Polemistas. Ernesto Palacio usa por primera vez en la Argentina la expresión “historia oficial” en su libro “La Historia falsificada” (1939).Entre los conceptos más frecuentes en las contiendas historiográficas y políticas argentinas se cuenta el de historia oficial. Por lo común, esa frecuencia es proporcional a lo ambiguo de su empleo, una ambigüedad, no obstante, que lo hace funcional para usos tendenciosos. Para explicar la naturaleza de esa ambigüedad es un buen camino el de tratar de aclarar el origen de tan manoseado concepto, procedimiento que nos deparará algunas sorpresas, tal como advertir que la expresión “historia oficial”, en su empleo polémico, proviene de la cultura europea, y que puede haber llegado a Argentina por influencia de dos grandes movimientos de derecha, el de la Action Française –cuyo más conocido exponente fue Charles Maurras–, y el encarnado en los polemistas católicos británicos Hilaire Belloc y G. K. Chesterton.En la Argentina el uso más antiguo que registramos –aunque no es de descartar que haya habido casos anteriores– es el de un texto de Ernesto Palacio que integra su libro La Historia falsificada (Buenos Aires, Difusión, 1939). En un capítulo titulado justamente “La Historia oficial y la Historia”, en el que ubica el problema en el ámbito de la escuela media, la “historia oficial” consistía para Palacio en una versión del pasado elaborada por Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, y continuada en sus días por Ricardo Levene. Para Palacio, los principales rasgos de la historia oficial serían la exaltación de las reformas liberales de la Asamblea del Año XIII, el elogio de las figuras de Rivadavia y Lavalle, de la Asociación de Mayo, de la batalla de Caseros y, como “gloriosa coronación”, el encomio de las presidencias de Sarmiento y Avellaneda. Frente a esos símbolos de la “historia oficial” Palacio reivindicaba las figuras de Artigas y de Rosas –cediendo a la clásica tentación de los enfoques históricos sectarios consistente en reemplazar un panteón por otro–, acudiendo así a una sesgada visión de la historia nacional que se perpetúa, con variantes, en la polémica historiográfica argentina hasta los días que corren.Ernesto Palacio era entonces una joven figura del nacionalismo católico que incluía también al prologuista de ese libro suyo, el sacerdote jesuita Leonardo Castellani. En un prólogo a otro libro de Palacio ( Catilina. La revolución contra la plutocracia en Roma , Buenos Aires, Claridad, 1946), Castellani nos da una pista para rastrear el origen de ese particular uso de la expresión “historia oficial” al compararlo con una obra de Hilaire Belloc, de 1929, sobre Richelieu (Una de las ediciones en español: Richelieu , Buenos Aires, Juventud Argentina, 1939).También Muñoz Azpiri, más tarde, acudiría a Belloc para usar el eslogan (José Luis Muñoz Azpiri, Rosas frente al imperio inglés. Historia íntima de un triunfo argentino , Buenos Aires, Theoria, 1960) La referencia a Belloc es significativa porque ese autor inglés –aunque nacido en Francia– fue, junto a su amigo Chesterton, un campeón del catolicismo frente a la orientación liberal predominante en la historiografía británica, contra la cual esgrimió justamente el concepto peyorativo de “historia oficial”.En el prólogo de 1934 a su Historia de Inglaterra (edición en español: Hilaire Belloc,Historia de Inglaterra , Buenos Aires, C. S. Ediciones, 2005) escribía Belloc que “lo que podría llamarse nuestra historia oficial” tenía “el mejor ejemplo de un moderno libro de texto oficial” en la Historia de Inglaterra de G. M. Trevelyan. Pero el más resonante ataque de Belloc contra la historiografía liberal inglesa se dirigió en 1926 a otro famoso escritor británico, H. G. Wells, más conocido entre el público latinoamericano por sus obras de ficción, tales como El hombre invisible o La guerra de los mundos , aunque había cobrado fama también como autor de trabajos de crítica política y como cultor de otras actividades intelectuales, entre ellas, la de historiador.Como tal, había publicado una obra de notable éxito editorial, su Outline of History –Esquema de la Historia en ediciones en español– la que fue criticada con dureza por Belloc, crítica inmediatamente contestada por Wells. En Belloc, el concepto de “historia oficial” era un arma de utilidad para el combate con historiadores británicos a los que impugnaba por no conceder a la función del catolicismo en la historia europea la importancia que merecía.Sin embargo, originariamente, este concepto había tenido un significado más limitado. Con él se designaba a obras realizadas por encargo de gobiernos, tal como las medievalesChroniques de Saint-Denis, ou Grandes Chroniques de France, histoire officielle des rois de France , escritas por encargo real. Pero además de obras como ésta destinada a ensalzar las figuras de los reyes franceses, también se utilizaría más tarde la expresión respecto de obras de gobiernos que, frente a hechos históricos en los que un imparcial relato de la actuación de sus países podría comprometerlos –algo que no era infrecuente en Europa–, buscaban imponer su interesada versión de esos acontecimientos.En cambio, en el uso de los polemistas británicos y franceses, el sentido de “historia oficial” se deslizaba para convertirse en una herramienta de combate político. Ese deslizamiento consistía en que la expresión era aplicada no al producto de una decisión estatal sino a corrientes historiográficas, con un matiz de descrédito para la corriente criticada al considerársela fruto no de la investigación objetiva