Revista Opinión

Afganistán: Camino del Infierno

Por Antoniopampliega

KABUL.- Antonio Pampliega (Reporyaje publicado en Milenio Semanal)

Un dicho muy popular entre los afganos dice: “Cuando Alá hizo el resto del mundo, vio que habían quedado un montón de desechos, fragmentos, trozos y restos que no encajaban en ninguna otra parte. Tras reunirlos, los arrojó a la tierra y así creo Afganistán”. Visto desde el avión que sobrevuela este país, no les falta razón, y una vez en tierra el panorama no es mucho mejor. Kabul tiene una amalgama de marrones que cubren la ciudad por completo. Una ciudad donde sus edificios reflejan la devastación de las guerras pasadas y la preocupación por los años venideros, donde los afganos deben convivir con la amenaza constante de los atentados suicidas y las tropas de ocupación más preocupadas por restar que por sumar. El adobe y la arenisca de las casas de la capital se caen a pedazos como las lágrimas de sus habitantes, quienes han perdido todo atisbo de esperanza.

El polvo de las carreteras sin asfaltar se eleva hacia los dominios de Alá cubriendo una ciudad triste y gris. En ocho años de presencia del Ejército de Estados Unidos nadie se ha preocupado por mejorar el asfalto ni por dotar a las calles de luces con las que alumbrar la tenebrosa noche de Kabul. Esto es Kabul, el corazón de un país que comienza a dar síntomas de fatiga. “Han tenido que venir los estadunidenses y los demás miembros de la OTAN para que nos hayamos dado cuenta de que con los rusos estábamos mucho mejor. Ellos invirtieron en infraestructura y en dotar a la gente de mejores condiciones de vida”, afirma Salem, periodista afgano que acompaña a M Semanal en un particular tour por esta ciudad sombría y a medio derruir.

Desde que en diciembre de 2001 diera comienzo la operación Libertad Duradera, las promesas que vertió George W. Bush para ayudar a Afganistán se han quedado en simple papel mojado. En ocho años los aliados se han dedicado a invertir ingentes cantidades de dinero destinadas a la construcción de nueva infraestructura, pero la corrupción ha dilapidado las esperanzas de la mayoría de los afganos. “Los contratistas compran materiales baratos para levantar casas y debido a su mala calidad los cimientos ceden a los pocos meses. Los miles de millones que los países están enviando a Afganistán están cayendo en manos codiciosas”, afirma un empleado gubernamental que no quiso revelar su nombre por temor a posibles represalias, pero una visita rápida por la ciudad es suficiente para comprobarlo. Los edificios que siguen en pie son obra de los rusos… De hecho, casi todo es de los rusos.

EL TRÁFICO Y LOS CHECKPOINTS

La ciudad, que en otro tiempo dio cobijo a los grandes reyes afganos y que era envidiada en toda Asía Central por su esplendor, tiene como original banda sonora los cláxones de los miles de coches que colapsan las principales avenidas. Los retenes asfixian: cada 10 metros, policías miembros del Ejército afgano o militares de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, (ISAF, por sus siglas en inglés), fuertemente armados, detienen vehículos sospechosos en busca de armas o artefactos explosivos. El problema es que en Kabul todos los vehículos son sospechosos…

A pesar de las fuertes medidas de seguridad, el talibán sigue horadando la confianza que los afganos tienen depositada en las fuerzas que deben velar por su seguridad: los ataques se repiten contra los civiles y contra los extranjeros. Caminando por el Kabul City Center, el centro comercial más grande de Afganistán, con nueve niveles, los restos de la última acción terrorista son más que evidentes. “Se mueven por la ciudad con total impunidad. Tienen amigos entre la policía y el Ejército afgano y si no los sobornan. Kabul no es una ciudad segura”, comenta Sayid Khavarazm, miembro del parlamento afgano. Se detiene en el lugar donde desde el pasado 26 de febrero sólo queda un puñado de escombros y un enorme cráter donde antiguamente se encontraba un hotel frecuentado por extranjeros. El atentado cercenó la vida de 17 personas: un diplomático italiano, un ciudadano francés, ocho médicos indios y siete afganos. “Los talibán han hecho una interpretación errónea del Islam. El sagrado Corán advierte que quien mata a una persona inocente está matando a toda la humanidad. Los talibán no respetan el Corán ni el Islam. Son asesinos que sólo quieren el poder y el dinero que otorga el opio. Están ensuciando el nombre del Islam”, afirma Khavarazm.

Nadie sabe qué ocurrirá cuando las tropas de la OTAN y de Estados Unidos abandonen el país en 2013, como anunció Barack Obama. “Los talibán vendrán nuevamente a reclamar el gobierno y tendremos que coger las armas para defender nuestras vidas. Es lo mismo que ocurrió cuando se fueron los rusos en 1989… Si se van los estadunidenses Afganistán repetirá los mismos errores del pasado”, sentencia Khavarazm mientras se despide para regresar a su despacho en el ministerio de Asuntos Exteriores.

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