No, no y no: no son las pasiones desatadas por eso a lo que algunos llaman los Premios Óscar, ni son las ganas de subirme al bus de la farándula feliz. Tampoco entraré a darme de cabezasos por ahí con las comparaciones y el consabido "por qué no ganó tal y tal", por dos motivos: el primero, que no me he visto todas las películas nominadas; el segundo, porque creo que el buen cine no tiene nada que ver con la Academia (para demostrarlo, basta recordar que Pasolini nunca fue nominado, mientras una basura del tamaño de Titanic se llevó once estatuillas), aunque a veces afinen un poco el ojo y tomen una que otra buena decisión.
No, señores: todo lo que quiero es decir que El cisne negro me pareció un peliculón de cabo a rabo (y con los que incluye, obviamente). Lo digo desde todas las ventanas: desde la de la crítica cinematográfica, por donde digo que la película es acojonante, que lo captura a uno y lo arrastra con su ritmo frenético y denso; desde la del analista, por donde digo que me parece extraordinaria no solo la forma en que sacan adelante un guión muy bien pensado e inerpretado a imágenes, sino también cómo se ayudan ya desde el movimiento de las cámaras para introducirnos al mood psicológico de la película; y, además, desde la del morbo, porque hay dos escenas con las que sigo soñando despierto (ustedes saben de sobra cuáles son).
Los que la han visto saben, más allá de los gustos, que se trata de una película impactante, muy al estilo de Darren Aronofsky (supongo que todos los que la hayan visto recuerdan Requiem por un sueño), con esas ganas de joder constantes, de meterse en nuestros cerebros y páncreas y poner el dedo no donde duele, sino donde incomoda, donde nos agarra ese nerviecillo que hace que se nos encoja la piel por dentro. Hay quienes piensan que eso es una mierda. Yo creo que, bien hecho, es magia. Pero digamos las cosas claras: Requiem es una buena película, pero poco más que eso. El cisne negro es un Peliculón con todas sus letras y la mayúscula bien puesta por delante. La forma en que se desarrolla el guión, siguiendo ese ritmo de música clásica y manteniendo, de paso, la tensión siempre en sus niveles agudos, es realmente extraordinaria. Y el final... es que oigan, cuando terminó la película ya se me caía una lágrima. Y no de pena, que yo no lloro en las películas ni de tristeza ni de nada parecido: no, no... a mi se me suelta el lagrimón cuando realmente siento esa cosa que tienen algunas películas que nadie sabe lo que es, pero que te tocan en lo profundo y te hacen sentir que, por unos segundos, has visto a la perfección bailando desnuda frente a tus ojos.
Tampoco puede dejar de mencionarse el papelón que se hace Natalie Portman representando a esta bailarina que sueña con representar a la mala de la película, y que está loca como una cabra. Creo muy sincera y jodidamente que se trata de uno de sus mejores personajes... y la verdad es que además está muy churra con su cara de "no entiendo lo que está pasando aquí, pero creo que voy a matar a alguien". Como he escrito alguna vez en una nota sobre ella, es el tipo de mujer a la que, en otros siglos, se dedicaban libros como La divina comedia. Y yo hubiera sido el primero. Basta con mirarla...
Y todavía no es nada (bueno... en verdad ya es todo, pero... es que esta otra foto, aunque no sea de la película, es para pegarse un tiro y no querer volver a ver a nadie que no sea ella):
En fin, que ya lo ven: todo lo que tengo para esta película son flores. Sé que no todos estarán de acuerdo conmigo, pero ya lo saben: a gustos y sabores no se les mira el diente, y cada loco con su tema. Yo, pues, con este peliculón que recomiendo con los ojos cerrados. Ahí les dejo el trailer.