26 de enero de 2016
Las cartas se morían, envidiosas de los email, por falta de uso. Algunos pronosticaban su fin, como el del VHS o el Laserdisc. El género epistolar languidecía. Los buzones lloraban de abandono... ¿Para qué mandar misivas calenturientas, si se podía contar lo mismo con dos iconos de corazón, un plátano y un melocotón?
Ah... y al rescate del oficio de cartero llegaron las compras online. Increíblemente, se podían conseguir productos más baratos que en una tienda física, a la puerta de casa y en 24 horas.
Con el extra de la ilusión empaquetada, bien embalada, grandiosa, te llaman al timbre y sonríes al mensajero como si la sorpresa no te la hubieses enviado tú mismo/a. Con Amazon, cada día es Navidad.
Cualquier ser humano con vagancia, ordenador, y cerveza en el frigo, es fan de Amazon. Se consigue cualquier cosa sin abandonar la bata (uniforme oficial del ocio casero). El mensajero no rechaza al personal por falta de desodorante, y además sabes que el regalo (que te has regalado) será de tu agrado. Nunca fallan las fiestas de auto-cumpleaños.
Lo peor de Amazon es que quizá por temas de marketing, y por aquello de que un paquete grande siempre es más ilusionante (INCLUYA SU CHISTE FÁCIL AQUÍ), te puedes encontrar una caja de bombones en el embalaje de un órgano Hammond. Y no exageramos; en el vídeo que incluimos se encuentra un caso bastante común, no demasiado flagrante.
Señores de Amazon: Hagan honor a su nombre y cuiden el medioambiente con un poco de mesura. Con la tercera parte de embalaje se conseguirían resultados óptimos, y el producto recibido sería el mismo.
(Antes, aquí mismo, había un comentario gracioso, censurado para poder publicar. Viva Zuckerberg y la libertad en Internet).