Revista Expatriados
Los primeros años de la guerra fueron duros para los soviéticos. No estaban preparados para la guerra en la que se habían metido. Sus tropas bastante tenían con defender las ciudades, los aeródromos y las vías de comunicación. Una vez asegurada la defensa de esos puntos, apenas les quedaba un 15% de las tropas libre para combatir a los insurgentes en el campo. Sin embargo, para 1984 los soviéticos habían empezado a aprender cómo se conduce una guerra de guerrillas y con la combinación adecuada de pequeñas unidades tácticas, helicópteros de asalto y bombardeos estratégicos habían empezado a acogotar a los muyaidines, machacando sus líneas de abastecimiento desde Pakistán.
Los soviéticos parecían ir encaminando bien la guerra, cuando en 1986 EEUU tomó una decisión clave: suministrar a los insurgentes con misiles tierra-aire Stinger. De golpe la estrategia soviética en la que los helicópteros de combate jugaban un papel esencial, aumentando la movilidad y la potencia de fuego de sus tropas, se vino abajo. En lo sucesivo los helicópteros sólo podían operar con seguridad o a altas cotas, con lo que su precisión quedaba disminuída, o a bajas cotas, con lo que quedaban a salvo de los misiles Stinger, pero entraban en el radio de acción de las ametralladoras enemigas. Con tiempo, los soviéticos hubieran encontrado una nueva estrategia para sortear la amenaza de los Stinger como de hecho consiguió hacer el Ejército afghano prosoviético después de 1989, pero el tiempo fue algo que le faltó a la URSS. Los misiles Stinger en manos de los insurgentes fueron un golpe notable, pero lo que forzó a la URSS a salir de Afghanistán fue el frente interno.
Cuando a comienzos de 1980 el liderazgo soviético se dio cuenta de que la intervención en Afghanistán se había convertido en una señora guerra, optó por ocultarlo a la población. Sin libertad de expresión y con el gobierno controlando los medios de comunicación, parecía muy hábil esa negativa a abrirse un segundo frente en casa, como el que tuvieron los norteamericanos durante la guerra de Vietnam. En las noticias apenas sí aparecían informaciones ocasionales sobre la ayuda fraternal que la URSS estaba proporcionando al régimen amigo de Kabul. Sin embargo, a medida que la guerra se prolongaba, aumentaban las bajas y cada vez eran más los reclutas del servicio militar que habían pasado por Afghanistán, de los algunos habían vuelto con secuelas físicas y psicológicas irreversibles, más difícil resultaba ocultar la verdad. Eran los famosos “afgantsy”, veteranos de guerra machacados cuya presencia en las calles indicaba que algo olía a podrido en Afghanistán. Para mediados de los ochenta en la sociedad soviética ya existía una sorda irritación a propósito de Afghanistán, que fue uno de los factores que condujo al descrédito final del sistema comunista.
Si la guerra de Afghanistán tuvo efectos desmoralizadores sobre la sociedad soviética, del Ejército ya ni hablemos. El Ejército se encontró de pronto envuelto en una guerra para la que no estaba preparado. Hay algunos datos interesantes: en total 620.000 soldados soviéticos, muchos de ellos reclutas de reemplazo, sirvieron en Afghanistán. De éstos 14.500 (el 2,3%) murieron en combate y 53.800 (el 8,6%) fueron heridos en combate. Comparemos las cifras con las de los norteamericanos en Vietnam: sobre 3.000.000 de combatientes que pasaron por Vietnam, 58.000 murieron en combate (1,9%) y 150.000 fueron heridos (el 5%). Unas cifras reducidas de bajas sobre el número de combatientes pueden indicar tres cosas: 1) La proporción de personal destinado a labores logísticas es muy elevada; esto se aplica en el Ejército norteamericano donde por cada combatiente en primera línea llega a haber dos personas en retaguardia garantizando la logística; 2) La potencia de fuego con respecto al enemigo es tan elevada, que éste apenas logra infligir bajas; 3) El Ejército está desmoralizado y prefiere dedicarse a tareas de guarnición que arriesgarse a operaciones militares. En el caso soviético el caso 1) no se daba, así que la baja proporción de bajas se debe más bien a los factores 2) y 3). Más significativa es la cifra de que el 76% de los soldados soviéticos pasaron en algún momento por el hospital y una buena parte de ellos lo hicieron por enfermedades graves: hepatitis contagiosa, fiebres tifoideas, paludismo, cólera, amebiasis disentérica, tifus, neumonía, meningitis… Una cantidad tan elevada de hospitalizaciones sólo puede significar una cosa: la logística de los soviéticos en Afghanistán era una mierda. Y, precisamente, una de las cosas que más desmoralizan a un Ejército es que no le cuiden bien. Pase que me manden a realizar un ataque suicida contra una colina donde el enemigo se ha atrincherado, pero que se despreocupen por la calidad del agua que bebo y me dé el cólera… Dos últimos indicios de la desmoralización en que cayó el Ejército soviético: al final de la guerra había soldados y oficiales que les vendían las armas a los insurgentes y el recurso a las minas antipersonales y a los bombardeos indiscriminados, sin importar el número de bajas civiles que pudiera haber. Esto último apunta al grado de frustración que debían de sentir ante una guerra interminable. Cuando un ejército deja de preocuparse de los daños colaterales, es que ha perdido la paciencia y busca cualquier tipo de paz, aunque sea la de los cementerios.
