Hoy os traemos una reseña publicada en ABC Cultura, Libros de vino y rosas por Manuel de la Fuente:
http://www.abc.es/20121114/cultura-libros/abci-pueblo-guerra-libros-vino-201211131618.html
Sofia Fedórchenko. Hermida Editores. Introducción: Elías Canetti. Trad.: Olga Korobenko. Prólogo: Jaime Fernández. Cubierta: Lillette Gobin. Diseño de cubierta: Estelle Talavera.
MANUEL DE LA FUENTEMANOLHITO /
MADRIDDía 14/11/2012 -
10.44hABC
Niños soldados del ejército del Zar, heridos en un hospital rusoDurante cuatro años,
el terror y el espanto anegaron el alma de Europa, desde Francia hasta Siberia. Cuatro años de muerte, de dolor, de sufrimiento como jamás había conocido hasta entonces el Viejo Continente,
como jamás había visto la especie humana.La
I Guerra Mundial fue una carnicería en la que, además, por primera vez hicieron su aparición las armas de destrucción masiva: aviones, ametralladoras, blindados, gases venenosos que convirtieron aquel cuatrienio en el peor vivido nunca por la Humanidad.No importa qué trinchera elegir. En todas reinó la desolación, las tinieblas. Pero el caso nos lleva hacia el frente oriental, hacia las tropas del
Ejército Ruso. El Zar (hasta que los bolcheviques decidieran cesar los combates) movilizó hasta quince millones de soldados. De ellos, la gran mayoría personas de la Rusia profunda y rural, más de dos millones jamás volvieron a casa. Los que salvaron la vida, quedaron en tales condiciones que hubieran preferido morir. Los más afortunados intentaban recuperarse en los hospitales de sus terribles heridas, de sus mutilaciones. Olvidados de sus superiores, olvidados del Gobierno.
Ojos y agallas
Pero alguien sí tuvo los ojos y las agallas de estar a su lado, de ser testigo de su espanto. Y contarlo. Era enfermera y se llamaba Sofia Fedórchenko. Ella fue recogiendo sus testimonios y los compiló en un libro desolador,
«El pueblo en la guerra», un título que quedó para siempre como la antología del tsunami de dolor que es una guerra, y que por primera vez se publica en castellano.
Thomas Mann lo tenía por uno de sus libros de cabecera, subrayado en muchas de sus páginas. Otro Nobel,
Elías Canetti, lo llevaba siempre en su memoria: «Allí figuran todas las maldades que los hombres puedan decir. Al acabarlo, uno se siente atrozmente oprimido, es la imagen de la Primera
Guerra Mundial más fiel y verdadera que conozco».
LILLETTE GOBIN / ESTELLE TALAVERAPortada del libro
Fedórchenko recogió estas miles de voces anónimas y las convirtió en un coro de melodía desoladora, en una partitura que es difícil escuchar sin que al lector le cruja el alma: «El hambre te enseñará cosas... Yo, por ejemplo, he llegado a robar a un niño que dormía al lado del camino.. Había un niño durmiendo, no sé de quién era. No había nadie cerca. Agotado, tenía un pan debajo de la cabeza... Y yo le cogí el pan...»; «Se me desfiguró toda la cara, se me vació un ojo, perdí la memoria. Me vendaron y solo entonces me recobré. Y lo primero que hice fue agarrar la venda. Y chillé:
¿dónde están mis ojos?, ¿dónde están mis ojos. No entiendo quién tiene la culpa, pero siento tanto odio y tanta oscuridad y dolor que preferiría morir»; «Eso que dices es cierto: el alma no tiene nada que ver con el pellejo. Mi pellejo, por ejemplo, anda sin el alma durante horas cuando toca ir
al ataque. Es por eso que soy tan valiente».Han pasado cien años, dos décadas después de aquel espanto de nuevo el odio y el sufrimiento arrasaron Europa. Nunca, por más tiempo que pase, debemos olvidarlo. Para eso escribió
Sofia Fedórchenko. Que sus palabras sigan haciendo justicia.
Nota introductoria de Elías Canetti
DE «EL CORAZÓN SECRETO DEL LUGAR» GALAXIA GUTENBERG/C. DE LECTORESAyer leí -una vez más después de mucho tiempo- uno de los libros más sinceros que conozco. Lo tengo conmigo hace cincuenta y tres años: El ruso habla, apuntes de una enfermera, diálogos que oyó en boca de soldados heridos en un hospital en el frente, entre 1915 y 1916. Todo es de una gran verdad y suena como la mejor literatura rusa que uno ama, y quizá esta literatura sea tan buena porque en ella se habla como lo hacen esos soldados heridos, la mayoría de los cuales son analfabetos. Leí hasta muy entrada la noche, el libro entero de un tirón -no es largo, aunque sí de una riqueza inaudita-; me recordó al ruso con el que hace un año volví a reencontrarme en el recuerdo: Babel. Quizá me haya hecho pensar en todos los rusos que he leído últimamente. Son fragmentos breves, pero en cada uno de ellos habita el aliento que ya conocemos por los libros largos. Allí figuran todas las maldades que los hombres pueden decir sobre las mujeres, infinidad de palizas, bayonetas, borracheras, niñas destrozadas por cosacos; al acabarlo uno se siente atrozmente oprimido, es la imagen de la Primera Guerra Mundial más fiel y verdadera que conozco, no escrita por un escritor, sino hablada por personas que, sin sospecharlo, son todos escritores. La enfermera, Sofía Fedorchenko, califica sus apuntes de estenogramas, lo cual significa que pudo escribirlos muy rápidamente y sin llamar la atención, como ella dice, pues la gente estaba acostumbrada a verla anotar todo lo relacionado con su actividad profesional. De ahí que nadie desconfiara de ella y esas frases no sufrieran tergiversación alguna. Es tal la imagen de la guerra que de ellas se desprende que todos deberíamos conocerlas de memoria.