Cuando Gorbachov llegó al poder en mayo de 1985, dio la instrucción de que había que vencer la guerra de Afghanistán en el plazo de un año o retirarse. Aun antes de que hubiera transcurrido el plazo, Gorbachov ya apuntó su decisión de retirarse en su intervención ante el 27º Congreso del PCUS, celebrado el 26 de febrero de 1986: “Querríamos, en el próximo futuro traer a las fuerzas soviéticas situadas en Afghanistán a petición de su gobierno de vuelta a la patria. Se ha elaborado un calendario con la parte afghana para una retirada gradual, tan pronto con se haya alcanzado un acuerdo político que garantice el fin real, y una garantía creíble de que no se reiniciará, la intervención armada exterior en los asuntos internos de la República Democrática de Afghanistán.” Las condiciones en las que Gorbachov deseaba retirarse de Afghanistán eran: 1) Que los muyaidines no participaran en las negociaciones que hubiese con EEUU y Pakistán; 2) Que Irán no participase tampoco en dichas negociaciones; 3) El futuro del régimen prosoviético en Kabul no sería cuestionado y EEUU y Pakistán no interferirían en la situación interna; 4) Las tropas soviéticas no se retirarían mientras no hubiese estabilidad en el país; 5) Cesaría la ayuda militar a los muyaidines.
No es casual que dos meses después de este discurso y después de haber viajado a Moscú para recibir tratamiento médico, el 5 de mayo de 1986 Babrak Karmal dimitiese como Secretario General del Partido Comunista Afghano. Karmal era un aliado fiel, pero le faltaba la energía necesaria para lidiar con una situación tan crítica como la afghana. Estaba mal de salud, era vago y estaba alcoholizado, le preocupaba más su propia comodidad que el poder. Le sustituyó el jefe de los servicios de inteligencia, Mohammad Najibullah, un tipo que se había ganado fama de bragado e implacable.
Najibullah entendió muy bien que había que prepararse para un futuro sin tropas soviéticas. En septiembre de 1986 estableció una Comisión Constitucional, que se puso a elaborar una constitución que sería aprobada al año siguiente, en la que reconocía el multipartidismo y el Islam como la religión del país, contra la que no podría ir ninguna ley. En diciembre de 1986 anunció un Programa de Reconciliación Nacional que incluía un alto el fuego, el diálogo con los líderes de la oposición y abría las puertas a un gobierno de coalición. Najibullah había entendido que sin los soviéticos la solución puramente militar a la guerra no sería posible. Su política trató de una manera consistente de atraerse a los muyaidines y crear brechas entre los moderados y los radicales.
Cuando Washington comprendió que Gorbachov iba en serio con lo de la retirada, decidieron no ponerle las cosas fáciles. Para esas fechas, la Administración Reagan ya se había dado cuenta de que la situación en la URSS estaba fea y que podían imponerle una salida de Afghanistán humillante y llena de desprestigio. La primera reacción norteamericana fue… enviar todavía más armas a los muyaidines.
Desde 1982 había habido negociaciones sobre la salida de los soviéticos de Afghanistán auspiciadas por NNUU. Para aquellas fechas, tanto el jefe de la KGB, Yuri Andropov, como el Alto Mando, se habían dado cuenta de que la invasión había sido un error. Existe un libro muy interesante, “Out of Afghanistan: The Inside History of the Soviet Withdrawal”, en el que el diplomático ecuatoriano Diego Cordovez, que en aquel tiempo era Subsecretario General para Asuntos Políticos de NNUU, cuenta los entresijos de la negociación. Cordovez cuenta que hubo una oportunidad perdida en 1983-84 de haber conseguido un acuerdo. Andropov, que fue Secretario General del PCUS entre noviembre de 1982 y febrero de 1984, quería sinceramente salir de Afghanistán. Esta ventana de oportunidad se cerró por dos motivos principales: 1) Los duros de la Administración Reagan no creían en la sinceridad soviética y pensaban que se trataba de un truco propaganda; 2) La CIA había creado ya una estructura de operaciones encubiertas y suministro de armas a los muyaidines, que estaba reticente a desmantelar. No olvidemos que la ayuda a los muyaidines no era más que una parte de un entramado que incluía la ayuda a la contra nicaragüense y el suministro discreto de armas a Irán, para que Iraq no le aplastase.
Todo en Afghanistán se ha llevado de manera que los verdaderos actores lanzan la piedra y esconden la mano. Las negociaciones no fueron diferentes. Los actores teóricamente principales eran Pakistán y la República Democrática de Afghanistán, a la que el primero no reconocía. Era el diplomático Cordovez el que mediaba entre ellos. EEUU y la URSS estaban en un segundo plano ficticio, como garantes de la ejecución del acuerdo que se consiguiese.
Todos sabían que el objetivo último de las negociaciones era conseguir la salida de las tropas soviéticas de Afghanistán. El planteamiento de los negociadores onusianos fue el siguiente: si las tropas soviéticas están en Afghanistán para salvaguardar su integridad e independencia, eliminemos la amenaza exterior y, como corolario, garanticemos el retorno de los desplazados. Si Afghanistán se compromete a que los soldados soviéticos salgan de su territorio y Pakistán a dejar de apoyar a los muyaidines, el acuerdo es posible.
Demasiados síes. Zia Ul-Haq quería a toda costa un régimen muyaidín y no comunista instalado en Kabul. De otra manera, no firmaría. EEUU le hizo ver que sí o sí los soviéticos se iban a marchar, así que sólo había que esperar que el régimen de Kabul cayese por su propio peso. Por eso, y por la manita que discretamente EEUU seguiría dando a los muyaidines.
