La idea de droga provoca en nuestra sociedad rechazo y atracción de la misma manera. Las campañas antidroga, la prohibición y el estigma social conviven con la existencia de un importante segmento de la población que la consume.
Pero, ¿Qué entendemos por droga? Los conceptos, al igual que los organismos, están vivos y su dinamismo hace que dar una definición certera en todos los contextos sea una labor muy difícil de llevar a cabo. Por eso me parece correcto hacer un brevísimo repaso histórico del concepto para poder apreciar con más detalle lo que ha sido, única forma de conocer lo que es.
Desde que el hombre se hizo sedentario y creó la agricultura, ha utilizado las drogas con diversos fines, a saber, terapéuticos, recreativos, religiosos, etc. En algunas tablillas sumerias que datan del siglo XXII a.C. se recomendaba la cerveza a mujeres en periodo de lactancia. De los escritos egipcios se han extraído más de 700 nombres de fármacos. Así, por ejemplo, el opio se utilizaba como analgésico. Si algunas drogas se aplicaban de forma irresponsable, podían producirse envenenamientos, y existían penas para los médicos que no hicieran un uso adecuado de las sustancias.
Dicha dualidad queda cristalizada con el término griego φάρμακον, que dio lugar a nuestro “fármaco” y que albergaba dos significados indisociables: el de veneno y el de cura. El uso terapéutico de las drogas no queda relegado al mundo antiguo, sino que en nuestra sociedad también se utilizan, como vemos en los tratamientos de marihuana para frenar esclerosis múltiple o en el de diazepam para tratar la ansiedad.
El diazepam es una de las drogas legales más vendidas.
No ha faltado el acompañamiento de drogas en las ceremonias religiosas. En la misa católica, el sacerdote bebe vino, que representa la sangre de Cristo. Los mayas empleaban algunos enteógenos para comunicar el mundo físico con el espiritual, y así con un ingente número de religiones.
Los usos recreativos tampoco han hecho caso omiso a la llamada de las drogas y, así, vemos que los griegos acompañaban muchos de sus banquetes con vino y, en épocas más recientes, el movimiento psicodélico creó toda una nueva ola cultural en torno a drogas como el peyote o el LSD.
Todo el mundo psicodélico gira en torno a los efectos del LSD.
Sin embargo, a pesar de su utilidad y sus innegables beneficios, la palabra droga sigue produciendo recelos en nuestra mentalidad y el número de sustancias prohibidas se cuenta ya por miles. ¿Serán los abundantes casos de “sobredosis” que vemos en las noticias? ¿Habrán hecho mella las campañas antidroga?
Lo cierto es que la historia de la crítica a las drogas es muy dilatada. Ya en el siglo XX a.C. el vino recibía reproches en Egipto por convertir a los individuos en bestias que vagaban por las calles sin hacer nada de provecho. Aun así, estas críticas nunca salían de la esfera de la moral.
Los primeros intentos por controlar las drogas los vemos en la China del siglo VIII a.C. donde el gobierno trató de prohibir el alcohol mediante sucesivas reformas. En la Roma del s. II a.C. los organizadores de las Bacanales, fiestas en las que se bebía de forma desenfrenada, fueron ejecutados por “crímenes contra la salud pública”. Pero realmente la prohibición de esta celebración provenía del miedo que tenía el Senado a las posibles conjuras políticas que pudieran salir de esta y el origen extranjero de la misma.
Con la llegada del cristianismo, se da un giro de 180º en la tolerancia hacia las drogas y comienza su persecución, a excepción del alcohol y algunas sustancias de uso médico. Sin embargo, esta persecución no se debe estrictamente a criterios farmacológicos, sino al interés del cristianismo por barrer de Europa los últimos ritos paganos que existían, los cuales utilizaban en su mayoría distintas drogas enteogénicas, pomadas de opio, cáñamo, etc. Por otro lado, también se perseguía el efecto que obraban en el ánimo de quienes las consumían, pues se atribuye la acción de las plantas a una naturaleza maléfica que busca pervertir el alma de los hombres. Se genera una serie de supersticiones alrededor de vendedores y consumidores, quienes acabarán en la hoguera unos siglos más tarde a manos de la Inquisición. La irrupción del renacimiento y la Ilustración comienzan a disipar muchas de las fobias y prejuicios que recaían sobre algunas drogas y el siglo XIX traerá un ambiente de libertad, experimentación y luz respecto al tema. Es entonces cuando se aíslan alcaloides como la heroína, la morfina, la cocaína, etc.
Muchas pócimas que empleaban las brujas en la Edad Media contenían distintas drogas.
