La Adoración de los Magos es la última gran fiesta de la Navidad, aunque el tiempo litúrgico termina con el Bautismo del Señor. Es una fiesta de capital importancia en el mensaje cristiano. Se le llama Epifanía (del griego “epi”: primera, y “fanía”: aparición) porque es, en efecto, la primera manifestación de la divinidad de Cristo. Sobre todo, es la primera manifestación de la universalidad de la redención: porque Jesús, que es el Mesías esperado y procede de la estirpe de David, no viene a salvar sólo al pueblo judío, sino a todos los hombres. Sin excepción.
En Rey de Reyes (1961), la escena empieza con una evocación del Evangelio de S. Mateo: “Cuando el Hijo de Dios nació en Belén de Judea, tres Magos vinieron de Oriente”. Pero, a continuación añade algunas tradiciones populares: “Se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Venían de Persia, Mesopotamia y Etiopía”. En el desarrollo de la escena es importante tanto el juego de la luz (con los Magos recortados en silueta sobre el horizonte) como el tono costumbrista del establo, con diversos animales domésticos ubicados en el portal. El sentido pictórico de la secuencia se refleja en la composición de los grupos (en la puerta los Magos, a la izquierda José y los pastores, al fondo la Virgen con el Niño), y también en el silencio con que se desarrolla todo: ni una sola palabra rompe el recogimiento de este pasaje.
Por otro lado, en La historia más grande jamás contada (1965), la escena se nos muestra rica en contrastes y en el uso simbólico de la luz, como ya dijimos en el primer artículo de esta serie. Los ropajes blancos de los Magos contrastan con el negro oscuro en que transcurre la acción. La única luz de la escena es la que proviene del candil de José, tal como vimos en un artículo anterior.
La puesta en escena juega con los distintos espacios. En el espacio más interior (el establo) están José, María y el Niño; ahí entran los Magos, que ofrecen sus presentes y explican el sentido que cada tienen; esa entrada en el "interior" les autoriza a iniciar un diálogo con la Virgen centrado en el nombre que pondrán al Niño: “Se llamará Jesús”, dice Ella, recordando lo que le había dicho el Ángel en la Anunciación. En el espacio exterior, contemplando la escena, están los pastores (con la luz que proviene del interior). Detrás (apartados de la escena, y situados en lo alto de un cerro: en una posición amenazante), están los soldados de Herodes, que han seguido el rastro de los Magos; aparecen sin luz alguna. El ladrido de un perro pone sobre aviso a los Magos, que deciden reemprender la marcha aunque sólo han estado unos minutos en el portal. José se asoma al ventanuco y "oye" en su interior la advertencia del Ángel que S. Mateo relata como escuchada en sueños: "Toma al Niño, y huid".
La versión de esta escena en María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy, es mucho más colorista y vistosa que las anteriores. La luz cálida del portal vence aquí sobre la oscuridad de la noche, y la alegría del momento se refleja en los ropajes de los Magos. En el interior, la puesta en escena realza la majestad de la Virgen: aunque tumbada por el alumbramiento, su rostro refleja paz y serenidad, y su figura ocupa el centro de la imagen: la vemos como Señora, como Madre de Dios, como Reina de cielos y Tierra. También aquí los Magos explican el sentido de sus regalos, con un tono más poético y una sensibilidad más cercana a la nuestra: todo se parece mucho a las representaciones de nuestros belenes. Al final, un narrador recoge con bastante fidelidad la narración de S. Mateo: "Y, tras ser prevenidos en un sueño de no volver a Herodes, regresaron a sus propios países por otro camino".