A propósito de los premios literarios

Entendemos que los premios literarios de cierta entidad están amañados, que son fruto de política y corrupción editorial, y sin embargo tomamos las bases del próximo certamen con ansia, anhelando la oportunidad que creemos que nos corresponde por derecho legítimo, con la única finalidad de penetrar en la burbuja de los escritores consagrados, donde creemos que merecemos estar, porque queremos salir en los periódicos y montar giras de presentación emulando a las estrellas del rock & roll, porque, en definitiva, nos creemos mejores que los demás. Es decir, queremos convertirnos en uno de esos escritores a los que ahora criticamos porque están donde querríamos estar nosotros. Qué digo: donde deberíamos estar nosotros. Puede llamarse envidia o quizá denunciamos la injusticia porque no podemos vivir de ella, porque como buenos españoles, criticamos al que mete la mano en el saco del dinero, pero pensamos que, en realidad, si nosotros pudiéramos hacerlo, lo haríamos. Somos culpables y legitimamos, con nuestros actos, la pervivencia de esa desigualdad, la falta de oportunidades para escritores que la merecen. La victoria otorgada y no merecida. El empujoncito. El padrino. Queremos publicar a toda costa porque el fin, para ti, para mí y para ellos, justifica los medios. No somos tan diferentes, pero no somos capaces de ver más allá de nuestras narices.