“La nota dominante de su temperamento, pensó, era la melancolía, pero una melancolía atemperada por la fe, la resignación y una alegría sencilla”. ¿En qué medida vive la gente en un estado de melancolía? ¿Hay una resignación general hacia ese sentimiento concreto? ¿Se atempera de esta forma? No sabría decir si es melancolía lo que se siente de forma generalizada; pero sí decepción, vacío, desorientación e indefinición, como las nubes que van y vienen, que se unen y se separan, que se esfuman. Las sólidas certezas de nuestro marco vital se hacen añicos. El clima informativo actual es depresivo e infame: corrupción, guerra, irresponsabilidad, engaño. La realidad —mostrada y confeccionada— es una imagen vacía y hueca de nuestra civilización, un panorama desolador que pone a prueba las voluntades individuales y colectivas.
La dura e iniciática visita de su viejo amigo se torna insoportable al volver a casa. El círculo se cierra y el personaje vuelve al lugar al que pertenece: la “alegría sencilla” que no es tal. ¿Qué le espera? Un niño que llora y por el que no siente afecto, y una mujer en cuyos ojos “no hay pasión”. Su fracaso literario se plasma en el intento de leer a Byron, interrumpido por el lloro de su hijo; y en su incapacidad expresiva. El personaje se construye, de forma condensada e intensa, a través de sus sentimientos en esa jornada: “Había tantas cosas que quería describir; la sensación de hace unas horas en el puente de Grattan, por ejemplo. Si pudiera volver a aquel estado de ánimo…” (pág. 75).
Little Chandler es una “little cloud”, una pequeña nube que se esfuma. Sus aspiraciones de juventud se han evaporado y quedan en el fondo de su alma, tratando vanamente de realizarse. Aun así, él sabe que es más capaz que su amigo, y ello incrementa su drama. La maestría de Joyce evoca nuestro presente: la triste realidad que sufrimos en nuestras carnes. Muchos de nuestros sueños, que un día parecieron estar esperándonos, parecen esparcirse como las nubes. Y, además, las nubes son incontrolables y forman parte de la naturaleza. Pretender controlar la naturaleza parece una osadía. Las nubes de nuestras vidas no pueden ser inasibles; son nuestros anhelos. Es triste ver cómo, de forma generalizada, parece hacerse realidad lo que legó Joyce en este cuento: “No había duda de ello: si uno quería tener éxito tenía que largarse” (pág. 65). ¿Es demasiado tarde para escapar?