Bill Murray es el viejo cascarrabias, por si no os lo imaginabais. Dejado, empinador
profesional de codo y con una casa más propia de las ratas que de un humano. A la casa de al lado se mudan una madre recién separada (Melissa McCarthy) y su hijo (Jaeden Lieberher), el cual me despierta una ternura que no sé explicar. El pobre pasa a ser mofa en el cole desde el minuto uno, pero lo lleva bastante bien, parece acostumbrado a ello e incluso a estar por encima de sus acosadores.Ser el único tutor legar de un niño y tener trabajo, dificulta a la madre sus labores como madre y como profesional, así que por azahares de la vida, el chico pasa unas cuantas tardes con el vecino de al lado, el cual no tiene un método precisamente ortodoxo para
cuidar de él. A la ecuación debemos sumarle un abusón necesitado de compañía y cariño, y a una dama de afecto negociable embarazada y maravillosamente interpretada por Naomi Watts. Como es de suponer, entre el niño y el abuelete se crea un extraño vínculo que nos hará pensar a todos en las cosas buenas de la vida, incluso cuando crees que ya están todas en el cajón del olvido.La capacidad que los niños tienen para ablandar los corazones profundamente enterrados en el hielo es por todos conocida y es que ellos son la única pureza que puede salvar la
humanidad, todo lo bueno que algún día tuvimos como humanos lo tienen los niños. Y pensaréis, pues hay cada hijo de satán que tela; ya, pero eso es porque sus adultos más cercanos ya lo han corrompido. Si creemos que la maldad se adquiere, también puede ocurrir con la bondad, hay que verla, imitarla, reflejarse en un espejo.¿Por qué la recomiendo?Bill Murray. Podría ser una razón más que válida por sí sola, pero la relación con el crío es bizarramente mágica y porque Naomi Watts con acento ruso es para ver. La mejor escena: la escena final. Murray en estado puro.