Además de Terror en Chernobyl, nuestra cartelera hoy también estrena Amigos intocables, comedia francesa que promete ser tan exitosa como sus compatriotas El artista y Amélie (Le Figaro celebra aquí el “triunfo en Europa”) y que ya tiene una remake hollywoodense en marcha (a cargo del director de Damas en guerra o Bridesmaids según el New York Post). El entusiasmo provocado por los récords de taquilla y el proyecto de adaptación esconde los síntomas de americanización progresiva que parte del cine galo parece sufrir hace algún tiempo.
Nos referimos rápidamente a esta pérdida de identidad cuando reseñamos Rompecorazones y Les petits mouchoirs. La última entrega de los premios Oscar fue otra buena excusa para señalar la euforia de los medios franceses ante un reconocimieno internacional (o, mejor dicho, de la meca de la industria cinematográfica) que revertiría la fama localista -léase aburrida, críptica, chauvinista- de las películas made in France *.
Amigos intocables cumple con las premisas básicas de un hipotético “manual de cine para consumo masivo”. Está inspirada en la recreación literaria de una historia real (y aleccionadora), ofrece un retrato acrítico de la condición humana (celebra la amistad interracial y reivindica nuestra capacidad de autosuperación) y de la sociedad contemporánea (“pobres habrá siempre; lo mejor que puede pasarles es conocer a un rico bueno” sería el mensaje), asegura un final complaciente (inevitable en toda feel good movie).
Responsables del guión y la dirección, Olivier Nakache y Eric Toledano apenas retocaron la fórmula aplicada a Conduciendo a Miss Daisy y a Ante de partir. Las coincidencias son tan evidentes que, con menos edad, Morgan Freeman sería un número puesto para encarnar -en la remake estadounidense- al Driss que Omar Sy interpreta en la versión original **.
Quienes sentimos debilidad por el cine francés terminamos lamentando películas como Intouchables. No sólo porque presentan las taras típicas de la producción cinematográfica serial, sino porque ilustran el alcance de un proceso globalizador que atenta contra la diversidad cultural.
Ni la contratación de François Cluzet para uno de los dos roles protagónicos, ni el carisma indiscutible del hasta ahora desconocido Sy consiguen compensar la amargura que genera el diagnóstico de americanización.
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* Bienvenidos al país de la locura está a mitad de camino de esta observación: por un lado cumple con algunas reglas genéricas de la comedia para público masivo; por otro lado luce un color bien local cuando juega con rivalidades y prejuicios regionales (del norte de Francia). Quizás por esta característica, el film de Dany Boon sólo causó sensación en su país de origen.
** El hombre de carne y hueso que devino Driss en la ficción se llama Abdel Sellou y es de ascendencia argelina. Probablemente influenciados por el mismo “manual de cine para consumo masivo”, Nakache y Toledano lo prefirieron oriundo del África negra, y no árabe.