Revista Cultura y Ocio
No acabó de salir la luna engañosa, cuando la noche anterior se mostraba sincera, brillante. Dos horas antes en lo alto la contemplé y me pareció verla. Las ondas del mar acariciaban la orilla de piedras, unas lisas, otras sin erosionar. Probablemente las gaviotas dormían entre las rocas cuando estuve allí, sentada enfrente mirando por si Marte llegaba brillando. Un meteorito cruzó la curvatura de la tierra y se me antojó que buscaba el arrullo del agua profunda para descansar del viaje.Quise adentrarme y pisé la espuma, pero la oscuridad me cegó desde niña, dejó que jamás tuviera la valentía de estar sola en un paisaje sin luz, por eso me quedé falta de seguridad, de libertad.
Me retiro por el mismo sitio, abandonando una noche que pudo tener una luna. Por el camino pasaban veloces todos los autos, buscando su destino. Mi casa está a la vuelta, a menos de diez kilómetros; sin embargo, aún sin luz se puede percibir la dulzura y los aromas de una noche más o de una noche menos.
Tres pisos sin ascensor recorrieron mis pies, antes con merceditas y ahora descalzos y libres, por esos minutos en ascenso me pregunté si alguna carta empujada por el cálido aire se hubiera colado por la ventana con tapete verde. No había ninguna. El sueño llama y le quiero acompañar, me sugiere que mañana quizás la plateada brille para mí.
Texto: María Estévez