Revista Sociedad

A propósito de la homosexualidad (1)

Publicado el 29 enero 2014 por Tiburciosamsa

Vivimos en una cultura en la que nuestro Dios en el libro que coautoró nos dijo que los homosexuales (o más bien los sodomitas, término que le gustaba más) le ponían de los nervios. En el Levítico advierte: “No yacerás con un hombre como se hace con una mujer: esto es una abominación”. Y para que quede claro que no habla en broma, añade: “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron. Los dos morirán y serán responsibles de su muerte”.
Si dos homosexuales en plena jodienda le producían grima, un sitio como Lloret de Mar directamente le daba un ataque de nervios. La Biblia nos cuenta lo que ocurrió con uno de esos sitios, Sodoma. En Sodoma la gente estaba cometiendo un pecado horrible. Aunque la Biblia no especifica cuál, yo creo que el mismo nombre de Sodoma ya nos da una pista. Dios mandó a dos ángeles para que vieran si al menos quedaban diez heterosexuales en la ciudad (la Biblia habla de “justos”, pero sabiendo lo homófobo que era Dios, creo que mi interpretación es la correcta). Los sodomitas eran tan contumaces en su pecado que intentaron cepillarse a los ángeles del Señor. Lot salvó a los ángeles (o lo mismo les arruinó una noche de desenfreno que hubiera cambiado su manera de ver el mundo para siempre) y en compensación Dios les salvó a él y a su familia. Moraleja de esta historia: si eres gay y ves a un tipo con alas en la espalda por la calle, no le tires los tejos.

Jesucristo en el Nuevo Testamento no menciona a los homosexuales ni para alabarlos ni para condenarlos. Creo que la razón de este silencio es fácil de adivinar: entre las penas del Levítico y el castigo a los sodomitas, no quedaban muchos homosexuales en la Palestina de Jesucristo. Menos mal que San Pablo, que tenía cierta obsesión con las cosas de la entrepierna, vino a colmar este vacío. En Romanos 1 entre los impíos dignos de muerte, San Pablo mete a “los hombres, [que] dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío.” En 1 Corintios 6, coloca a los “afeminados” y a “los que se echan con varones” entre los que no heredarán el Reino de Dios. Por cierto que esos indignos tienen como compañeros de cordada a los ladrones, los borrachos, los estafadores, los políticos… (vale, lo reconozco, esto último es de mi cosecha, pero creo que mejora la carta de San Pablo).El Papa Alejandro VII equiparó en el Decreto del Santo Oficio de 24 de septiembre de 1665 las pajillas, la sodomía y la bestialidad, como pecados de la misma especie. O sea, que uno se pasa toda la adolescencia haciéndose inocentes pajillas y resulta que pecó tanto como si se hubiera tirado a todas las ovejas del vecino. Y dando una zancada temporal importante, nos venimos a la Declaración de la Sagrada Congregación de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 29 de diciembre de 1975. La Declaración critica la exaltación del sexo en nuestra sociedad y que todos andemos haciéndonos pajillas. La Declaración recuerda que el único sexo válido es el que va dirigido a la procreación. El resto de los polvos son pecaminosos. Incluso las pajillas son “graves desórdenes morales”. Puede, pero anda que no te dejan tranquilo cuando andas caliente y no tienes a mano otra cosa que tu propia mano. Evidentemente, con este plantamiento, los homosexuales no podían salir muy bien parados. La Declaración quiere ir de comprensiva y acepta distinguir entre aquellos homosexuales “cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas, es transitoria o a lo menos no incurable” y aquellos otros “que son irremediablemente tales por una especie de instinto innato o de constitución patológica que se tiene por incurable”. Lo peor es que estos segundos creen que su tendencia es natural y que tienen derecho a una “sincera comunión de vida y amor semejante al matrimonio”. Cómo se nota que el que escribió la Declaración no estaba casado. Lo digo porque equipara una sincera comunión de vida y amor a la institución del matrimonio. Cediendo al signo de los tiempos (a fin de cuentas la revolución sexual ya había pasado), la Declaración reconoce que hay que aproximarse a los homosexuales “con comprensión”, aunque no tanta que te seduzcan y acabes en una carroza en el Día del Orgullo Gay, “en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptacion social” y que su culpabilidad sea juzgada con prudencia.  Con Juan Pablo II, ese gran Papa que miraba hacia otro lado cada vez que le informaban sobre sacerdotes pederastas, la doctrina de la Iglesia se volvió más comprensiva con los homosexuales. La Carta a los obispos del 1 de octubre de 1986 de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe dice que la inclinación homosexual no es en sí un pecado, aunque constituya “una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral”. El Catecismo de la Iglesia Católica de 1997, tomando como base ese gran tratado científico que es el Génesis, dice que la homosexualidad es “una inclinación sexual desordenada, en sí misma, caracterizada por la autocomplacencia.”  Pero en el fondo hay que tener penita de los homosexuales porque “la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios”. Afortunadamente, la Iglesia es muy buena y “cuando rechaza las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, entendidas de modo realista y auténtico.”La última aportación de enjundia a la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad ha sido la del flamante cardenal Fernando Sebastián que ha dicho que la homosexualidad no es más que “deficiente sexualidad que se puede normalizar con tratamiento”.Es más, su comprensión de los homosexuales es tanta que está dispuesto a reconocer que la homosexualidad se parece mucho a la hipertensión de la que él sufre e insiste en que el señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa -ha insistido- es una ayuda porque muchos casos de homosexualidadse pueden recuperar y normalizar con un tratamiento adecuado".

En fin que la homosexualidad es un pecado tan nefando que ha tenido preocupadas a las mejores mentes de Occidente durante siglos. Lo triste es que lo mismo a Dios se la refanfinfla lo que hagamos con las cositas que nos puso en la entrepierna y todo esto no sea más que un rollo de prejuicios culturales.

Volver a la Portada de Logo Paperblog