Como ayer fue Saint Patrick’s Day, el día grande de Irlanda y de los irlandeses, me lo tomo como excusa para recordar algunos datos interesantes sobre ese país, sobre mi viaje en familia del 2008 y de la especial relación que existe entre su capital, Dublín, y la ciudad de Barcelona.
Si tienes previsto ir de viaje a Irlanda y pasarte por Baile Átha Cliath ("población del vado de cañizo"), tal y como llaman a Dublín en irlandés, coge la agenda de viaje y apunta que no puedes dejar de ir a Cow’s Lane, una pequeña calle que hay en la zona del Temple Bar. Allí encontrarás una placa conmemorativa dedicada a la ciudad de Barcelona, colocada en el tiesto de madera de un olivo tricentenario, que el abogado y activista irlandés Bill Shipsey regaló a la ciudad de Dublín en 2006, y que desde entonces ha permanecido en esa calle de la ciudad.
Foto: Independent.ie
Foto: Googlemaps
Foto: La Vanguardia
Barcelona y Dublín están hermanadas desde 1998, convenio que ampliaron en 2009 y que ratificaron en 2013, lo que deja constancia del interés institucional por continuar promoviendo los lazos de unión entre ambas ciudades, y reafirma su compromiso de colaboración tanto en el área económica, como en la cultural, la turística y la tecnológica. [Nota: El hermanamiento de ciudades es una tradición que nació en Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial, para promover lazos de unión entre las diferentes poblaciones europeas e incentivar proyectos de beneficio mutuo. En la actualidad, el principal objetivo es el de fomentar los enlaces económicos y culturales, además de promover el contacto humano y estrechar vínculos de solidaridad]. En el caso de Barcelona y Dublín, ambas son ciudades con una larga historia tras de sí, con una cultura y una lengua propias, y que han apostado por la innovación y la tecnología como medio para mejorar la calidad de vida de sus gentes. En el marco de ese hermanamiento, a finales de 2013 la ciudad de Dublín dedicó el olivo de Cow's Lane a la Ciudad Condal, con la finalidad de tener un elemento que representase plásticamente la lucha por la libertad y los derechos humanos por los que tanto han luchado ambas ciudades a lo largo de sus respectivas historias.
Desde que era una niña, la isla de Irlanda siempre me había llamado la atención. De hecho mis primeras clases de inglés las recibí en el Dublín School of English, una academia que abrió a principios de los 70 en la Vía Augusta, y donde la cultura irlandesa siempre estuvo muy presente. Pero fue el interés por recorrer los escenarios de rodaje de la película de John Ford, The quiet man, el principal motivo que nos llevó en 2008 a pasar las vacaciones de verano en la isla. Fue el primer viaje familiar que organicé personalmente a través de internet, comprando billetes de avión, reservando coche de alquiler y alojamientos, trazando la ruta del viaje y eligiendo qué lugares teníamos que visitar. El resultado fue un magnífico e inolvidable recorrido que siempre nos pinta una sonrisa en el rostro cuando lo recordamos.
Si te animas a probar la experiencia, mi mejor consejo es: Coge un avión, alquila un coche en el aeropuerto [¡¡recuerda que en la República de Irlanda se conduce por la izquierda!!] y recorre la isla Esmeralda de este a oeste y de norte a sur durante unos días, dejándote sorprender. Seguro que no te defraudará.
En kilómetros cuadrados, Irlanda es la tercera isla de Europa después de la Gran Bretaña e Islandia, por lo que para visitarla al completo es necesario que te instales una media de cuatro días en cada uno de sus extremos, y desde allí vayas realizando desplazamientos puntuales a los diferentes lugares de interés que tiene el país. En nuestro caso, nada más aterrizar en Dublín nos trasladamos hacia el oeste para empezar el recorrido y dejamos la capital para la última parte del viaje. De camino paramos en Clonmacnoise, a orillas del río Shannon.
