Soy la única en darse cuenta de que el sol atraviesa la ventana a la altura justa del crochet de la cortina para reflejarse en brillante diseño sobre la pared de la estufa, o que el aire tiene una calidez tan perfecta que casi se puede tocar.
Nadie más registra la cadencia de la respiración de mi hija mayor al irse durmiendo tirada en el sofá, a mi lado, o el verde bosque de los ojos de la menor, con sus chispitas marrones y picardía al mirarme. Son solo mías.
El crepitar de las llamas, el aroma de mi café, la tranquilidad de la tarde: todo eso es solo mío.
A veces siento que la felicidad me rebasa, que se acumula en la habitación y se derrama por el umbral, escapando a los tumbos por los escalones y llegando al jardín.
Tal vez por eso mi jazmín siempre florece.
EriSada