Quería hacer una entrada sobre la complicada relación que han tenido las grandes potencias con Afghanistán en los últimos 100 años. Cuando la empecé, pensaba que me saldría una entrada un poco larga, que acaso tendría que dividir en dos y que podría llevarme unos 10 días. Un mes y 16 páginas después tiro la toalla. Retitulo la entrada y la detengo en 1992, con la promesa de retomarla en algún momento, una vez se me haya pasado el empacho que tengo con Afghanistán en estos momentos. Anteayer me preguntó mi mujer dónde me gustaría pasar las Navidades. “En Kabul”, respondí y en ese momento me di cuenta de que tenía que parar.
A finales del siglo XIX el Imperio zarista y el Imperio británico habían comprendido que Afghanistán era un agujero negro, que se tragaría todos los hombres y recursos que le echases sin devolver nada a cambio. Así pues, el mayor provecho que le podían sacar al país era que les sirviera de tapón entre sus respectivos imperios. Los afghanos, por su parte, habían entendido que lo anterior no implicaba que rusos y británicos no pudiesen darles capones en la frontera si se ponían muy pesados.
A final de la I Guerra Mundial el Rey Amanullah pensó que había llegado el momento de tener una política exterior independiente y de enredar en las fronteras. Rusia estaba sumergida en la guerra civil y Gran Bretaña, además de estar envuelta en la guerra en Europa, estaba teniendo sus primeros problemas serios con sus súbditos indios. Gran Bretaña reaccionó, declarando la guerra a Afghanistán, y en una breve campaña de tres meses les dio un capón sonoro. Pero siendo lo que es Afghanistán, casi Gran Bretaña se hizo más daño en los nudillos que el que le hizo en la cabeza a los afghanos. De hecho el Tratado de Rawalpindi que se firmó tras la guerra reconoció el derecho de Afghanistán a conducir su propia política exterior de manera soberana.
Durante los 20, 30 y 40, Afghanistán fue un agujero en el medio de ninguna parte que a nadie interesaba gran cosa. Durante los 20 Afghanistán estableció relaciones con los principales países. En 1934 ingresó en la Liga de Naciones. Durante la II Guerra Mundial mantuvo su neutralidad, aunque la Alemania nazi hizo algún intento de atraérselo. Se ve que los jerarcas nazis no habían mirado un mapa del mundo, porque si lo hubieran hecho habrían comprendido que un país que es el relleno del sándwich entre la URSS y la India británica no podía permitirse el lujo de cabrearlos.
Durante la Guerra Fría, Afghanistán trató, como muchos otros países tercermundistas, de no tomar partido para poder pedir ayudas tanto a un bando como a otro. Gracias a esa política, el país se dotó de las principales infraestructuras en esos años. Políticamente Afghanistán vivía en el mejor de los mundos: tanto la URSS como EEUU la ayudaban, pero ninguno de los dos sentía que estuvieran en juego intereses vitales suyos, con lo que tampoco interferían en su vida política.
Esta política de sabio equilibrio se rompió a partir de 1953 durante el Primer Ministerio de Mohammed Daoud. Daoud hizo campaña a favor del Pashtunistán, es decir, la reunificación de todos los pueblos pashtunes, a los que la Línea Durand impuesta por los británicos en 1893 había dividido. Estados Unidos y el Reino Unido no vieron con buenos ojos que Daoud crease problemas a Pakistán, uno de los países con los que contaban para contener a la URSS por el sur, y redujeron su ayuda, especialmente en el terreno militar. La URSS cubrió gustosa la retirada parcial de la ayuda occidental. En enero de 1954 le concedió un crédito de 3 millones y medio de dólares. Al año siguiente firmó un acuerdo de trueque con Afghanistán para proporcionarle petróleo, minerales y materiales de construcción a cambio de materias primas. También en 1955 empezó a proporcionarle material militar y a ayudarle en la construcción de aeródromos militares. Más tarde le ayudó a sacar sus exportaciones cuando Pakistán le cerró sus fronteras y el puerto de Karachi en represalia.
La experiencia de estos años enseñó dos cosas de cara al futuro. La primera es que Afghanistán puede ser una fuente de inestabilidad para Pakistán. La segunda es el riesgo que tiene para Afghanistán dejarse atrapar por el abrazo de oso de una potencia más fuerte.
La desastrosa política exterior de Daoud fue una de las principales causas de la patada que le dio en 1963 su primo el Rey Zahir Shah. Inevitablemente y en comparación con Daoud, el gobierno que le sustituyó fue visto como pro-occidental. Al menos Zahir Shah tuvo claro que un país tan atrasado y complicado como Afghanistán no podía permitirse el lujo de tocar mucho las narices a sus vecinos y estuvo más concentrado en cuestiones de política interna. Lástima que se esforzase con más entusiasmo que tino.
En 1973 Daoud dio un golpe de estado que puso fin a la Monarquía. El motor del golpe fue la ambición de Daoud, que estaba resentido con la manera en que se habían deshecho de él en 1963 y con que la nueva normativa constitucional le vedase la actividad política. Las fuerzas que apoyaron el golpe fueron diversas y diversos fueron los objetivos que perseguían: el establecimiento de una democracia que funcionase realmente, el desarrollo económico del país, el establecimiento de una república popular, el estrechamiento de lazos con el bloque comunista, la vuelta a la lucha por el logro de Pashtunistán… Los golpistas no entendieron que el objetivo real del golpe había sido que Daoud volviera a mandar. Daoud, por su parte, no había entendido que las fuerzas que le habían ayudado a auparse, especialmente los comunistas, pedirían una contraprestación por su apoyo.
