Un género literario clásico en el Renacimiento y en Siglo de Oro era el elogio de la vida retirada, lo que solía denominarse “menosprecio de corte y alabanza de aldea”. El texto de ese género que más me gusta es este poema de Fray Luis de León:
“Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.”
El propio Cervantes se apuntó a la moda y en El Quijote sacó al Caballero del Verde Gabán, con cuyo estilo de vida habría podido identificarse cualquier mandarín chino retirado:
“Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer y con mis hijos y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que destos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados y nonada escasos; ni gusto de murmurar ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día, reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de Nuestra Señora y confío siempre en la misericordia infinita de Dios Nuestro Señor.”
El ideal de una vida retirada, alejada del mundanal ruido y de las ambiciones es una tradición en China y en Japón.
En China sus iniciadores fueron los taoístas. Mientras Confucio y sus discípulos erraban desesperados por las cortes de China buscando algún soberano que les contratara para tocar poder, el monarca de Chu mandó dos emisarios al taoísta Chuang-tsé porque quería confiarle el gobierno de su reino. Chuang-tsé les respondió: “¿No hay acaso en Chu una tortuga sagrada muerta hace tres mil años? Vuestro monarca conserva su caparazón en el templo dedicado a los ancestros, protegido por una pieza de seda y una arpillera de mimbre. Pero, decidme, esa tortuga ¿era más feliz muerta y conservada o viva y arrastrando su cola en el cieno?” Hasta los dos funcionarios, que no eran muy espabilados, se imaginaron que la tortuga hubiera preferido estar viva y arrastrando su cola en el cieno. Chuang-tsé les dijo entonces: “Pues bien, dejadme en paz: ¡yo soy como ella!”
Un hombre del vulgo fue a visitar al príncipe de Lu. Lo encontró atiborrándose de lexatines por las preocupaciones que le ocasionaba el gobierno. El plebeyo le dijo: “Para su tranquilidad, el zorro plateado y la pantera moteada viven en el fondo de los bosques de las montañas, ocultos en grutas inaccesibles. Por prudencia, salen por la noche y se encierran durante el día. Cuando buscan alimento, se aventuran en solitario cerca de los ríos y los lagos, incluso cuando les atenazan el hambre y la sed y otras privaciones. Y pese a todas esas precauciones, perecen en las redes y trampas que les tienden. Nada pueden hacer para evitarlo pues son sus pelajes los que motivan su pérdida. Pues bien, ¡este reino de Lu es también vuestro pelaje! ¡Deshaceros de ese ornamento, purificad vuestra mente, abandonad vuestros deseos y partid en viaje hacia las llanuras deshabitadas.”
En el fondo, todo el taoísmo es un ataque a la artificiosidad de la sociedad humana y al reconocimiento de que sólo la simplicidad y la falta de ambición conducen a la felicidad.
A veces refugiarse en el campo, puede ser una manera de lamerse las heridas cuando uno ha fracasado en conseguir sus ambiciones. Lo admirable es cuando uno llegó a la cumbre, descubrió que todo era vanidad de vanidades y optó por retirarse sin resentimientos. Wang Wei vivió durante la dinastía T’ang y llegó a ser Viceprimer Ministro. Pero le hacía una pedorreta a todos esos honores. La felicidad la encontraba vagando por las montañas al sur de la capital.
“Sentado solo entre la densidad del bambúrasgando mi laúd y silbando,en el fondo del bosque sin que nadie lo sepahasta que la luna brillante mira hacia abajo”
Y compartiendo los mismos sentimientos, otro poeta del que sólo sabemos que vivía en las montañas y se llamaba a sí mismo el Viejo Eremita. Un paseante le preguntó lo que hacía allí y cuánto tiempo llevaba. Yo habría respondido: “No me toques los huevos y métete en tus asuntos.” El Viejo Eremita le respondió lo mismo, pero de una manera más fina:
“De alguna manera acabé bajo los pinosdurmiendo cómodamente sobre las rocasno hay calendarios en las montañasel invierno termina, pero quién cuenta los días”.
Tsu Yung fue un funcionario de la época T’ang. No tuvo grandes puestos, pero tampoco le fue tan mal en la Administración. Escribió el poema que transcribo a continuación, pero, más importante todavía, actuó en consecuencia: poco después le hizo una peineta a su trabajo, presentó la dimisión y se retiró al campo:
“Tu retiro campestre es un lugar tan tranquilopienso en retirarme cada vez que vengolas montañas Chungnan llenan tus puertas y ventanasel río Feng ilumina tus árboles y jardín.Tus bambús se inclinan con la nieve del inviernoTu patio está oscuro antes del atardecerMás allá del ruido y al alcance de los hombresMe siento y escucho a los pájaros de la primavera.”
Ch’en T’uan tuvo sus pequeñas ambiciones de ascenso. Su gran suerte fue que no se realizaron y pudo retirarse a tiempo a llevar una vida más feliz. En el poema que sigue, las alusiones al color rojo se refieren a la burocracia imperial.
“Pataleé diez años entre el polvo rojoaunque las montañas verdes a menudo aparecían en mis sueñosun cordón púrpura trae la fama pero no puede compararse con el sueñolas puertas carmesíes son grandes, pero tener menos es mejorqué triste oír las espadas guardando a un señor débilqué deprimente las canciones de los borrachos ruidososme traigo de vuelta mis viejos libros a mi retiroa las hierbas del campo y a los cantos de los pájaros y a la misma primavera de siempre.”
Li She nació en una familia rica, que a veces es la peor manera de nacer esclavo. En un momento dado fue consejero del Príncipe Heredero y uno sospecha que sobrellevó la carga lo mejor que pudo, porque lo suyo era ser libre. Li She en este poema describe muy bien el sentimiento de vivir en medio de la eternidad cuando uno está en el campo, despreocupado del mundanal ruido.
“Todo el día me siento perdido, como si estuviera borracho o soñandoentonces oigo que la primavera se terminó y me esfuerzo por ir montaña arribaal pasar un patio con bambús me encuentro con jun monje y hablamosy paso otra tarde más allá de esta vida fugitiva.”
Shao Yun tuvo la suerte de que desde el principio pudo seguir la vida que más le convenía: estudiar retirado en el campo. Le ofrecieron repetidamente altos cargos y siempre los rechazó. ¿Acaso es más importante satisfacer una vana ambición que disfrutar de una tarde de vino con los amigos?
“Las flores de mi cabeza se reflejan en la copami copa contiene hermosas floreshe visto dos generaciones de días tranquilosy sido testigo de cuatro reinados de tiempos prósperostambién mi cuerpo es más o menos firmetambién la estación está en la cima de su brillomi copa refulge con el brillo de las flores¿cómo puedo hacerlas frente y no volver a casa borracho?”
En fin que si un día veis que he cerrado este blog, tal vez sea que me armé de valor como Wang Wei y Shao Yun, le he hecho una pedorreta al mundo y me he marchado muy lejos a ser feliz.
Y mientras llega ese momento, me marcho de vacaciones unos días. Nos vemos el 12 de agosto-