Revista Política

A la pureza por la castración, o viceversa

Publicado el 19 abril 2010 por Joaquim
A la pureza por la castración, o viceversa
Dice "Le Monde" hoy que un empleado municipal de la "commune" deSaint-Josse, una de las que componen Bruselas, "ha castrado cinco estatuas de la Academia local de Bellas Artes por creer que eran indecentes". El tipo dijo que con su acción pretendía "proteger a los niños de una escuela cercana, para evitarles que quedaran negativamente impactados al pasar por delante de las estatuas".
La verdad es que locuras como esta ni son nuevas ni son infrecuentes. Sabemos que un Papa renacentista hizo pintar estratégicos ropajes sobre las partes pudendas de las figuras lanzadas por Miguel Ángel a los techos de la Capilla Sixtina; otros les pusieron hojas de parra a las estatuas romanas o a sus copias en Italia y en otros países durante los siglos siguientes; y en fin, hace dos o tres años un imbécil que ejercía como Fiscal General del Estado de George Bush hizo cubrir la teta desnuda que enseñaba una alegoría en mármol de la Justicia en las escalinatas de la sede del más alto tribunal de los EEUU. Así que la cosa tiene antecedentes, como digo.

Lo novedoso del caso es que el energúmeno belga se entregó a la destrucción con el ánimo de "proteger" a unos niños que francamente, no parecen haber quedado nada traumatizados por la visión continuada de lo que el celoso empleado quiso evitarles seguir viendo. En realidad es muy posible que los niños, al contrario que el tarado castrador, ni siquiera hubieran reparado en el asunto, y que en todo caso se lo tomen con una naturalidad que el tipo en cuestión nunca ha conocido. Porque el corolario de esta historia, su enseñanza honda, es que los elementos verdaderamente peligrosos en estos temas son quienes pretenden que sus propias obsesiones son las que dominan a los demás.

En definitiva, cualquier psiquiatra diría que a quien estaba castrando el empleado belga no era a las estatuas, sino a sí mismo. ¡Qué lección para Rouco Varela y secuaces!.

En la imagen, el Juicio Final, de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina. Obsérvense los taparrabos pintados por Volterra sobre los cuerpos originales, que se han mantenido tras la reciente restauración de los frescos.


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