Irán y Pakistán recibieron de uñas al nuevo régimen. Pakistán recurrió a una política que repetiría en el futuro: entre 1973 y 1975 financió a la insurgencia islamista, en una operación de la que sólo estuvieron enterados los más altos escalones de las FFAA y del Gobierno. Estados Unidos, en cambio, no acogió con demasiados recelos a Daoud. Adivinó que no se arrojaría ciegamente en brazos de los soviéticos y que adoptaría una línea nacionalista y socialista al estilo de Nasser. La Embajada de EEUU en Kabul aventuró poco después del golpe que sería posible colaborar con el nuevo régimen en las cuestiones que interesaban a EEUU: el mantenimiento de la estabilidad en la región y el narcotráfico.
Daoud respondió a esas expectativas. Aunque su política exterior estuvo algo escorada hacia la URSS, pronto quedó claro que deseaba mantener su libertad de acción y que le gustaba ser amigo de los soviéticos, pero en la distancia. Se dejó querer por el Shah de Irán, que inició un programa de cooperación en Afghanistán; les puso ojitos a las monarquías musulmanas del Golfo; a partir de 1977 mejoró sus relaciones con Pakistán y aparcó la cuestión de Pashtunistán.
La URSS inicialmente recibió el régimen de Daoud con simpatía. Es posible que hubiera estado informada de que se estaba cocinando un golpe, pero la ejecución de éste fue completamente obra de los afghanos. Al comienzo Daoud no les defraudó: en los foros internacionales siempre votaba junto al bloque comunista y parecía que quería privilegiar las relaciones con la URSS. La luna de miel duró año y medio, el tiempo de que los soviéticos se dieran cuenta de que les había salido rana y es que si no les pisó más callos fue porque no le dio tiempo. No sólo fue que se aproximase a aliados de EEUU como Irán, Pakistán y las monarquías del Golfo Pérsico. También fue que aceptó los avances de Pekín, que criticó a Cuba por sus intervenciones en África en el Movimiento de los No Alineados (algún autor piensa que a partir de ese momento Moscú le colocó en el punto de mira) y que, según algunas fuentes, le dio un puñetazo en la mesa a Brezhnev durante su visita a Moscú en abril de 1977. Brezhnev le habría lanzado una andanada sobre el número de expertos de países de la OTAN que trabajaban en proyectos en Afghanistán y le habría pedido que los expulsase del país. Daoud parece que habría tenido las narices de decirle que se trataba de una “interferencia inaceptable”. Hay que tener muchos huevos para decirle eso a la persona que envió los tanques a Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga.
Si la política exterior de Daoud era poco satisfactoria para los soviéticos, no hay palabras para describir su política interior. Desde 1974 empezó a purgar a los izquierdistas del Gobierno y de las FFAA y para finales de 1975 no quedaba ninguno en el Gabinete. Ese mismo año creó su propio partido, el Partido Nacional Revolucionario, con vocación de Movimiento Nacional. De alguna manera ni los comunistas afghanos ni los propios soviéticos habían llegado a entender que la única finalidad del golpe de 1973 había sido aupar a Daoud al poder, no crear una república popular.
Para 1977 Daoud había decepcionado a todo el mundo. Los pashtunistanistas estaban cabreados porque había abandonado el proyecto del Pashtunistán y se había aproximado a Pakistán; los islamistas porque les había reprimido con dureza, no tanto por motivos ideológicos como por temer que se constituyeran en oposición a su poder; los reformistas y los occidentales, porque no había instalado el régimen democrático que ellos se esperaban; los comunistas porque les había purgado y perseguido, después de toda la ayuda que le habían prestado para llegar al poder; y la población en general porque las promesas de progreso y mejora de la calidad de vida no se habían cumplido.
La URSS urgió a los comunistas afghanos, que estaban divididos en dos facciones (la Parcham y la Khalq) que se odiaban más entre sí de lo que odiaban a Daoud, a que se uniesen, lo que ocurrió en julio de 1977. Aunque no se supo en su día, parece que desde finales de 1977 la URSS había estado instando al Partido Democrático Popular Afghano (PDPA, los comunistas) a que diera un golpe de estado. Fuentes de la CIA afirman que de hecho el golpe estaba planeándose para agosto de 1978, pero que su adelanto a abril de 1978 pilló completamente por sorpresa a los soviéticos.
El detonante del golpe del 27 de abril fue el asesinato 10 días antes de Mir Akbar Khyder, el principal ideólogo de la facción parcham del PDPA. Todo el mundo sospechó que el Gobierno de Daoud estaba detrás del mismo. Lo que sucedió en esos días de abril es muy confuso: ¿Daoud sabía que se estaba preparando un golpe, trató de adelantarse, descabezando al PDPA y éste reaccionó desencadenando el golpe que hubiera debido producirse en agosto (curiosamente los movimientos militares ordenados por Daoud en los días previos al golpe hablaban de precaverse de una intentona islamista, no de una izquierdista)? ¿Fue un golpe puramente militar (con el paranoico de Daoud no eran los oficiales con conexiones con el PDPA los únicos en peligro) que el PDPA supo instrumentalizar para sus propios fines? ¿Qué papel exacto jugó el líder del PDPA Hafizullah Amin? ¿Lo planificó efectivamente o se subió al carro de un golpe montado por el Ejército? ¿Qué intenciones tenía Amin, derrocar a Daoud o deshacerse de competidores dentro del PDPA y hacerse con el poder?
Tal vez si tuviésemos la respuesta a todas esas preguntas, entenderíamos mejor todos los complejos movimientos que se dieron en los 20 meses siguientes y que condujeron a la invasión soviética.