Por Bernardo Gutiérrez.
Yorokobu.
Ciao, burocracia. La eclosión 2.0 y la crisis han propiciado la llegada de la nueva era de la adhocracia, un prototipo de organización flexible, innovadora y multidisciplinar. Del urbanismo a la educación, de la programación al diseño, la adhocracia pide paso.
Cory Doctorow, un aclamado escritor de ciencia ficción y activista digital, imaginó un mundo sin burócratas en su primera novela, Tocando Fondo: en el reino mágico, en 2003. En el futuro utópico del libro, los fans gobiernan Disney World y la reputación social es la divisa más valiosa.
El mayor interés de los políticos es desarrollar proyectos participativos de cultura popular. Los burócratas, simple y llanamente, no existen. El mundo, gobernando por un equipo flexible, rotativo y multidisciplinar, se aleja de los pasados distópicos y de las democracias imperfectas del siglo XX. Doctorow bautizó su sistema ideal de gobierno como adhocracia.
En realidad, Cory Doctorow no estaba inventando nada. El concepto de adhocracia fue creado en 1964 por los pensadores Warren G. Bennis y Philip E. Slater para intentar describir un nuevo modelo de organización flexible, intuitiva e innovadora.
Incluso ya había existido durante la Segunda Guerra Mundial un prototipo de organización del futuro concepto de adhocracia: los equipos ad hoc (aquí y ahora) que los ejércitos montaban y disolvían después de terminar una misión específica y transitoria. Pero fue durante el poshippismo de los años setenta cuando el concepto de adhocracia maduró gracias a pensadores como Henry Mintzberg o Alvin Toffler.
Ambos desconfiaban del mundo vertical. De las soluciones cuadradas. De los expertos endogámicos. Del farragoso aparato de las organizaciones grandes. De los gobiernos. De las burocracias. Y por eso se esforzaron en crear un imaginario de adhocracia, un cuerpo teórico de organización flexible, multidisciplinar y dinámica.
Futuro cercano
El futuro imaginado por Cory Doctorow ya ha llegado. Es presente. La crisis económica mundial y la popularización de Internet están dinamitando un modelo enroscado en los viejos paradigmas. Estamos aterrizando de lleno en la era de las organizaciones de poder (cracia) ad hoc (aquí y ahora). Organizaciones post it. Grupos pop up de acción. Organizaciones netamente adhocráticas. Pero con un matiz de inteligencia colectiva, colaboración, crowdsourcing y descentralización no previstas por los teóricos setenteros.
Ejemplos no faltan. Una legión de traductores generan subtítulos de series, películas y documentales con total eficiencia. Cualquier foro ciudadano –forocoches.com, burbuja.info…– sustituye al más selecto de los clubs de expertos. El proyecto de carriles bici de una ciudad lo diseñan colaborativamente sus ciudadanos (como el caso de Madrid y MediaLab Prado).
La educación se abre en proyectos transversales, como Edumeet o el Open Source Creation, que Edgar Barroso sugiere desde la Universidad de Harvard. Las soluciones urbanísticas se cocinan en conjunto entre geeks, vecinos, urbanistas, diseñadores y/o artistas (como hace el aclamado estudio Ecosistema Urbano o el belga Lateral Thinking Factory).
La España adhócrata
Paradójicamente, España, el país del ‘vuelva usted mañana’, el país en el que los niños soñaban con ser funcionarios, es una potencia adhócrata. El ámbito del urbanismo es, quizá, el más evidente. En España surgieron prestigiosos colectivos multidisciplinares que trabajan siempre en equipo y que, incluso, se niegan a hablar a título individual, como Zuloark, Paisaje Transversal o Todo por la Praxis. Este enjambre de sociólogos, economistas, arquitectos, artistas, informáticos y adhócratas inclasificable sustituyó el grito del Do it Your Self (DIY) por el DIWO (Do it with others). La competición por la colaboración. Y la espiral parece no haber más que empezado.
En el País Vasco opera una de las empresas que mejor encarna los ideales difusos de la adhocracia: Conexiones improbables. Esta empresa bilbaína incorpora siempre a un artista en sus procesos de consultoría. Conexiones Improbables trabaja, en sus propias palabras, en “proyectos de investigación colaborativa y cocreación”. Vale la pena detenerse en su declaración de intenciones: “[Conexiones Improbables] se basa en los paradigmas de la innovación abierta y en los principios de la intersección entre ámbitos, disciplinas y personas diversas. Así, pone en relación artes, pensamiento, ciencia, empresa y gobernanza en la búsqueda de nuevas preguntas y respuestas”.
Las conexiones
¿Qué conexión improbable necesita una organización para dejar de ser burocrática? ¿Encajan los nuevos modelos de organización surgidos en un mundo altamente digitalizado con las definiciones clásicas de adhocracia? ¿Qué organigrama tendría una adhocracia perfecta?
