El chasquido de la hojarasca bajo las ruedas de la bicicleta era como que si estallaran miles de finos cristales, a medida que la bajada se pronunciaba el reguero de brillantes luces no hacía sino embellecer el paisaje de arboleda, y los castaños, preñados, y abundantes. Podría haber sucedido a mediados del siglo pasado,o tal vez, ayer, o quizás, hoy; lo atemporal seduce de tal forma que se puede viajar a cualquier parte del mundo y en cualquier época, apenas si hace falta nada, o casi nada. A lo lejos se vislumbraba la pequeña granja y justo al lado el granero, la chimenea no paraba de lanzar un velo hermoso al cielo, un velo oloroso; un enorme charco apareció igual que los duendes traviesos cuando se les antoja alguna diablura, pero lejos de moderar la velocidad, ella pedaleó mucho mas rápido y embistió al mar que la esperaba en medio del bosque. Una ola surgió desde la tierra anegándolo todo, de tal modo que la bicicleta y la señora quedaron como los mazapanes impregnados de miel, pero en este caso diría yo, que más bien se habían solidificado por la gran capa de barro gelatinoso, junto con los miles y miles de Protozoos.
No blasfemaría, nada de eso, aquello fue un bautizo en toda regla, por eso sonrió igual que una niña con los cachetes tatuados de churretes. Entonces comenzaron a sonar los valses y el sonido de un tiovivo con sus caballos trotando al aire. La embarrada señora lamentó lo poco que le había durado el gran acontecimiento, de cualquier tiempo, ya sea a mediados de siglo pasado, o por ende, hoy mismo.
Text0: +Maria Estevez