Revista Política
Los cambios que Rodríguez Zapatero ha introducido en la composición de su Gobierno tienen el mérito de cerrar una etapa y abrir otra, que se presume muy diferente. O no. Todo dependerá de como evolucione la crisis, no sólo la económica -en el supuesto de que realmente exista-, y eso es algo que escapa de las manos de nuestros acogotados o cómplices (tachar lo que no proceda según casos) gobiernos occidentales, aunque ya se han dado algunos pasos para pactar una salida con quienes realmente tienen la sartén por el mango.
De todas maneras, y mirando la composición del nuevo Gobierno español, parece claro que Zapatero se ha enmendado a sí mismo y ha echado mano de gente segura y fuerte. Ahí está Pérez Rubalcaba, el fuerte entre los fuertes, promocionado a primer ministro in péctore. Y Ramón Júaregui, veterano de mil batallas internas en los años ochenta y noventa, un hombre siempre al servicio de quien mande. Y Valeriano Gómez, un desconocido para la ciudadanía pero con buen enganche y cierto peso en los medios sindicales profesionalizados.
En línea con este reforzamiento, Zapatero ha soltado lastre degradando a dos ministras-florero:Bibiana Aído, de "Igualdad" y Beatriz Corredor, de "Vivienda", rebajándolas a Secretarias de Estado a las órdenes de otros ministros. Se conoce que como hay mucho paro en el país el presidente no ha querido aumentar las cifras, y les ha mantenido el sueldo a las dos pero quitándoles los juguetes creados a medida y perfectamente inútiles que manejaban.
También sale por la ventana Celestino Corbacho, presunto ministro de Trabajo y presunto dirigente del PSC. Es obvio que tal como están las cosas ni Pablo Iglesias habría sido capaz de enderezar ese ministerio; cuanto menos un fugado del andamio, de cuya mentalidad y actitud dio cuenta públicamente su mujer hace algún tiempo durante la fiesta del 30 aniversario del PSC, al proclamar lo feliz que se sentía habiendo alcanzado lo máximo como mujer, que es "ser esposa de un ministro" (sic). No se entiende tanto la defenestración de Elena Espinosa, una mujer trabajadora y discreta aunque carente, eso sí, de apoyos mediáticos o tribales.
Y desde luego, no sorprende que el presidente haya prescindido finalmente de María Teresa Fernández de la Vega. Esta mujer se ha abrasado apagando fuegos y poniendo la cara allá donde la frivolidad de su jefe o la estulticia de algunas de sus compañeras de gabinete lo requería (recuerden sus comparecencias ante la prensa cuando el caso de la gripe A, luego de haber tenido que sacar de delante de los medios a Trinidad Jiménez). En su día se la consideró una excelente alternativa sucesoria a Zapatero, pero esa función de bombera ha terminado con sus posibilidades. Además, había demasiada gente empeñada en echarla; ahí está Pedro J. Ramírez, director del periódico de extrema derecha El Mundo y sorprendente consejero áulico de Zapatero desde al menos 2004 (aunque también uno de los principales perdedores en esta remodelación ministerial al no haber podido impedir el ascenso de Rubalcaba, que pone en peligro la vuelta al Gobierno español del Partido Popular).
El fichaje de Rosa Aguilar, ex dirigente de IU, me temo que es puramente cosmético, tal como indica el poco peso político del cargo adjudicado, ministra de Medio Ambiente. Aguilar daba para mucho más.
Inenarrable sin embargo, la entrada en el Gobierno de Leire Pajín como ministra de Sanidad, una zapaterada que viene a compensar el cierto desguace habido en la "casa de muñecas" monclovita con las salidas de Aído y Corredor y el aparcamiento de las ambiciones de Carmen Chacón, compuesta y sin vicepresidencia que la lance en la carrera de la sucesión de Zapatero. Leire Pajín viene a disputarle además a la Chacón esa condición de "musa progre juvenil" que cultiva con tanto esmero la actual ministra de Defensa. A sus 34 años, el descaro, la ambición y el morro (cara dura) que le echa a la vida y a la política la "señorita Pajín", como diría Alfonso Guerra, corren paralelos a su vacuidad, indocumentación y ganas de figurar. Poner el ministerio de Sanidad en sus manos sería un acto de irresponsabilidad suprema sino fuera porque las competencias de esa casa hace tiempo que pasaron en su práctica totalidad a las Comunidades autónomas, lo que le convierte en un juguete idóneo para promocionar "barbies" sin experiencia humana ni política.
Y hablando de feministas de hojalata, ahí tienen a "la Trini", como ella misma gusta de nombrarse, convertida en ministra de Asuntos Exteriores. Que Moratinos necesitaba ser relevado es evidente, dado lo quemado que ha terminado el hombre tras seis duros años de intenso trabajo. Pero que su sustituta sea Trinidad Jiménez convierte el asunto en un mal chiste. Jiménez viene de ser derrotada por un casi desconocido en unas primarias territoriales del PSOE, en las que Moncloa y el aparato del partido se habían volcado en su favor; el premio a un nuevo fracaso de la pizpireta y retrechera Trini es una vez más, el salto hacia arriba. Uno se barrunta, con todo, que con este nombramiento lo que Zapatero hace es reservarse para sí la cartera de Exteriores, cargo al que seguramente se dedicará en lo que queda de legislatura dejando la política interna española en manos de Pérez Rubalcaba.
El ascenso imparable de Rubalcaba en fin, es una apuesta por la única vía que puede salvar al PSOE y a la izquierda española de un desastre electoral sin precedentes en 2012. Si los famosos "mercados" dan por bueno el nuevo Gobierno que ha pergeñado Zapatero y aflojan la presión en torno al cuello de la economía y las finanzas españolas, y si ETA iniciara pronto la vía a su disolución (cosa que seguramente tiene mucho que ver con lo anterior; al cabo en la globalización, y seguramente antes también, mercados, terrorismo e imperialismo no dejan de ser todo una misma cosa), las posibilidades del Partido Popular de retornar al poder por vía democrática podrían reducirse a cero. La crisis entonces, cambiaría de acera. En la fotografía, Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente, ministro de Interior y portavoz del Gobierno.