Henry Jenkins, en su ya clásico libro Convergencia cultural (2006), calificaba la adhocracia de la siguiente manera: “Se caracteriza por la falta de jerarquía. Cada persona se enfrenta a un problema basado en sus propios conocimientos y habilidades, y el liderato cambia según va evolucionando el proyecto. Es una cultura que convierte el conocimiento en acción”. Lo estático, en palabras de Jenkins, pasa a ser una constante “tensión dinámica”.
¿Será que la adhocracia, en el nuevo milenio, no es exactamente una organización y sí una hoja de ruta? ¿Un estado de ánimo poroso que impregna todo? ¿Una nueva receta de conocimientos remezclados? ¿Un nuevo marco de convivencia de disciplinas?
Marco Lampugnani, del estudio de arquitectura italiano Snarkive, describiendo su forma de trabajo en un proyecto de la localidad italiana de Aulleta, brinda algunas pistas: “Reconocemos la imposibilidad de tener proyectos complejos; abrazamos las competencias no ortodoxas y la participación de la sociedad mas allá de la simple comunicación”.
Los proyectos dejan de ser algo cerrado, definitivo, en alfa. Todo pasa a un eterno “estado en beta” (inestable, inacabado), como suele afirmar Ethel Baraona, fundadora del estudio DPR-Barcelona. Curiosamente, Ethel es una de las comisarias asociadas de la Istanbul Design Bienal, que se celebrará en octubre, y tiene como eje la adhocracia. “Bienvenidos a la era de la adhocracia –escribe el comisario Joseph Grima–.
La adhocracia atraviesa las convenciones y dinamiza estructuras para capturar oportunidades, autoorganizaciones, y desarrolla inesperadas metodologías de producción”. La adhocracia, continúa Joseph, “habita lo horizontal, el reino rizomático de las redes en el que la innovación –inventiva, subversiva, antidogmática, espontánea– puede venir de cualquier lugar”.
La adhocracia, en el nuevo milenio, prima las conexiones por encima de los objetos, personas o productos. El vínculo, los hilos, es más importante que la existencia física de los elementos aislados. La adhocracia podría ser un remake de la teoría subatómica, que considera las partículas algo inestable, mero movimiento, apenas una probabilidades de ser. Nadie sabrá nunca dónde se encuentra una partícula subatómica: apenas tendrá una aproximada probabilidad de estar en alguna parte. Por eso, las partículas apenas pueden ser entendidas incorporadas en un sistema interconectado. La relación entre las partículas es la única razón de ser de un átomo (y de un equipo adhócrata).
Reputación, valor de cambio
El belga Michel Bauwens, máximo responsable de la Foundation for P2P Alternatives, suele afirmar que movimientos como Occupy Wall Street o el 15M son los prototipos de organizaciones del futuro, modelos de una adhocracia perfecta. Bauwens elogia con entusiasmo, por ejemplo, el Street Vendor Project que Occupy Wall Street puso en marcha en las calles de Nueva York. El movimiento resolvió un problema de una forma colectiva. Los restaurantes colindantes a Zuccotti Park se estaban arruinando porque el movimiento Occupy recibía muchas donaciones de comida. A través de un Wiki, Occupy resolvió el gasto de una parte de las donaciones en dichos establecimientos.
¿Ha cambiado mucho la definición de adhocracia desde aquella primera intuición de Bennis y Slater? ¿Será que la ciencia ficción de Cory Doctorow se ha quedado anticuada en apenas una década? La adhocracia en la era digital se disfraza de la inteligencia colectiva preconizada por Pierre Levy. Camina de la mano del espíritu colectivo de la Wikipedia. Coquetea con esa nueva ilustración abierta cocinada por amateurs de la que habla el sociólogo Antonio Lafuente.
Se difumina en la sociedad P2P de intercambio y colaboración vislumbrados por Yochai Benckler. Y su definición-acción muta hacia nuevos territorios oblicuos en los que el paradigma del experto Peter Walsh se funde con la horizontalidad de las redes. El colectivo Paisaje Vertical, por ejemplo, relaciona la adhocracia con un sueño de “una plataforma abierta y transdisciplinar, es decir, una infraestructura que sirva para propulsar proyectos”.
Volvamos a un detalle del utópico mundo adhócrata de Cory Doctorow. Profundicemos en su divisa oficial, el whuffie: una moneda efímera, social y, prácticamente, intangible. El whuffie es algo así como la reputación social de cada persona. Algo parecido a la puntuación en sitios eBay (subastas) o del couch surfing (comunidades de viajeros).
Traduciendo: como si el karma de agregadores de noticias, como Menéame o Barrapunto, tuviesen un valor monetario. La reputación funciona como una divisa. El vínculo entre partículas genera reputación. Y la red conectada de la adhocracia, aparte de solucionar problemas colectivos, genera un sistema sostenible donde ya no hay lugar para la soledad subatómica de las partículas.
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12 June, 2012 | 05:02 | Lo escribe Bernardo Gutiérrez