El enebro que custodía los viñedos de Rodrigo González se eleva como el último bastión, como el último soldado que sostiene la bandera en el campo de batalla, o como ese Joshua Tree que hicieron famoso los U2 , rodeado de la arena del desierto. Puede que ese enebro , también represente la soledad de los viticultores que huyen del camino fácil , para buscar unos vinos personales que recuperan la esencia de lo que fue la Ribera del Duero . Este vino cierra el círculo tras el Tomás González Roble y el Tomás González Crianza ya comentados en otras entradas previas . Es un vino de muy escasa producción, mi botella era la 614 de 6038 ,pero sigue la buena linea de los demás, unos vinos marcados por la elegancia, la presencia marcada de la fruta y mucho tacto con la madera.



