Revista Cultura y Ocio

A propósito de la homosexualidad (2)

Por Tiburciosamsa
A propósito de la homosexualidad (2)
Antes de que San Pablo nos trajese la Buena Nueva, en el Mundo Antiguo no se hacían muchas pajas mentales sobre el sexo de la persona que te llevabas a la cama. Homero nos cuenta que Aquiles lo pasó fatal cuando Héctor mató a su amante Patroclo. Fue famosa la más que amistad con derecho a roce y mucho más entre Alejandro Magno y su amigo de la infancia Hefestión. Y ya para rematar, frente a la imagen tradicional del mariquita afeminado, tenemos en la antigua Grecia al Batallón Sagrado de Tebas, un batallón compuesto por amantes. Era una unidad de élite: ninguno de sus componentes quería quedar como un cobarde delante de su amado y preferían luchar hasta la muerte. O sea que tal vez la condena de la homosexualidad no sea tan universal. Tal vez a Dios se la traiga al fresco, aunque no fuera así con el profeta bíblico que interpretó Sus palabras, con San Pablo y con el cardenal Sebastián (por cierto que su apellido es el nombre del santo que se convirtió en el icono gay por excelencia).

Mi sospecha de que todo este rollo con la homosexualidad no es divino, sino humano y cultural, me vino confirmada con la lectura de “El gran espejo del amor entre hombres” de Ihara Saikaku. Ihara Saikaku es un escritor japonés de la segunda mitad del siglo XVII. En 1686 dio el pelotazo con su novela “Vida de una mujer amorosa” (hoy diríamos “ninfomana”, pero los japoneses son a la vez muy líricos y muy morbosos para las cosas del sexo). Empujado por el éxito de esa novela que le encumbró a nivel nacional, escribió en los años siguientes obras destinadas al mercado nacional. Una de estas obras fue “El gran espejo del amor entre hombres”, que es una colección de relatos sobre amores homosexuales entre samurais. Resulta indicativo de cuál era el estatus de la homosexualidad en el Japón del siglo XVII el hecho de que un escritor que busca el éxito pensase que una buena manera podía ser escribir relatos que ensalzasen el amor homosexual. En la introducción Saikaku cuenta cómo un pájaro instruyó al dios Kuni-toko-tachi en el ejercicio de la homosexualidad. La heterosexualidad comenzó más tarde, cuando el dios Susanoo se hizo viejo y no pudiendo cortejar ya a jovencitos, decidió bajar de categoría y montárselo con mujeres, lo que condujo a todos los espantos que trae el amor entre diferentes sexos, que suelen ser el matrimonio y los bebés. Saikaku extrañado se pregunta en la introducción: “¿Por qué será que, a pesar de que no hay diversión más maravillosa que el amor entre hombres, la gente de hoy en día no se da cuenta de sus exquisitos encantos?”
Con una pizca de ironía, Saikaku medita sobre las diferencias entre el amor homosexual y el heterosexual y se pregunta qué es mejor:¿Acostarte desanimado por el rechazo de una cortesana o hablar nostálgicamente con un actor de kabuki [eran muy solicitados por los homosexuales japoneses] que tiene hemorroides?
¿Cuidar de una esposa tísica o soportar a un amante joven que anda siempre pidiéndote dinero?¿Que te caiga un rayo en el cuarto donde disfrutas de un joven actor de kabuki o aceptar la cuchilla de afeitar que te tiende una mujer de la vida, de la que eres cliente habitual, para que te suicides con ella?¿Que se te aparezca por la noche el espíritu de un amante joven después de haber escuchado por la tarde historias de terror o que te visite una esposa de la que te habías divorciado para pedirte dinero?¿Hacer el ridículo enviando una carta de amor al joven que ya ha celebrado su mayoría de edad [a partir de ese momento el joven asumiría el papel de amante activo con efebos más jóvenes, nunca el de amante pasivo] o exponerse a ser mirado con recelo por enamorarse de una mujer que viste de manera más joven que lo que corresponde a su edad?”
La verdad es que las alternativas son tales que se me ha despertado un intenso deseo de abrazar la castidad… aunque no todavía, que diría San Agustín. Saikaku, que es quien nos pone en el brete de tener que elegir, lo tiene muy claro:… Pero que conste un hecho: aun en el caso de que la mujer en cuestión sea guapa y de buen carácter, y el joven resulte ser desagradable y chato, es un sacrilegio poner la homosexualidad al mismo nivel que la heterosexualidad.
Por lo general, los sentimientos de la mujer se asemejan a los sarmientos de la glicinia que, aunque tengan flores, siempre son retorcidos. Un joven, por el contrario, es igual que la primera flor del ciruelo: posee una belleza sutil e indecible, de exquisita fragancia, aunque en el tallo haya alguna espina. ¿No es lo más sensato, a la vista de esta disparidad, dejar a la mujer y quedarse con el hombre?”En los cuentos que siguen Saikaku presenta unos ejemplos de amor recio, basado en una profunda lealtad y en el sentido del honor. Son amores en los que lo tierno y delicado se da la mano con lo viril rozando casi el nivel de la experiencia mística. Son amores emocionantes… pero creo que me quedo con las mujeres con sentimientos que se asemejan a los sarmientos de la glicinia. Eso sí, ningún problema con quienes prefieran la primera flor del ciruelo, que sobre gustos no hay nada escrito. Incluso mejor, porque no nos pelearemos a causa de la botánica.



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