Editorial Anagrama. 731 páginas. 1ª edición de
2006, ésta es de 2008.
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
En 2014 comenté aquí mi relectura
de Cien
años de soledad de Gabriel
García Márquez, y hablé de aquella conversación en un bar de Malasaña, tras
la presentación del libro de un amigo, con uno de los editores de una mítica
editorial mediana, hoy casi desaparecida. Hablábamos de esos libros que te
entusiasmaron en la primera juventud y que si te acercas a ellos de mayor se te
caen de las manos. Al editor le había ocurrido esto con Cien años de soledad, algo que, algún año después, no me pasó a mí
cuando lo releí. Y, por contraste con García Márquez, ensalzaba al Richard Ford (1944, Jackson,
Mississippi) de Acción de Gracias, un libro que le parecía muy superior a Cien años de soledad. Me dio rabia en
aquel momento que yo de las de novelas de Bascombe hubiese leído El
periodista deportivo y El Día de la Independencia, pero no
el cierre de la trilogía: Acción de Gracias. Creo que en
aquella tarde de finales de 2012 se fraguó el deseo de leer los tres libros de
Frank Bascombe seguidos, un deseo que se avivó cuando apareció Francamente,
Frank.
En Acción de Gracias estamos
en noviembre del año 2000 y Frank Bascombe ha cumplido ya cincuenta y cinco
años. Ha dejado su casa de Haddam (en el interior de Nueva Jersey) y se ha
trasladado a vivir a Sea-Clift -un pueblo de nombre inventado, ubicado en la
costa de Nueva Jersey- ocho años antes. Sigue dedicándose al negocio
inmobiliario. Dejó la inmobiliaria para la que trabajaba en Haddam y ha creado
una nueva en Sea-Clift. Además, desde hace un año y medio, le ayuda con el
negocio Mike Mahoney, un inmigrante de origen tibetano (a pesar del nombre que
ha decidido tomar, de origen irlandés).
Como ocurre en los otros dos
libros de esta trilogía, la acción principal transcurre en tres días, en el día
de Acción de Gracias del año 2000, aludido en el título y en los previos. Pero
existe aquí una variante: a la minuciosa descripción de la vida de Bascombe en
tres días le antecede un preludio de ocho página, cuya acción estaría situada
en el tiempo unas semanas antes de los tres días del cuerpo principal del
libro; y además existe un capítulo final de veinticinco páginas, que se adentra
unas semanas en el futuro de los tres días narrados.
Han ocurrido dos acontecimientos
importantes en la vida de Bascombe durante el último año: Sally (su segunda
mujer, que le fue presentada al lector en El
Día de la Independencia) le ha abandonado en junio. Por El Día de la Independencia el lector
conocía la existencia de Wally, el primer marido de Sally, que había sido dado
por desaparecido después de que regresara traumatizado de la guerra de Vietnam
y decidiera abandonar su hogar sin dar señales de vida. Wally, después de
tantos años, reaparece en la vida de Sally (casada ahora con Frank) y el
impacto que sufre es tan fuerte que decide dejar a Frank por Wally porque
quiere volver a conocerle.
Dos meses después del abandono,
en agosto, Bascombe ha recibido la noticia de que tiene un cáncer de próstata.
Como tratamiento, los médicos le han introducido en ella un cargamento de
semillas radioactivas. Una de las molestas consecuencias de todo esto es que
necesita orinar cada hora. Debido a que por motivos laborales tiene que viajar
mucho en coche por las carreteras de Nueva Jersey, se ha vuelto frecuente para
él el hecho de tener que parar en cualquier cuneta o callejón para poder
aliviarse. Lógicamente todo esto es leído por el lector como un símbolo de la
decadencia física de Bascombe. También existe en el texto otro símbolo que nos
indica que Bascombe se está haciendo mayor: en esta novela, hacen su irrupción,
por primera vez en la trilogía, internet y los teléfonos móviles. Bascombe –en
contra de la opinión de Mike- se resiste a que su empresa inmobiliaria tenga
web y ha decidido prescindir del móvil.
Me he percatado, al leer este
tercer libro, que las fiestas que se celebran en ellos: la Pascua en El periodista deportivo, el 4 de julio
(día de la independencia norteamericana) en El
Día de la Independencia, y Acción de
Gracias aquí, están unidas de forma simbólica a periodos de la vida de
Frank Bascombre: la Pascua se celebra a finales de marzo o principios de abril
y en ese primer libro él tiene treinta y ocho años para cumplir treinta y nueve,
y por tanto se encuentra al final de la primavera de su vida. En el segundo
volumen, nos encontramos en el cálido verano y Frank tiene cuarenta y cuatro
años, atravesando su madurez. Acción de Gracias
sitúa su acción a finales de noviembre y esta novela está plagada de avisos de
muerte, aunque Frank no es aún demasiado mayor, puesto que tiene cincuenta y
cinco años.
Sally, que se ha ido a vivir a
Gran Bretaña, con su marido resucitado de entre los muertos, no sabe que Frank
tiene cáncer.
