El problema de la existencia de 805 millones de personas que no tienen alimentos suficientes para desarrollarse o mantener una vida saludable tiene una respuesta sobradamente conocida: no se trata de un problema de capacidad de producción del planeta, sino de modelo de producción y de cómo las desigualdades afectan a la distribución de los recursos.
Frente al modelo de agricultura intensiva que aporta cantidad sin cuestionar el problema de fondo de las desigualdades y que provoca reconocidos daños ambientales, la agricultura familiar puede aportar un modelo de produccion cercana, sostenible y socialmente justa.
Organizaciones como la FAO calculan que la agricultura familiar, la que producen los pequeños campesinos para ellos mismos y para la comercialización local, produce el 70% de los alimentos del mundo. Es además, la que se apoya mejor en variedades y técnicas de cultivo tradicionales y, por tanto, la que mejor protege la biodiversidad agrícola del mundo y el uso sostenible de los recursos naturales.
Aunque en los últimos decenios se han realizado progresos importantes en la reducción de la pobreza en regiones como Latinoamérica, casi un tercio de la población rural sigue viviendo en condiciones de pobreza extrema y corre un gran riesgo de padecer inseguridad alimentaria y malnutrición. La mayor parte de la población rural pobre son pequeños agricultores familiares y la mejora de sus medios de vida les ayudará a salir de la pobreza.
La mejora de las posibilidades de la agricultura familiar, sobretodo en Latinoamérica, pasan, de acuerdo con la FAO, por la utilización de granos propios, la mejora de las técnicas de cultivo, el acceso de los campesinos a la propiedad de la tierra y la formación en técnicas de comercialización, entre otros.
Formación para una agricultura sostenible
En países como Bolivia, la legislación educativa ha reconocido la importancia de vincular el conocimiento académico con la práctica agrícola, cotidiana y frecuente, en las zonas rurales. Además de mejorar la seguridad alimentaria de la población rural, proyectos como los huertos escolares se convierten en centros de aprendizaje productivos no sólo para los escolares, sino también para sus familias, que aprenden técnicas de producción de verduras y hortalizas de manera orgánica, económica y sencilla de aplicar en sus hogares.
Vinculada a la cuestión de la agricultura familiar y el respeto a los recursos naturales se encuentra también la de los derechos de los pueblos indígenas. Un estudio (2014) de la organización GRAIN acreditó que el 90% de los agricultores del mundo son campesinos e indígenas, pero que controlan menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial.
Es por ello por lo que la lucha por una mejor agricultura familiar, más sostenible y con mayor seguridad alimentaria, es también la de los pueblos indígenas por el control de sus recursos, con los que pueden mejorar las condiciones de vida de millones de personas.