![A las parejas del Retiro A las parejas del Retiro](https://m1.paperblog.com/i/504/5046301/parejas-del-retiro-L-w5jJA1.jpeg)
A las parejas que retozaban en el césped, yo les hubiera advertido de algo parecido. Me hubiera acercado a ellas para tocarles el hombro y tras su sobresalto, decirles: «perdonad que os interrumpa pero ¿veis el susto que os he dado y lo cerca que estoy? pues esto mismo os lo puede hacer un caco. ¿Qué cómo lo sé? Porque yo también tuve diecinueve años, un primer novio y muchas urgencias hormonales de amor verdadero y cuando quise respirar para no ahogarme entre tanto amor, había un tío hurgando en mi mochila y robándome la cartera»
¿Dónde estará esa mochila? Era azul oscuro, de lona con herrajes y le había cosidos unos escudos muy chulos. Seguro que el Diógenes de mi madre la tiene guardada.
A las parejas de las barcas les hubiera dicho tantas cosas. En primer lugar que es mala idea montar en ellas, sobre todo es muy innecesario. Les hubiera invitado a que antes de decidirse a ponerse en la cola para alquilar la barquichuela, dedicaran un rato a ver a las otras parejas que ya andan en el agua. ¿Qué sienten? Bochorno. ¿Quieren protagonizar algo así? No, seguro que no. Con remar pasa como con montar a caballo, disparar o fumar, de tanto verlo en las pelis todos creemos que llegado el momento «tan difícil no será» y que haremos un papel digno. No. Nunca. Jamás. Mientras me acodaba en la barandilla a contemplar la puesta de sol y veía a las parejas remar, agradecí que Madrid nunca vaya a sufrir una riada. Los remos rozaban el agua una de cada veinte veces y sospecho que las barcas llegan al embarcadero por instinto. Eso sí, me sorprende que no haya más casos de «hombre al agua» viendo las maniobras desequilibrantes que hacen las parejas para hacerse una fotografía frente a un fondo de otras barcas con otras parejas también en equilibro y perdiendo los remos.
En una sección del paseo de coches había organizado un partido de hockey sobre patines. Eran equipos mixtos y la mejor con diferencia era una chica rubia, con una larguísima coleta que conseguía estar siempre donde estaba la pelota y en todas partes a la vez. No sé nada de hockey así que lo mismo el juego consiste en no tocar bola y no moverse de una posición, pero me quedé embobada mirándola. Todos eran bastante mayores, cuarentones y llevaban protecciones, guantes y espinilleras. Jugaban en silencio, sin gritarse y animarse. Ella, la chica de la coleta, no llevaba rodilleras y me quedé con ganas de decirle que se pusiera algo, que si se caía el asfalto le haría unas heridas muy feas. Definitivamente soy una señora mayor.
Al ponerse el sol, caminé hacia mi salida. Había parejas con carro de bebé paseando con pereza, con desgana, casi por obligación. Recuerdo esa sensación. Paseaban mirando a las otras parejas, a las sin carro y recordando su pasado. A estas parejas quería acercarme y decirles que después del carro, llega el patinete y después la bici y el balón y los globos y la marioneta y las barcas del estanque y la feria del libro... y después, mucho después, pasear a solas o quizás, otra vez de la mano.