Mientras a Europa llega la Ilustración, en China, por ejemplo, aunque el opio no provocaba ofensas morales (De hecho, era una de las drogas más consumidas en el país), el emperador Yung-Cheng decidió prohibirlo en 1729 como maniobra para frenar las actividades comerciales lusas. El opio servía en China como moneda de cambio y Portugal estaba logrando un fluido comercio con China a cambio de té y especias. Con esta medida, se trataba de frenar el avance económico lusitano.
Hasta ahora hemos visto que ha reinado un clima de tolerancia hacia las drogas y los únicos casos en que se ha prohibido se ha debido a razones políticas, económicas y religiosas. Además, estos fenómenos ocurrían sólo a nivel local. Es a comienzos del siglo XX cuando va a emerger en EE.UU un clima de condena a las sustancias que se extiende después al resto del mundo y que afectará a un buen número de drogas. Este cambio no ocurre de forma repentina, sino que se va gestando gradualmente. A principios de siglo se empiezan a aprobar leyes que exigen a las farmacias y herboristerías indicar de qué se componían sus productos, para así evitar el fraude o la adulteración. Es en 1914, con la ley Harrison, cuando se regula y grava la producción, importación y distribución de opiáceos y las hojas de coca. Esta corriente reguladora irá un paso más allá en la ley Volstead de 1920, que pondrá fuera de la ley la venta de alcohol.
Al Capone, símbolo de la venta de alcohol durante la Prohibición.
¿Cuáles fueron los motivos de esta tendencia a la penalización? Antonio Escohotado recoge en su Historia general de las drogas varios aspectos que confluyeron en la prohibición de muchas drogas. Uno de ellos fue la creciente tensión social que se llevaba gestando desde el final de la Guerra de Secesión. Al abolirse la esclavitud, la industria sureña necesitaba mano de obra barata y dispuesta a tener largas jornadas laborales, por lo que el gobierno favoreció la inmigración china, y con ella la entrada de los barrios chinos, con sus fumaderos donde se consumía opio. La entrada de inmigrantes de tal índole produjo un rechazo frontal en los sindicatos hacia la población china, y, en consecuencia, recayó sobre el opio todos los estigmas que se depositaban sobre los chinos. El alcohol, por su parte, se asociaba a irlandeses e italianos, de tradición católica. Entre los negros era muy popular la cocaína y desde la caída de la esclavitud llevaban luchando por los derechos civiles, algo visto con miedo por los protestantes blancos. Por último, durante los felices años 20, la prosperidad económica hizo que el país necesitara mano de obra mejicana. Con el crack del 29, aumentaron las cifras de desempleo y los mejicanos se convirtieron en un problema. A ellos iba aparejado el consumo de marihuana, que quedó igualmente estigmatizada hasta que la Marihuana Tax Act de 1937 introdujo un impuesto sobre la sustancia. Así, cada sustancia fue ligada a un grupo social determinado que era visto como una amenaza por el gran público. Otros factores fueron la desaparición del Estado mínimo y la presión del movimiento prohibicionista.
Historia general de las drogas, de Antonio Escohotado, ayudó a arrojar luz sobre el tema en 1989.
A través del tratado de Versalles y los diversos tratados internacionales que siguieron, EE.UU logró imponer la política antidroga en el resto del mundo, particularmente en Asia y Latinoamérica, donde drogas como el opio y la coca respectivamente tenían un fuerte arraigo en la población. No deja de llamar la atención que es precisamente en estos países donde el tráfico tiene las penas más altas, llegando a castigarse incluso con la muerte.
Aunque en 1932 se legalizó el alcohol y desde 1971 los derivados del cáñamo son legales en Holanda, la guerra contra las drogas ha dejado – y sigue dejando – una serie de consecuencias que a continuación paso a detallar.
Consecuencias de la prohibición
Cuando un bien exigido por la sociedad es imposible de adquirir por la vía legal, siempre aparecerán grupos que lo suministren por la ilegal. Las drogas no son una excepción. Tras prohibirse el alcohol, surgió un gran número de mafias que proveían tal servicio. Estas mafias son encarnadas en la imagen de Al Capone. En la actualidad se calcula que el volumen económico del narcotráfico equivale al del turismo global.
En segundo lugar, y como consecuencia del narcotráfico, los ambientes en los que se mueven los consumidores de drogas son peligrosos, rodeados de inseguridades y violencia.
La heroína adulterada se cobró numerosas víctimas durante los años 80 y 90 en España.
La ilegalización también hace que adquirir los principios activos sea más difícil y obliga a una adulteración de las sustancias que complica la necesaria medición de las dosis a los consumidores. De hecho, la mayoría de casos que aparecen bajo el rótulo “sobredosis” suelen ser casos de adulteraciones. Durante la Prohibición, por ejemplo, el número de muertes por intoxicación de alcohol metílico se elevó a 30.000.
