Revista Opinión

Alien, el octavo pasajero (1979)

Publicado el 21 diciembre 2012 por Vigilis @vigilis
Hablemos de este clásico del horror espacial y de cómo la sorpresa que dio en taquilla convirtió a Ridley Scott en un ser mezquino y sin escrúpulos.
¿Dónde reside el éxito de Alien? Fijémonos antes en qué nos causa sopor y aburrimiento de las superproducciones contemporáneas. Esas pretenciosas historias en las que todo el mundo es muy listo, el espectador maneja toda la información, la tecnología es nuestra aliada, la gente es guapa y los sillones que vemos son cómodos. ¿Qué aburrimiento no?
Antes de que llegara esta época horrible de prohibir comer bollería a los niños en el recreo, la visión sobre el futuro era pesimista. Ahora incluso nos hemos inventado el concepto de «retrosexual» para vender lo desaliñado como sexy. Pero en aquella mini-edad dorada que comprende desde finales de los setenta hasta comienzos de los noventa (mini-edad dorada para el cine, mini-edad de bosta de vaca para la música, ojo), la gente que iba desaliñada lo iba de verdad, no por marketing.
Así, en Alien tenemos cierta decadencia en las personas y la tecnología (John Hurt parece tener tuberculosis en todas sus películas). El futuro no es un lugar maravilloso. En el futuro la gente cobra miserias de salario en trabajos peligrosos y mohínos. Además, en ese futuro propio de la década de los 80, las compañías malvadas no saben que la responsabilidad social corporativa les puede suponer una ventaja frente a la competencia.
Al lío
La Nostromo es un remolcador enorme de una compañía malvada. Sus siete tripulantes la llevan de regreso a la Tierra después de hacer minería en el espacio lejano, cosa que es una tontería muy grande porque cualquier elemento químico conocido lo tienes en el Sistema Solar (sí, la nave lleva un elemento conocido). Lo que está bien hecho es el tamaño de la refinería que arrastra: más de un kilómetro de largo y veinte millones de toneladas de masa de carga. En el espacio, es muy ineficiente hacer las cosas pequeñas. Así que por carambola, minipunto para el diseño de producción.

Alien, el octavo pasajero (1979)

«Capitán, recibo una transmisión de alguien del 2012. Dicen que no votemos a un tal Shoemaker».

El ordenador de la nave recibe una señal de auxilio y despierta a los tripulantes que estaban en animación suspendida. Tiempo muerto. Aquí hay algo que no entiendo. ¿El ordenador detiene su ruta de regreso a la Tierra porque capta la señal de auxilio? Si es así, luego Ash se pone en contacto con la Compañía que le ordena llevar al xenomorfo. Lo que quiere decir que disfrutan de una transmisión de datos casi instantánea. Bien, ¿por qué no envían más datos? Dejo esto por ahora, cuando toque hablar de la segunda parte, recordadme que hable de este punto concreto del guión y que os cuente lo horrible y desalmado que es Ridley Scott.
Como decía antes del interludio friki, los tripulantes se despiertan. Son siete y lo sabes por el título. El número es importante porque te ayuda a ir tachando palitos según van palmando al estilo de Diez negritos. Veamos con quiénes contamos:
Dallas.- Capitán de la nave. Cumple a rajatabla las órdenes de la Compañía pero no parece un idiota. En las historias, el que cumple las órdenes suele ser pintado de idiota, pero ésta es una película conservadora, así que cumplir las órdenes está bien, niños.
Kane.- Oficial ejecutivo (en España diríamos Segundo Comandante). John Hurt tiene mala cara, está pálido y fuma. Si en la tripulación el negro no es gracioso, puede no ser el primero en morir.
Ripley.- Suboficial y madre. No tengo nada en contra de las heroínas que van en bikini, al contrario. Pero los clichés llegan a aburrir, así que encontrarte a una heroína normal es siempre una buena noticia. Hacia el final de la peli, la vemos en bragas, claro.
Ash.- Oficial científico. Es sospechoso que un remolcador lleve a un oficial científico. No digo que no tenga sentido, al fin y al cabo hablamos de viajes espaciales, pero como poco es sospechoso. Además, es un tipo muy humano, puede que demasiado. Quizás hasta no es humano, sino un androide.
Lambert.- Navegante. Estereotipo de histérica que pide a gritos morir.
Parker.- Ingeniero. Es un negro gracioso, así que no será el primero en morir.
Brett.- Ayudante del ingeniero. Las greñas que le salen por detrás de la visera dan asquete. Me recuerdan a las greñitas de la gente que va al palco del Bernabeu y se peina hacia atrás. Grima.
Jonesy (Juanito).- Gato. Lamentablemente no veremos al alien comerse al gato. Esta no es una de esas películas.
El ordenador -«Madre»- les informa de la señal de auxilio (que dejó una loca que se practicó un autoaborto hace unas décadas) y por las reglas de la alta mar, están obligados a responder. Desacoplan la Nostromo de la refinería y aterrizan en el nivel 426. Los dos oficiales y la navegante salen a explorar los restos de una nave alienígena (que se ve perfectamente, sin misterios ni truquitos). Allí descubren varias cosas: huevos estallados, y un alienígena muy grande fosilizado al que le salió algo del pecho. Entretanto, Ripley descubre que la señal de auxilio no era tal, sino una señal de advertencia.
De un huevo salta un abrazacaras que se acopla a Kane. Los otros dos astronautas lo llevan a la nave y Ash, sospechosamente los deja pasar. Ripley protesta, dice que hay un protocolo de cuarentena cuando se trata de un contacto con una forma de vida desconocida, etc. Ni puñetero caso. A fregar, Ripley.

