Los domingos en Padrón hay un gran mercado al aire libre de todo tipo de productos, por supuesto también de productos frescos y de especialidades de la zona. Ya me hubiera gustado poder haber hecho allí la compra y habérmela traído a casa en el vuelo de vuelta, pero me tuve que conformar con probar los quesos, las empanadas y algún embutido.
Está bien, os contaré un secreto. Creo que le estoy contagiando, y de qué manera, a Monsieur À Table! mi manía por traerme souvenirs gastronómicos, hasta el punto en que esta vez fue él en que se encaprichó con un pan gallego al igual que un niño pequeño lo hace por un juguete. Insistió tanto que no paró hasta que compró uno en este mercado y se vino con un pan en el equipaje de mano. Cuando la maleta atravesó el escáner en el control del aeropuerto, crucé los dedos para que no se la hicieran abrir porque si no, muero del apuro. A su favor, he de decir que el pan estaba de muerte y es que el pan gallego ... es un señor pan.
Visitamos la Iglesia de Santiago, justo al lado del río y del puente del mismo nombre. En su interior se encuentra el pedrón donde arribó la barca que traía los restos del apóstol desde Jerusalén. Nos cuentan que, tiempo atrás, el río era navegable y el mar quedaba muy cerca.
Después decidimos acercarnos tranquilamente hacia el Santuario de Santiaguiño del Monte. Para acceder allí desde Padrón, hay que ir por el camino del Vía Crucis, literalmente, y subir 125 peldaños. El trayecto se hace fácilmente, y merece la pena el entorno y las vistas que se obtienen desde arriba.
El santuario está formado por unas peñas con la imagen del santo, la casa del ermitaño, la ermita y la fuente. Dicen que fue en aquellas peñas donde el apóstol predicó e hizo brotar a la fuente con su bastón.
Tras esta pequeña excursión volvemos al centro de Padrón donde sigue el mercado. Las calles están llenas de gente y nos cuesta encontrar sitio en una terraza donde tomar algo. Dejamos correr el tiempo y conforme avanza la tarde, Padrón se serena.
Antes de encaminarnos hacia la estación paseamos por el Jardín Botánico donde se pueden observar curiosos ejemplares y nos desviamos un poco para acercarnos a Iria Flavia y a la Fundación de Camilo José Cela, hoy cerrada. En el cementerio que hay junto a la Iglesia de Iria Flavia es donde se encuentra enterrado el escritor, a la sombra de un olivo.
Nosotros partimos por un camino que atraviesa los campos a la estación. Delicioso y completo día en Padrón, regresamos exhaustos.
Ya en Santiago de Compostela, para cenar elegimos un restaurante fuera de la ruta turística, como el día anterior, sólo que éste está más alejado del centro. El restaurante O Sendeiro está ubicado en una magnífica casa de piedra de más de 300 años, con un patio precioso. No es época de estar al aire libre, pero nada más verlo pienso en lo bien que se tiene que estar en ese patio en verano.
Aunque tiene una zona de bar y tapeo, nosotros cenamos en el comedor. Productos autóctonos bien tratados y con esmerada presentación. Elegimos bien el lugar para nuestra última cena en esta escapada exprés a Galicia.
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- Hotel Virxe da Cerca 4*:
Pertenece a Pousadas de Compostela, una cadena del estilo de Paradores cuyos hoteles se encuentran en bonitos edificios. Tranquilo y confortable con un bonito jardín. Desayunos muy completos. Aunque se encuentra justo fuera del casco viejo, apenas lo separan 50 metros del Mercado de Abastos. Wifi gratis y PC con impresora en las zonas comunes. Excelente relación calidad/precio.
- Bar Restaurante Petiscos do Cardeal: Opción aceptable en pleno centro turístico para tomar unas cervezas y picotear en la barra.
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Casa Marcelo: Restaurante con estrella Michelín cerca de la Plaza del Obradorio. No admite reservas. Imprescindible para los amantes de la cocina de corte nipón o peruano, consiguen como nadie una maravillosa cocina fusión gallego-nipona-peruana.
- Restaurante O Sendeiro Restaurante fuera de la ruta turística, ubicado en una casa de piedra con un patio precioso. Materia prima de calidad donde poder disfrutar de la gastronomía gallega de siempre con cierto toque de modernidad. Buenos vinos. Muy recomendable.
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