Revista Historia

Afghanistán. Los años soviéticos (3)

Por Tiburciosamsa

Como ya dije, los planificadores soviéticos habían anticipado una operación militar limitada: ocupar los centros neurálgicos de Kabul y los principales aeródromos, garantizar las carreteras que unen Kabul con la frontera soviética y apuntalar al régimen de Babrak Karmal. Nunca se imaginaron que la invasión atizaría el fuego de la insurgencia. El caso es que para febrero de 1980 las tropas soviéticas ya se encontraban envueltas en combates y el Alto Mando soviético descubrió que no las podía sacar de Afghanistán porque no se podía fiar del Ejército nacional afghano, que estaba mal entrenado y desmotivado y cuyos soldados a las primeras de cambio desertaban, cuando no se unían directamente a los muyaidines.

Los soviéticos no estaban preparados para la guerra de guerrillas que se desencadenó a partir de 1980. Su doctrina militar y su armamento estaban pensados para un conflicto clásico con la OTAN en Europa. En condiciones normales es posible que con mucho esfuerzo y sacrificio hubieran sido capaces de controlar las ciudades y las zonas más productivas del país, dejando a las zonas más montañosas y periféricas en manos de los muyaidines. Pero los soviéticos no tuvieron esas condiciones normales. EEUU y sus aliados comprendieron la ocasión que se les brindaba y comenzaron a suministrar armas a los muyaidines.

Existe una nota desclasificada que Brzezinski remitió al Presidente Carter apenas producida la invasión soviética. En ella traza un panorama geoestratégico sombrío: con Irán y Pakistán en pleno tumulto, los soviéticos están en condiciones de conseguir acceso directo al Océano Índico (una observación: mucho más tarde, al desclasificarse los documentos confidenciales soviéticos, se ha sabido que los soviéticos no se habían planteado una geoestrategia tan ambiciosa y que les movían consideraciones de protección de su flanco sur que consideraciones expansionistas); por otra parte, los chinos, que están plantándoles cara a los aliados vietnamitas de los soviéticos en Camboya, podrían sacar conclusiones devastadoras si no ven que EEUU se moja claramente. No cabe poner muchas esperanzas en que Afghanistán se convierta en el Vietnam de los soviéticos por las siguientes razones: 1) Las guerrillas están mal organizadas y su liderazgo es pobre; 2) No tienen un santuario, un ejército organizado ni un gobierno, como tenían los comunistas vietnamitas; 3) Tienen poco apoyo internacional (Brzezinski se encargaría de que cambiase esto); 4) Los soviéticos actuar con mucha mayor resolución de la que tuvo EEUU. Sus recomendaciones son: 1) Asegurarse de que persista la resistencia afghana, para lo cual deben proporcionársele más dinero, armas y asesoramiento técnico; 2) Conseguir el apoyo de Pakistán; 3) Convencer a China de que apoye a los insurgentes; 4) Concertarse con los países islámicos en una campaña de propaganda y en acciones encubiertas en ayuda de los insurgentes; 5) Informar a los soviéticos de que sus acciones han puesto en peligro las negociaciones SALT y de que serán discutidas con China; 6) Someter a la consideración de NNUU las acciones soviéticas en Afghanistán en tanto que suponen una amenaza para la paz (adviértase que, de una manera muy realista, Brzezinski colocó el recurso a NNUU al final de la lista de acciones a tomar).

La invasión soviética tuvo el efecto de poner fin a la división de pareceres entre el Secretario de Estado Cyrus Vance y el Consejero de Seguridad Nacional Brzezinski sobre Afghanistán: ambos estuvieron de acuerdo en que había que frenar a los soviéticos. La invasión también le puso las pilas al Presidente Carter, que se colocó la careta de hombre duro, aunque era un papel que no estaba hecho para él.