Alien, el octavo pasajero (1979)

«Entonces le dije a mi mujer: ¿tú que diablos entiendes por una relación monógama?».

En la enfermería descubren que el abrazacaras está muerto y que su sangre es ácido corrosivo. Al rato, Kane se despierta con hambre. Todos se ponen muy contentos. A uno de ellos lo acaba de violar por la boca una forma de vida alienígena pero no pasa nada. Antes de volver a activar la animación suspendida, deciden darse un pequeño homenaje. Sacan de las alacenas yemas de San Leandro, miguelitos, orejuelas de San Carlos, mostachones, bizcochadas de Gloria... bueno, ya sabéis. El Kane se pone como el Quico (¡cómo debió ponerse el Quico Antediluviano, el Quico Original; para transformarse en un Quico Metafísico que da origen a una frase hecha!). Y de pronto se encuentra mal. Tos, disnea, estertores, se tira sobre la mesa y la caja torácica cruje como cuando comes patatas de bolsa. De un estallido de sangre sale un alienígena con forma de pene.
El negro coge una espumadera para atizar al bicho (una reacción completamente normal que ya no se ve en las películas), pero Ash, sospechosamente le dice que no lo mate. El bicho-pene salta al suelo y se va corriendo como si tuviera patines. Quedan seis.
A partir de este punto, la película es un remake genial de Diez negritos de Agatha Christie. Gran parte de las secuencias de búsqueda y exterminio del xenomorfo crearon el canon para el cine de terror habitual. En primer lugar, los tripulantes se dividen en dos grupos para «encontrarlo antes» (quieren decir, para morir antes). Ripley va con los ingenieros buscando por la laberíntica y oscura nave llena de vapores y lucecitas parpadeantes. Parece que encuentran al bicho, pero era el gato, que escapa. Mandan a Brett a buscarlo. Buena idea.
El de la gorra va solo hasta una especie de garaje donde llueve. Se encuentra al bicho, que ha crecido y ya sabe hacer la Declaración de la Renta. Gana el bicho. Quedan cinco.
Se reúnen los negritos para acordar una estrategia. El bicho anda por los enormes conductos de ventilación, así que irá el capitán con un lanzallamas empujándolo hacia un hangar, lo encerrarán ahí y luego lo expulsarán al vacío espacial. Fácil, rápido y limpio. Lástima que subestimen a ese horror xenomorfo. Dallas y el alienígena juegan al pilla-pilla por los conductos de ventilación. Gana el alienígena. Quedan cuatro.

Alien, el octavo pasajero (1979)

«Así que te has comido todas mis pilas alcalinas, ¿eh?»

