* Apuntes sobre las películas Agenda oculta (Hidden agenda; Gran Bretaña, 1990), de Ken Loach, con Frances McDormand y Brian Cox; y Salvador (Salvador; U.S.A., 1986), de Oliver Stone, con James Woods y James Belushi
Si hay una ventaja de la que el cinéfago goza en relación con el cinéfilo, es la de contar con muchas más posibilidades —es lo que tiene ser poco selectivo…— de poder apreciar la diversidad y riqueza del hecho cinematográfico; cuán enormemente diferentes pueden ser los acercamientos fílmicos a un tema o una historia concretas en función del estilo y querencias visuales de aquellos que los acometen, aun cuando éstos partan de planteamientos ideológicos bastante cercanos.Es éste el supuesto, y de ahí el comentario precedente, con el que me encontraba en días pasados, en una de esas (poco frecuentes, para mi desgracia…) sesiones dobles de cine doméstico con que, de vez en cuando, me regalo. ¿Las piezas en cuestión? ‘Agenda oculta’, del británico Ken Loach, y ‘Salvador’, del estadounidense Oliver Stone. Sus directores pasan por ser, no sin fundamento, dos de los máximos adalidades (junto a Costa Gavras integrarían una trilogía de manual) de un cine de corte político y/o social de sesgo ideológicamente inequívoco —rojo que te quiero, rojo…—, sin concesiones (sobre todo, en el caso de Loach). Pues bien, amigos lectores, pese a tal coincidencia ideológica y política, les puedo asegurar que no debe ser fácil encontrar dos propuestas en celuloide tan lejanas en forma y tono como las que conforman los dos títulos apuntados.Lejos de la tosquedad con que la mayor parte de sus críticos tacha el grueso de su producción, Loach se entrega en ‘Agenda oculta’ a un ejercicio de cine de intriga política preciso y contundente, servido por un cuadro de intérpretes de la máxima solvencia (con especial mención a un Brian Cox soberbio en su contención interpretativa…) y bien arropado por un ambiente visual opresivo (predominio de los tonos marrones, claroscuros marcados) que pone al espectador en perfecta sintonía con la tesis que esgrime el relato —tan cara a la izquierda más conspicua—, la de la connivencia de los grandes poderes oligárquicos económicos, bien respaldados por servicios secretos de toda laya, con el poder político, al servicio del mantenimiento de ese estado de cosas que tan pingüemente les beneficia (a los unos y a los otros). Más allá de la exactitud y/o vigencia de la tesis del autor (basta con abrir los periódicos de hoy mismo para constatarlo…), con la que, faltaría más, se puede discrepar en mayor o menor profundidad, a su relato no le falta ni intensidad ni verosimilitud, de manera que, más allá de algún exceso ‘marca de la casa’, aún sigue siendo, a día de hoy, una de las mejores propuestas del director británico.Por el contrario, lo de Stone con ‘Salvador’ es eso que podríamos calificar de un absoluto disparate; sin el más mínimo sentido del comedimiento o la contención, Oliver Stone nos ‘deleita’ con una extraña mescolanza de drama, intriga, comedia y romance con connotaciones políticas fuertemente señaladas, y en la que todo resulta excesivo, exagerado, y, manejándose siempre al borde del ridículo, termina pasando más parte del metraje dentro que fuera de él. Un dibujo de personajes atrabiliario y grotesco y un retrato de la realidad social y política centroamericana que, más allá de su pretensión caricaturesca (evidente, y, en algunos momentos, incluso graciosa…), rebasa continuamente el esperpento y el caos, terminan haciendo del film de Stone, además de un rotundo alegato de denuncia contra la política exterior de la superpotencia yanqui (en la que no falta alguna escena de combate guerrillero brillantemente coreografiada…), un pastiche absolutamente imposible. Cabe pensar que el director se viera permanentemente sometido, durante el proceso creativo de la cinta, a estados de alteración de conciencia cercanos a los que su pareja protagonista (interpretada por James Woods y John Belushi) exhibe generosa y profusamente a lo largo de la historia, dado que, de lo contrario, cuesta trabajo asimilarlo, por más dado al exceso que, a lo largo de su carrera, haya demostrado ser el amigo Oliver.