Revista Cultura y Ocio
La excepcionalidad del caso de la capitán del Ejército de Tierra Zaida Cantera no sólo estriba en el hecho de que haya sido acosada sexual y laboralmente por un superior, ni en que haya tenido la valentía de denunciar y de relatar su caso en el programa Salvados aunque aún le temblara la mandíbula al pronunciar el nombre del infame abusador, icono de un machismo patrio que nos retrotrae a la década de los cuarenta, sino también en que su lucha significará a la postre una cruzada para liberal Jerusalén de los infieles a la justicia más elemental; una cota de dignidad que todos y cada uno de nosotros, incluso los que en este caso juegan el papel de malos, merecemos.
Como bien apunta la capitán al principio del programa, el Ejército no es una democracia: «si das una opinión en la academia te dicen: eh, esto no es una democracia». Ni tampoco aspira a serlo, pues se rige por una cadena de mando basada en el acatamiento de órdenes. Creo que en esto estamos todos de acuerdo. Y precisamente por eso, y por muchas otras razones, yo nunca me alistaría en sus filas, pero esta máxima estructural de las Fuerzas Armadas no implica que dentro de ellas se puedan cometer todo tipo de atropellos sin que la justicia, sea ésta civil o militar, pueda entrometerse. «No tenéis ni idea del Ejército, de lo que realmente pasa y ocurre dentro», comenta Zaida en el espacio televisivo de Jordi Évole. Y en efecto, ¿quién sabe cuántos atropellos se cometerán dentro de un sistema que se rige por órdenes que han de ser obedecidas por muy irracionales que sean, por órdenes tal vez dictadas por un desequilibrado o un psicópata?: «si a mí me viola un superior, tengo que denunciarlo a través de mi superior», dice Cantera durante la entrevista.
Sin embargo, aunque no lo parezca, y salvando las muchas distancias que hay entre el caso de Zaida y cualquier otro caso de acoso sexual/laboral sufrido por un civil, el trasfondo de la cuestión, la lectura que subyace bajo el miedo, la soledad y la tristeza del acosado, no es muy distinta; cualquiera que haya sufrido alguna vez acoso laboral empatizará enseguida con el sufrimiento de Zaida, porque al final la verdadera dificultad de todo esto es la dureza que supone enfrentarse a la maquinaria de un sistema establecido, sea el que sea. En el caso de Zaida, se trata de un sistema militar, y por ende tendente a defender siempre al oficial de mayor rango, pero en el caso de los civiles, se trata muchas veces de un sistema basado en el capital, que también tiende a creer que el superior, por el mero hecho de serlo, no puede ser el malo de la película, puesto que, además, quien se queja y denuncia, quien lucha por sus derechos o su dignidad, desarrolla siempre el perfil de “persona conflictiva” de cara a la opinión pública. Un jefe de área, un supervisor o un director general son figuras que suelen rechazar el enfrentamiento directo con sujetos de igual rango, pues esto acarrea estrés, problemas internos y disgustos. De este modo, ocurra lo que ocurra, el acosado, denunciante o no, acaba encerrado en un cuarto a oscuras desde donde no es capaz de enfrentarse a la maquinaria de un sistema que ni siquiera es capaz de ver. Y de esto modo termina desquiciado, solo y señalado. Una sensación de frustración que generalmente conduce a la rendición. O dicho de otro modo; a que siempre gane el sistema.
Los coroneles que declararon como testigos en el caso Zaida tildaban a la capitán de “conflictiva”. Una argucia sutil para anular todo concepto de justicia, toda tendencia a la compasión, a la empatía y, sobre todo, y más importante, a la humanidad; requisito que debería exigirse a cualquier mando directivo con seres humanos a su cargo, sea éste el director de un banco, el dueño de una empresa o el capitán de un barco, pues al final tratar a tus subalternos con humanidad, sentir lo que ellos sienten, empatizar, es el mérito que debería diferenciar a un superior de sus subordinados. Lo demás, sean valores o virtudes, sea mera experiencia laboral, ya viene escrito en el currículo.