El domingo, como cada semana, vi el programa Salvados de
Jordi Évole, que esta semana llevaba por título 'Con la comida no se juega' y hablaba de la comida en buen estado que se acaba desechando por los motivos que sean.
Una de las entrevistas fue a Carles Roig, un agricultor de mandarinas de Alcanar (Tarragona), que explicaba que las que tenían algún defecto en la piel o pasaban de su tamaño ideal eran descartadas y tiradas a la basura. ¿El motivo? No cumplir con los 'cánones de belleza' deseada por el comprador. Una absoluta estupidez, pero tan real como la vida misma.
Hablando numéricamente, solo en su explotación se producen al año 200.000 kilos de mandarinas, de los cuales 70.000 son lanzados a la basura o tirados al propio campo para su posterior descomposición. Una realidad aberrante, si tenemos en cuenta la cantidad de personas que pasan hambre en el mundo.
Al ver la entrevista, recordé las mandarinas que compré este
sábado en la Puríssima a un agricultor de Alcanar (Tarragona). Una bolsa de clementinas de 2 kilos por 2 euros. Me levanté a
coger unas pocas de postre y me dí cuenta de que, tal como decía Roig, aquellas mandarinas no eran perfectas, había
algunas que habían pasado del tamaño deseado, otras con pequeñas heridas en la
piel... Pero de sabor... ¡Están riquísimas! Dulces y con muchísimo zumo.
Por eso,
desde aquí hago un llamamiento a quien tenga la barita mágica para hacer
cambiar este sistema, porque hay mucha gente que pasa hambre, y cada vez más, y
no hay derecho a que se tiren toneladas de comida a diario por un simple capricho
estético.
Quizás haya que crear una campaña de concienciación con
el lema "Lo feucho mola mucho", como 'bromeaba' Jordi Évole, pero está claro que algo tenemos que hacer.