En los tres días en los que
transcurre el tiempo de la novela veremos, como suele ser habitual, a Frank
circular por las carreteras de Nueva Jersey, trasladándose de Haddam a
Sea-Clift, y relacionándose con Ann, su exmujer, que recientemente ha enviudado
de su segundo marido, y parece considerar que puede que no sea una mala idea
volver con Frank; o con sus hijos: Paul, que tiene ahora veintisiete años, y
vive en Kansas City, trabajando en una empresa que hace tarjetas de
felicitaciones, y Clarissa, que tiene veinticinco y se debate entre ser
lesbiana o volver a ser heterosexual.
Me ha resultado curioso ver cómo,
junto a personajes nuevos –el estupendamente construido Mike Mahoney-, aparecen
aquí personajes del pasado de Frank, como por ejemplo Wade Arsenault, el padre
de la bella Vicki, con la que viajó a Detroit en El periodista deportivo y con la que estaba dispuesto a casarse, y
todo acabó con un puñetazo de ella que le tiró al suelo. Frank, que tiene pocos
amigos en su actual Periodo Permanente (“El Periodo Permanente tiene el
cometido específico de eliminar preocupaciones sobre la propia existencia y el
modo en que se traslada todo a la conciencia.”, pág, 115), volvió a coincidir
con Wade, ahora un anciano que vive en una residencia y queda con él para
acudir a contemplar demoliciones de edificios. El segundo día de la narración
acudirán a una, un símbolo más de todo lo que desaparece, de todo lo decadente.
Como telón de fondo el tema de la
política gravita sobre todo el libro: al fin y al cabo la historia está
ambientada en el largo proceso electoral entre Gore y Bush, que tras los
episodios políticos de Florida, va a dar como ganador a Bush, el candidato que
no le gusta a Bascombe.
Me llamó la atención el salto que
se da desde El periodista deportivo a
El Día de la Independencia en
cuestiones políticas: en El periodista
deportivo, Frank, todavía inmerso en la nebulosa de dolor que le ha dejado
la muerte de su hijo primogénito, no parece preocuparse por la política. En la
página 226 de este primer libro una vecina le pregunta: “¿Qué le parece lo que
está haciendo nuestro gobierno con esa pobre gente de Centroamérica?” y Frank
contesta: “No sigo muy de cerca ese tema.”, y esto parece ser todo. En El Día de la Independencia Frank se
declara abiertamente demócrata y lanza sus diatribas contra Bush. Recuerdo que
esto me llamó la atención cuando leí el libro por primera vez en 2001: un gran
escritor como Ford hacía que uno de sus personajes más emblemáticos se
definiera políticamente de forma muy claro, y no supe si eso era una buena idea
narrativa, si, tal vez, esta decisión podría quitarle lectores a Ford. Luego me
he dado cuenta de que la aspiración artística de Richard Ford es reflejar al
ciudadano medio norteamericano de su generación y necesitaba darle una identidad
política para hacerlo, para marcar la idiosincracia de los barrios
residenciales: “¿Qué dirán los científicos, dentro de unas décadas, sobre
nosotros, los que vivimos aquí, en estos barrios residenciales, cada uno en su
propia y particular parcela?” (pág. 72)
En Acción de Gracias, las diatribas contra los republicanos no son
pocas; esto, por ejemplo, se puede leer en la página 83: “Nos acercábamos a la
mitad de la ridícula presidencia de Bush”, o sobre su padre: “Durante el verano
de 1991 –cuando el chalado de Bush padre, el viejo, aún seguía ahuecando sus
propias alas de pato” (pág. 134). Así se define a sí mismo Frank Bascombe en la
página 267: “Soy: un izquierdista, defensor de los negros, partidario de que el
gasto público se pague con impuestos, de que haya seguridad social para todos,
del derecho al aborto, de los derechos de los homosexuales, de los derechos del
consumidor, de la conservación de la naturaleza.”
La tensión política en la
norteamericana de finales del 2000 es fuerte y Frank acabará metiéndose en una
estúpida pelea de borrachos en un bar de Haddam por estos temas.
Hay aquí una escena que me gusta
mucho: a Frank un niño le ha roto con un ladrillo un cristal del coche,
encuentra ya de noche un talle abierto para que se lo reparen y mientras lo
hacen va a tomar copas a un antiguo local en que el que se juntaba con sus
amigos del Club de Divorciados (sobre lo que leímos en El periodista deportivo), mira por la ventana y describe la
actividad del taller y del aparcamiento. “Edward Hopper en Nueva Jersey”, dice,
y sí, en estas páginas de Ford hay muchos de viñetas de cuadros de Hopper.
Acción de Gracias empieza reflexionado sobre las implicaciones de
un disparo y casi termina con otro disparo. La violencia norteamericana sigue
aquí presente. Pero diría que al introducir en los pensamientos de Bascombe las
reflexiones sobre el fin de la existencia, el discurso de Acción de Gracias se eleva frente al de El Día de la Independencia, y puede que sí, que Acción de Gracias –como suele apuntarse-
sea el mejor libro de la trilogía.
¿La lectura de un libro como Acción de Gracias anula, en otro orden
de cosas, el poder disfrutar en la vida adulta de la lectura de libros como Cien años de soledad? No, o no al menos
para mí. Los dos, con estilos e intenciones muy diferentes, me parecen grandes
libros.