El cambio climático ya está aquí, y amenaza los medios de vida de la población rural pobre: agricultores, pescadores y pastores. Las previsiones de la comunidad científica son que los episodios climáticos extremos, como sequías e inundaciones, van a tener un impacto cada vez más negativo en las cosechas, en los pastos y en los recursos marinos.
El aumento progresivo de las temperaturas podría disminuir entre el 5 y el 60% los rendimientos de los principales cultivos para 2.100 pero ya está provocando una escalada de precios en el mundo. Además, en el caso de los fenómenos extremos, como alerta Oxfam Internacional, la escasez de cosechas básicas como el trigo, el maíz o el arroz en algunas zonas podría tener un efecto devastador sobre los precios de los alimentos y las personas que dedican hasta un 75% de sus ingresos a la compra de alimentos.
En los últimos 60 años, según el Observatorio de Salud y Cambio Climático, la frecuencia de los desastres naturales a nivel mundial relacionados con fenómenos meteorológicos extremos se ha más que triplicado y las proyecciones indican que seguirán en aumento.
Si el mundo pretende lograr el Hambre Cero en 2030, como acordaron 193 países en la Cumbre de Desarrollo Sostenible de la ONU, el cambio climático es un reto debe abordarse con el fin de continuar la lucha contra el hambre y alcanzar este objetivo. Nuestro modelo de agricultura, de alimentación y de consumo deben adaptarse a un clima cambiante, tal como recuerda la FAO con el lema de la celebración, este año, del Día Mundial de la Alimentación: “El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también.”
Cultivar alimentos de manera sostenible significa adoptar prácticas que producen más con menos en la misma superficie de la tierra, fortalecer la resiliencia de los pequeños agricultores y usar los recursos naturales de forma juiciosa. Significa también reducir la pérdida de alimentos antes de la fase del producto final o venta al por menor a través de una serie de iniciativas, que incluyen una mejor recolección, almacenamiento, embalaje, transporte, infraestructuras y mecanismos de mercado, así como marcos institucionales y legales.
Como consumidores también podemos hacer mucho: Siendo consumidores conscientes o éticos y cambiando simples decisiones cotidianas. Por ejemplo, acabar con el desperdicio de alimentos o comer menos carne y más legumbres, que son muy nutritivas. La FAO recomienda hasta 26 conductas con las que podemos reducir nuestra huella ambiental y contribuir a mejorar la situación.