El aumento de los precios arruina a los consumidores, que viven por y para la dosis, haciendo que su vida gire exclusivamente en torno a la droga.
Por último, el propósito inicial de la prohibición – el de que se reduzcan los consumidores – se ve frustrado por la capacidad de atracción que tiene lo prohibido. En la actualidad se calcula que 4 millones de europeos consumen cocaína habitualmente, por aportar un ejemplo. El de la marihuana llega a los 25 millones. Existe la creencia de que si se legalizase, el número de consumidores se dispararía, pero en Holanda, por ejemplo, su consumo cayó tras la legalización en los 70.
La prohibición genera focos de atracción hacia los diversos estigmas que recaen sobre sus usuarios. Hay muchos individuos que puede tener problemas afrontando sus vidas y deciden refugiarse bajo el victimismo del yonqui para eludir responsabilidades.
El caso de la adicción
Uno de los mayores argumentos que se suelen esgrimir a favor de la ilegalización es la adicción que generan muchas drogas. En efecto, existen sustancias ilegales, como los opiáceos o la cocaína, que provocan adicción, pero también lo hacen algunas de las drogas legales como el tabaco o la cafeína e incluso el alcohol. Pero más allá de este doble rasero sobre ciertas drogas, en muchas ocasiones no se esclarecen algunos asuntos ligados a la adicción. Por ejemplo, que los estudios actuales ignoran que la cantidad de heroína o cocaína que contienen las dosis vendidas en la calle es muy reducida. Sería como evaluar los efectos del alcohol considerando sustancias con el equivalente a lo que cabe en un dedal.
Asimismo, se suele ignorar que mucha gente acude a las drogas como vía de escape a situaciones de desgracia y, mientras no cambie esta situación, seguirán acudiendo a ellas. En cambio, si se produjera un cambio en sus vidas, podría echarle la voluntad suficiente para aguantar el síndrome abstinencial, que puede ser terrible en el caso del alcohol o la heroína.
Por último, el ser humano es un animal de costumbres. Nos sentimos cómodos con la rutina, lo que alimenta determinados hábitos. Al igual que cogemos siempre el mismo camino para ir al trabajo, algunas personas deciden generar hábitos de café, opio o marihuana. Además, hay ocasiones en las que el síndrome abstinencial es más perjudicial que el consumo de dicha droga a largo plazo. En la antigua China, se conocen casos de ancianos que fumaban opio hasta el final de sus vidas sin grandes problemas de salud y librándose de los debilitadores catarros que el opio evita.
Las drogas y el desprecio por el contexto
Una de las maldades de los conceptos vacíos es encerrar imágenes mentales que apenas si tocan la superficie del asunto, pero que al mismo tiempo están profundamente arraigados en nuestra mente. Es lo que llamamos prejuicios. Sobre la droga se posan unos prejuicios negativos que me gustaría abordar para concluir este artículo. Se suele obviar que la vida es un juego de contextos y variables y que las verdades absolutas son muy escasas. Se ignora que no todas las drogas producen el mismo efecto en todos las personalidades; existen drogas estimulantes, como la coca o el café, drogas relajantes, como los opiáceos o el diazepam, y drogas visionarias, como el LSD o la marihuana. Ni todas son altamente tóxicas, ni todas generan dependencia, ni todas tienen rápida tolerancia. Hay personas de temperamento activo, otras de carácter apático y las que tienden a la neurosis o la paranoia. En determinadas personalidades, el uso de ciertas drogas equivocadas para ellos puede llegar a destruir sus vidas o sumirlos en terribles desgracias. En otros, puede provocar placer, alivio, descubrimiento de nuevos estados de percepción o aumentar la creatividad. El factor humano es una variable de tremenda relevancia. La dosificación es también muy importante, pues ayuda a equilibrar la cantidad necesaria para hallar placer, sin poner la vida en peligro. Y para terminar, el contexto social también es determinante. Si se consume una droga que potencia los sentidos en un contexto de estrés y desconfianza, es muy probable que el resultado sea paranoia o incluso psicosis. Si se toma con gente de confianza y experta, la situación cambiará notablemente.
Es un tema muy extenso el de las drogas y lo que se ha expresado en este artículo es sólo la punta del iceberg. La droga es, como internet o el amor, una de esas armas de doble filo que, atendiendo a los contextos, puede a la vez y de forma indisociable sumir al ser humano en la más oscura de las penurias o iluminarlo con la luz de la más brillante satisfacción.
Las drogas son esencialmente neutras. Su uso es el que decanta la balanza.