Carter dictó la Directiva Presidencial NSC-63 que diseñó las líneas generales de la respuesta norteamericana a la amenaza soviética en Asia Central. Los puntos fundamentales de la Directiva eran: 1) EEUU mantendría una fuerza creíble en Asia Central, no se fueran a creer los soviéticos que estaban de coña; 2) Sanciones económicas y diplomáticas contra la URSS; 3) Asistencia a otros países para hacer frente a los esfuerzos soviéticos de desestabilización en la región.

El tercer punto es importante. Desde el inicio EEUU buscó el apoyo de otros países y se fijó en tres especialmente: el Reino Unido (Batman siempre necesita a Robin), Arabia Saudí (importaba por tres motivos: el petróleo, que la CIA sabía que dentro de poco iba a faltarle a la URSS; la conexión islámica con los insurgentes; reforzar vínculos y mostrar a Arabia Saudí que EEUU no dejaría que cayeran las monarquías del Golfo) y Pakistán.

Desde el primer momento EEUU entendió que Pakistán tendría que jugar un papel clave en su estrategia afghana. De pronto el Presidente Carter se olvidó de que Pakistán tenía un programa nuclear y le ofreció un paquete de ayuda económica y militar si le echaba una manita con lo de Afghanistán. El Presidente Zia ul-Haq se resistió inicialmente a la oferta de Carter, pero cuando luego vino Reagan y la mejoró, ya no le hizo ascos. No sólo es que la oferta de Reagan fuera más generosa, es que Zia había descubierto en la nueva Administración republicana norteamericana unos cabroncetes del mismo calibre que él y entre bueyes no hay cornadas.

Si a Zia ul-Haq no se le escapó lo interesante que podía ser para sus intereses apoyar a los norteamericanos en Afghanistán, menos se le escapó al ISI, los servicios de inteligencia pakistaníes. El ISI funciona como un Estado dentro del Estado y desde los años sesenta ha gozado de una notable libertad de acción. De alguna manera la CIA “subcontrató” al ISI para que proporcionara las armas, canalizara las ayudas y entrenara a los insurgentes afghanos. Como en el mundo de los negocios, la CIA descubriría a la larga que había perdido el control sobre el producto final de sus desvelos. Aunque resulte increíble, lo cierto es que la CIA descuidó controlar quienes eran los receptores últimos de su ayuda y no quiso darse cuenta de que el ISI destinaba el grueso de la misma a los grupos más islámicos y radicales, como el carnicero Hekmatyar, y marginaba a los grupos más moderados.

La ayuda a la insurgencia afghana recibió el nombre en clave de “Operación Ciclón”. El primer año recibió una financiación de 25 millones de dólares. En 1981, con la llegada de Reagan al poder y la puesta en marcha de la Doctrina Reagan, la ayuda se multiplicó hasta el punto de que sólo para 1987 ascendió a 630 millones $. La Doctrina Reagan decía básicamente que cualquiera que se enfrente al comunismo, por muy cabroncete que sea, es mi amigo y merece mi ayuda. En el caso de Afghanistán, Reagan se fijó como tareas: “contener la invasión soviética, explotar las debilidades soviéticas y ejercer la máxima presión sobre los soviéticos.” No habla de patadas en los cojones, pero se infiere.

La revista cómica “MAD” que tenía las cosas más claras que Reagan, publicó en su número 283 de diciembre de 1988 una sátira sobre la película “Rambo III”, en la que Sylvester Stallone se había ido a matar soviéticos a Afghanistán. El humorista de “MAD” inventa el siguiente diálogo entre Rambo y uno de los insurgentes afghanos a los que ha ido a ayudar: El insurgente dice que cuando venzan instaurarán un régimen a la imagen del de su héroe. Rambo replica: “Te refieres a Reagan, ¿verdad?” El insurgente responde con una sonrisa orgásmica: “No, al Ayatollah Jomeini.” Llevándose las manos a la cabeza, Rambo se pregunta: “¿Por qué no hacemos un poco más de análisis antes de escoger a nuestros aliados?”

Pues eso, que el mundo estaría hoy mejor si las grandes decisiones de política internacional las hubiesen tomado los perceptivos dibujantes de “MAD” y no quienes realmente las tomaron.


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