Nuestro primer destino fue la Bahía de Galway, concretamente la población de Oughterard donde reservamos el primer B&B [Por cierto, si te quieres mover por Irlanda (especialmente por recovecos algo apartados) imprescindible contar con un vehículo privado]. Desde allí puedes ir a visitar el Connemara National Park, recorrer la sky road junto a la costa, desplazarte hasta la residencia de Kylemore Abbey, el pueblo de Cong y los escenarios de “The quiet man”, cruzar en barco a las islas Aran para recorrerlas en bicicleta y, por supuesto, no dejar de ver los míticos acantilados de Moher, la meseta del Burren, el Dolmen de Poulnabrone o las ruinas de Kilmacduagh. Además, si vas a Galway a finales de julio también podrás presenciar todo el acontecimiento social que representan las carreras de caballos, con las señoras luciendo sombreros y sus mejores galas al más puro estilo Ascot, aunque algo menos glamuroso.
Nuestro siguiente destino fue el pueblo de Donoughmore junto al Blarney Castle, a pocos kilómetros de la ciudad de Cork, en donde reservamos nuestro segundo B&B. De camino pasamos por el castillo de Bunratty y visitamos el Folk Park (curiosa reproducción de la vida en un pueblo típico irlandés). Si no te importa hacer kilómetros, desde alli puedes ir a visitar la península de Dingle, recorrer el anillo de Kerry, Killarney, el círculo megalítico de Drombeg (más pequeño, pero mucho más accesible que el de Stonehenge), las casas señoriales de Bantry House y de Muckross House y, por supuesto, el puerto de Cobh, donde el RMS Titanic tocó tierra por última vez antes de su trágico final, o Kinsale, frente a cuya costa fue torpedeado y se hundió el RMS Lusitania.
La tercera parte del viaje la dedicamos a visitar Dublín y sus alrededores, a donde llegamos tras hacer una parada en la fortaleza de Rock of Cashel y la mansión de Emo Court. Evidentemente, moverte en coche por la capital no es demasiado aconsejable, pero sí que nos fue útil para desplazarnos a Drogheda, Monasterboice, Newgrange, Trim Castle (escenario de Braveheart) y, ya más cerca de Dublín, al Phoenix Park (el más grande de Europa), la prisión Kilmainham Gaol o la fábrica de cerveza Guinness, cuyo recorrido acaba disfrutando de una consumición en el último piso, con unas magníficas panorámicas sobre la ciudad de Dublín.
Respecto a los imperdibles de Dublín, un poco de todo. En el sureste de la ciudad, el Trinity College, el parque de Saint Stephen's Green y Grafton Street. En el suroeste, la catedral de San Patricio, el mercado cubierto Georges Arcade, el City Hall y el Dublin Castle, la catedral de Christ Church y Dublinia (especialmente si vas con niños) y un paseo por los pubs del Temple Bar (especialmente si vas con adultos). Y ya en la parte norte, tras cruzar por uno de los puentes del Liffey, un paseo por los alrededores de O'Connell Street para ir de compras.
En conclusión, una experiencia de diez días, totalmente recomendable y que vale la pena no llevar completamente pautada, ya que es conveniente reservar espacio para pararse en algunos lugares sorprendentemente inesperados.
No obstante, si por el momento no tienes previsto en tus planes desplazarte hasta allí, para ir haciendo boca te recomiendo que te des una vuelta por alguno de los pubs irlandeses que hay en Barcelona, donde además de tomarte una pinta o degustar algún que otro plato de la gastronomía irlandesa, siempre podrás disfrutar de algún concierto de música celta, actividad que muchos pubs incluyen en su programa de actividades. Aquí tienes unos cuantos por si te animas:
Para saber más:
Addendum of the twinning agreement between the city of Dublin and the city of Barcelona
Why is Dublin dedicating a 300-year-old tree to the city of Barcelona?
Barcelona and Cow's Lane
Una placa en Dublín
Irlanda, la isla Esmeralda
De Barcelona a Dublín en coche
Ruta del Trébol, Barcelona-Dublin en el Sterna
A literary adventure through Dublin
Dublín con niños: los mejores parques