Tres factores adicionales que contribuyeron a la desmoralización fueron la cuestión del uso de la heroína, el de los soldados musulmanes y la confusión sobre los objetivos de la guerra. Durante la guerra de Afghanistán la CIA, la DEA y el ISI miraron hacia otro lado, mientras los insurgentes plantaban opio. Sabían que los ingresos de ese opio representarían una fuente de financiación extra para la guerrilla. Hay quienes afirman incluso que la CIA y el ISI montaron operativos para vender heroína a los soldados soviéticos como parte de sus esfuerzos por desmoralizar al Ejército de ocupación. No he encontrado la confirmación de esto, pero me parece muy verosímil. Tampoco he encontrado cifras sobre la cantidad de soldados que se convirtieron en heroinómanos. Como punto de referencia sí que se puede mencionar que un estudio hecho en 1971 calculó que el 15% de los soldados norteamericanos destinados en Vietnam eran heroinómanos. La adicción a la heroína no sólo afectó a la moral del Ejército, sino que tuvo efectos terribles sobre una sociedad no acostumbrada a las drogas, cuando esos soldados regresaron.
Luego está la cuestión de los reclutas musulmanes. Muy pronto en la guerra, el Ejército se puso a desconfiar de sus propios soldados. Hubo historias de insubordinación y deserciones entre los reclutas musulmanes y la sospecha de que no se empleaban a fondo en la lucha. Los generales soviéticos se preocuparon lo suficiente como para decidir emplear en Afghanistán únicamente a soldados de origen eslavo. Ejemplos que van desde el Ejército austrohúngaro en la I Guerra Mundial hasta el Ejército romano al final del Imperio, muestran el efecto nefasto que tiene cuando un ejército desconfía de la lealtad de una parte de sus soldados.
Y para rematar, los soldados no tenían nada claros los objetivos de la guerra. Cuando les enviaban a Afghanistán, les hablaban de la solidaridad internacional de la URSS con un régimen amigo amenazado por fuerzas reaccionarias, como si Kabul fuera Budapest en 1956 o Praga en 1968. Cuando llegaban a Afghanistán se encontraban que aquello era toda una señora guerra civil, donde no se podían fiar ni de sus supuestos aliados afghanos.
Lo que finalmente determinó la derrota soviética fue la economía. En los ochenta la economía soviética se había quedado rezagada con respecto a la norteamericana. Para colmo el fin de la distensión de los años 70 y la llegada al poder de Reagan habían puesto en marcha una carrera de armamentos entre las dos superpotencias, que, unida a la guerra de Afghanistán, puso a la economía soviética al borde del colapso. La gota que colmó el vaso fue la decisión saudí de septiembre de 1985 de dejar de proteger los precios del petróleo y ponerse a exportar como locos. Uno puede preguntarse si uno de los objetivos de la decisión no era acogotar económicamente a la URSS. Ése fue precisamente uno de los efectos que tuvo. Los precios del petróleo se colapsaron y la URSS dejó de ingresar 20.000 millones de dólares al año.