Los Acuerdos de Ginebra se firmaron finalmente el 14 de abril de 1988 entre Pakistán y Afghanistán. En ellos ambos países se obligaban mutuamente a respetar la soberanía, la integridad territorial, la seguridad, la identidad nacional y la herencia cultural del otro. Cada uno reconocía que el otro era libre para conducir sus relaciones internacionales como mejor le pareciera y para adoptar el sistema socioeconómico que prefiriese. Ninguno trataría de forzar un cambio de gobierno en el otro, ni consentiría en que su territorio se convirtiese en santuario de fuerzas hostiles al país vecino. EEUU y la URSS se portaban garantes de que sus aliados respetarían el acuerdo. A este acuerdo se sumaron otro sobre el retorno de los desplazados y el más importante de todos: el que establecía el calendario para la retirada de las tropas soviéticas para el 15 de febrero de 1989. Por cierto que hubo una cláusula tácita que no se añadió por escrito a los acuerdos, pero que se aplicó: que mientras los soviéticos siguieran apoyando de alguna manera al régimen de Kabul, los norteamericanos continuarían ayudando a los muyaidines. Washington llamó a eso “simetría positiva”. Yo lo llamo mala fe.
Norteamericanos y pakistaníes habían dado por descontado que en cuanto se hubieran retirado las tropas soviéticas, el régimen de Najibullah se derrumbaría. Pero no fue así.
Los soldados soviéticos se retiraron, pero la URSS siguió proporcionando ayuda y armamento al régimen de Najibullah por un importe de 3.000 millones de dólares anuales. Sin esos envíos el régimen de Najibullah no habría podido sobrevivir, pero el mérito de su supervivencia no fue únicamente de la URSS. Najibullah hizo mucho para poner la casa en orden y de pronto las FFAA afghanas, ahora que no tenían la ayuda de los soldados soviéticos, se revelaron como mucho más efectivos que en los años de la ocupación.
Lo que sucedió en esos años en Afghanistán dependió al final de la URSS y EEUU. La ayuda soviética permitió que el régimen de Najibullah sobreviviera, mientras que la ayuda norteamericana garantizaba que los muyaidines no fueran borrados del mapa. Una pregunta interesante es si los norteamericanos hubieran seguido apoyando a los muyaidines si no hubieran tenido al ISI pakistaní espoleándoles. Los norteamericanos sólo tenían una estrategia negativa con respecto a Afghanistán: impedir que el régimen prosoviético de Najibullah subsistiese. Los pakistaníes, en cambio, tenían una estrategia positiva: colocar en Kabul a su hombre, Gulbuddin Hekmatyar.
El régimen de Najibullah empezó a desmoronarse en 1990. La pervivencia de los muyaidines causó fisuras. La facción Khalq del PDPA intentó dar un golpe de estado, liderado por el Ministro de Defensa, Shahnawaz Tanai. Najibullah derrotó el golpe, pero salió debilitado de la prueba. Paranoico con razón, empezó a descansar más en sus íntimos, lo que redujo su base de apoyo. Al desaparecer la URSS, la nueva Federación Rusa recortó drásticamente la ayuda a Kabul. El nuevo país no tenía ninguna imagen que mantener y bastantes problemas tenía en casa y en su vecindad más inmediata como para continuar con la aventura afghana. Ese corte en las ayuda fue fatal para Najibullah. El invierno de 1992 fue durísimo. Los soldados empezaron a desertar al faltarles hasta los alimentos. Desde enero de 1992 la fuerza aérea, clave para los combates, dejó de volar.
Aun así, el régimen hubiese podido aguantar militarmente. Lo que lo derribó fue que, constatando que Najibullah perdía el control de la situación por momentos, sus generales empezaron a conspirar y a tener tratos con los muyaidines. Un conflicto en el mando del norte del país y el riesgo de que Kabul reemplazase a los comandantes allí con oficiales pashtunes, determinó la alianza entre Ahmad Shah Massoud, Abdul Momin, el jefe de milicias Sayyid Mansor y Abdul Rashid Dostam, un uzbeko al que el gobierno había enviado para poner orden. Así a mediados de marzo, Najibullah descubrió que había perdido el control sobre nueve provincias norteñas y que no tenía manera de impedir que las fuerzas rebeldes tomasen el aeródromo clave de Bagram, setenta kilómetros al norte de Kabul. Además, la insubordinación de Dostam implicaba que Kabul ya no podía confiar ni en sus propios soldados.
El 18 de marzo Najibullah anunció que estaba dispuesto a dimitir y dar paso a un gobierno interino neutral. Pero Najibullah ya no controlaba los acontecimientos. Los rebeldes del norte permitieron la entrada en Kabul de los muyaidines y el 28 de abril se proclamó el Estado Islámico de Afghanistán, bajo la Presidencia de Burhanuddin Rabbani.
Si la Federación Rusa se había desentendido de Afghanistán nada más ser creada, abril de 1992 marca el momento en el que EEUU se desinteresa de Afghanistán. Con la Guerra Fría clausurada y asuntos más apremiantes en el Golfo Pérsico, una vez caído el régimen de Najibullah no había nada más en ese país que pudiera interesarles. Los únicos que no perdieron interés en el país fueron los pakistaníes del ISI. De éstos hablaremos otro día.