La literatura de Alejandra Pizarnik es como un embrujo que cae sobre tus hombros, es prácticamente imposible escapar de su poesía, sus palabras son tortuosas como su vida pero de una claridad que se siente en el corazón al leerla, prácticamente imposible, de esas que sólo alcanzan los buenos poetas; hablar de su literatura es hablar de toda una época literaria llena de figuras entrañables que se intercomunican y que nos han dado uno de los periodos más lúcidos de la literatura latinoamericana.
Adentrarse en la literatura la vida y la historia de Alejandra, es adentrarse en un surrealismo sin paralelo y en una de las poetisas argentinas más importantes de los últimos tiempos.
Huyendo del holocausto sus padres van de un lado a otro, para después establecerse en Argentina, así que desde niña su contacto con la muerte y el lado oscuro de la humanidad estuvo muy presente, quizá mucho de esto haya influenciado aspectos decisivos en su vida, como el ser completamente apolítica, cosa rara en los escritores de su época, profundamente comprometidos y activos políticamente, quizá este es uno de los rasgos más fuertes que la separan de su generación.
A partir de su interés en el surrealismo también coqueteó con la pintura, pero su verdadera pasión fue la literatura, quizá fue por eso que su interés político nunca fue más allá, porque siempre cuidó que sus letras fueran impecables y a veces eso no deja tiempo para nada más.
Fue una artista atormentada, lo que se puede ver en muchas de sus líneas, hay autores que aseguran que tartamudeaba, que su autoimagen no era tan buena y que la comparación con su hermana la dañaba. Aún así volcó todos estos sentimientos en la poesía.
Después de estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, se trasladó a París, experiencia que da pie y quizá es motor de su momento más fructífero en la literatura y donde quizá la perspectiva que te da la lejanía del hogar le dio luz a sus textos.
Los temas que rigen su poesía ya son claros en su primer libro La tierra más ajena, sin embargo es con sus poemarios Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1972) con los que se consolida.
Hay muchas historias acerca de Alejandra, como que estuvo a punto de perder el manuscrito de “Rayuela” cuando su amigo Julio Cortázar trataba de ayudarla dándole un poco de trabajo, hay millones de mitos acerca de su sexualidad y sus adicciones, pero quizá lo mejor es simplemente adentrarse en su obra.
Los temas que rodeaban sus palabras como la soledad, la infancia, el dolor y la muerte, se vuelven universales en sus hermosos versos, aunque también cabe mencionar su gran trabajo en prosa en La condesa Sangrienta escrita en 1971. El legado de Alejandra es en la forma y en la fuerza de su escritura, en marcar el surrealismo con tonos especiales.
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