En ese punto se plantean escapar en la lanzadera. Pero como la pequeña nave solo tiene tres asientos y ellos son cuatro, no pueden marcharse y fin de la discusión. Ripley, que ahora está al mando, va a la Sala del Ordenador a preguntar qué puede hacer. Ahí averigua que el oficial científico tiene órdenes de salvar al bicho aun a costa de la tripulación. Justo en ese momento aparece Ash, que pelea con Ripley. Después aparece Parker que le revienta la cabeza a Ash, revelando su naturaleza biomecánica. Quedan tres.
Vale. Deciden pirarse cagando virutas. No sin antes activar el mecanismo de autodestrucción (esos ingenieros atentos y agradables que incorporan mecanismos de autodestrucción a las cosas). Ripley recoge el gato, el neceser, etc. los va metiendo en la lanzadera. Lambert y Parker van a por cilindros y cubos metálicos de ciencia ficción estándar y se encuentran al bicho-pene. El alienígena disfruta acosando a la tía y el negro, que aparece por detrás con un lanzallamas no puede disparar porque se cargaría a su compañera. El bicho se carga al negro con uno de sus penes y se sugiere que va a violar a la tía. Ripley escucha gritos y gemidos. Encuentra a sus compañeros muertos. Queda una.
Ripley va directa a la lanzadera, pero el alienígena le corta el paso. Así que vuelve para cancelar la secuencia de autodestrucción. «Madre», el ordenador, que es una tía de los ochenta que trabaja en el sector del transporte ignora a Ripley. Así que nuestra protagonista vuelve a la lanzadera porque ya tiene el camino despejado. Toda esta escena está metida con calzador para seguir mostrando el combate de la Humanidad contra lo no humano, en este caso, contra el ordenador central.
Ripley y el gato ponen espacio por medio y vemos a la Nostromo estallar en el espacio (a ver si dejamos de poner sonido y fuego en el espacio, señores guionistas). Asunto arreglado. Hora de ponerse a dormir en el podio de stasis. Gratuitamente vemos en bragas a una lozana Sigourney Weaver, candidata tres veces a los Oscar. No entiendo cómo sucede, pero Ripley se encuentra al alienígena hecho un ovillo (un ovillo de penes y lenguas húmedas) en una estantería. Haciéndose el sueco. La tía se pone un traje espacial y hace lo que se convertirá en el abecé de la autodefensa en el espacio: abrir la puerta y provocar una descompresión explosiva. El bicho sale disparado, Ripley le lanza un arpón y el tío logra encaramarse a la nave y agarrarse a una tobera. La protagonista enciende los motores y fríe al bicho. Por fin puede meterse en cama con el gato y nosotros también.
Lo bueno
  • La película no te trata de vender nada. No intenta explicar por qué estamos en el universo ni responder a ninguna grandilocuente Pregunta Épica. Es una cinta de horror espacial en la que hay un bicho que va comiendo a la peña. Punto. En su sencillez radica su éxito. Una lección que lamentablemente Hollywood no ha aprendido.
  • Parece que no, pero la banda sonora, sobre todo el «main theme» le va como anillo al dedo. Parece que lo compuso un superviviente de Chernobyl medio trompa. Es imposible hacer una gran película sin una gran banda sonora.
  • El diseño de producción. Los astronautas llegan a una nave alienígena y se encuentran a un alienígena fosilizado desproporcionadamente grande. Jugar con el tamaño es lo que hace raras a las cosas. Lo alienígena tiene que ser raro.
  • Conseguir el horror sin grandes artificios. El horror depende más de una historia y un ambiente que de ver tripas.
  • El Mal adquiere formas. Un tema clásico del horror. El verdadero horror es el horror que no solo no podemos entender ahora, sino que jamás descifraremos precisamente por no tener un origen humano. No podemos pensar ese horror, ni dialogar con él, ni crear una mesa de diálogo. Es él o nosotros. No hay atajos, no hay huidas. Al mal puro se le combate y se le extermina, punto.
Lo malo
  • Esta película no daba para crear una saga. Y aún así lo hicieron. Penitentiam agite.
  • La sensación de que sobran personajes (hola Lambert) o son desperdiciados (hola androide traicionero).



Volver a la Portada de Logo Paperblog