del pasado sino de prejuicios ideológicos. Por otra parte, el ataque afectaba no sólo a literatos famosos como Wells sino también a destacados historiadores del mundo académico británico y de las universidades francesas.La obra de Belloc, así como la de Ches–terton, tuvo amplia resonancia en los medios católicos de la Argentina y a ello contribuyó la revista Criterio. En la primera etapa de Criterio, que contaba entonces como asiduo colaborador a Ernesto Palacio, Belloc había publicado ocho artículos, entre 1928 y 1930, que ofrecían información sobre el estado del catolicismo en Inglaterra. Chesterton, que había colaborado también en la revista, en suBreve historia de Inglaterra (1917) había mostrado una similar postura historiográfica que la de Belloc. Además, puede decirse que su difusión se debió a la sobresaliente calidad literaria de sus trabajos. Aunque más conocido por sus novelas policiales, protagonizadas por el padre Brown –un sacerdote católico, figura rival del racionalista Sherlock Holmes–, Chesterton ocupa destacado lugar en la historia de la literatura inglesa por ese atributo de su escritura, tal como se refleja en los elogios de Borges –colaborador también de Criterio en aquellos años.Mientras Criterio daba lugar a Belloc y Chesterton, no hacía lo mismo con los miembros de la Action Française, condenados por el Papa en 1926 por considerar que utilizaban al catolicismo como arma política y no por real devoción –pese a lo cual sus publicaciones seguían siendo leídas en el entorno de la revista. En posturas como la expuesta en La Historia falsificada , Palacio –que pudo haber adoptado la expresión por efecto de sus simpatías por el grupo maurrasiano o por su lectura de Belloc–, el concepto de historia oficial fue dirigido contra una interpretación del pasado argentino que desmerecía la herencia española.Así, eran motivo de crítica la visión negativa del período colonial y las posteriores orientaciones intelectuales adversas a aquella herencia. Con ese propósito, Palacio unía dos objetivos distintos pero congruentes, el de defender esa tradición y el de rescatar figuras históricas que la habrían prolongado como la de Juan Manuel de Rosas.Este doble propósito se unía a otro argumento, el de una atribución de los males del país a la influencia extranjera, la británica, algo que podría considerarse otra paradoja del nacionalismo historiográfico, la de atacar lo europeo con un arma intelectual de ese origen.Posteriormente, en la Argentina, el nacionalismo historiográfico iría aminorando el énfasis en el catolicismo para priorizar la cuestión nacional. Con tal cometido, suele distribuir a los protagonistas de los sucesos del pasado según los términos de una esquemática y frecuentemente arbitraria distinción entre partidarios o enemigos de la nación, esquema del que el catolicismo puede o no ser parte pero en el que el mote de historia oficial perduraría.Pero en esta evolución, mientras se aparta radicalmente de la postura de Belloc y Chesterton, quienes repudiaban los sentimientos de patria y de nacionalidad por considerarlos cultos espurios que habían suplantado al del catolicismo (“lo que podríamos llamar –escribía Belloc en su Richelieu – religión del patriotismo, esto es: el culto de la Nación como supremo objeto de adoración”), adopta en cambio una postura afín a la de la Action Française que centraba su prédica en el patriotismo y en el enaltecimiento de la nación francesa..Por otra parte, en la Argentina actual, en aquellos alegatos con los que se busca desacreditar la actividad historiográfica de universidades y centros de investigación, el concepto denigratorio de historia oficial es aplicado con frecuencia a la historiografía universitaria –tal como lo hacían los maurrasianos–, y el principal argumento dirigido contra ella es el de haber omitido o difamado a las figuras como Artigas, Quiroga o Rosas, entre otros. Ese argumento peca de una grosera ignorancia de la historiografía universitaria argentina, no sólo la de los últimos años sino también de la que comenzó a desarrollarse en las primeras décadas del siglo XX, uno de cuyos objetivos había sido justamente el de imponer en la historia argentina un tratamiento equilibrado de las contiendas políticas del siglo XIX, revalorando la figura de Artigas, entre otras. En esos historiadores la crítica a las limitaciones de la historiografía inaugurada por Mitre y López era hecha con seriedad y sin desmerecer sus virtudes. Como explicaba hace tiempo, la demanda de objetividad histórica, basada en normas serias de investigación que, con su apelación a la compulsa rigurosa de fuentes primarias caracterizó a integrantes de la llamada Nueva Escuela Histórica, luego de 1930 se convertiría frecuentemente en un eslogan propagandístico para amparar alegatos carentes de rigor.El mote de “historia oficial” continuaba siendo utilizado así para descalificar lo que no se ajustaba a opiniones personales frecuentemente fundadas en prejuicios políticos o ideológicos. Pero con la creación en noviembre del 2011 del Instituto del Revisionismo Histórico, los que más han abusado de ella se han convertido en un ejemplo de lo que criticaban. Y con esto, asistimos a otra paradoja que alguien podría comentar irónicamente diciendo que al menos se ha logrado así cierta coherencia al restituir al concepto su sentido originario, convertido nuevamente en la designación de otra “historia oficial” sancionada por un gobierno.José Carlos Chiaramonte es historiador. Instituto Ravignani UBA/Conicet.
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