Revista América Latina

AMIR VALLE: el escritor precoz (2° parte)

Publicado el 11 julio 2015 por Ángel Santiesteban Prats @AngelSantiesteb

Para leer la primera parte siga el link AMIR VALLE: el escritor precoz

7.- ¿Por qué Guillermo Vidal, uno de los escritores más talentosos de la generación, siempre tuvo el estigma y el desprecio constante del oficialismo? ¿Qué te hizo cerrar filas con él?

Guillermo Vidal, el poeta cubano Emilio García Montiel y Amir Valle

Guillermo Vidal, el Guille, es el ser más especial que tuve el privilegio de conocer. Lo atacaron porque odiaba la mentira, detestaba las medias tintas y le decía la verdad en la cara a cualquiera. Como bien sabemos quienes estuvimos cerca de él, intentaron callarlo y no pudieron, así que decidieron presionarlo y acusaron al hijo de un falso delito, lo metieron preso, sabiendo que le hacían pedazos el corazón, pues ese hijo, Aliar, era su adoración. Pero su hijo supo por sus propios verdugos aquella trampa: le dijeron que, si quería salir libre, debía convencer a su padre de que abandonara su postura. Se portó como un hombre y le dijo a Guillermo que estaba dispuesto a morir de viejo en la cárcel, pero que no se dejara presionar por el dolor de verlo tras las rejas.
A mí me lo presentó Aida Bahr. Acababa de ganar el premio Marcos Antilla de cuento con esa joya que es “Se permuta esta casa” y el folleto con el premio lo presentó José Soler Puig en Santiago. Verlo, conmoverme con la limpieza que destilaban aquellos ojos verdes y saber que seríamos grandes amigos fue una misma cosa. Y aunque él vivía en Las Tunas, durante años mantuvimos una amistad a toda prueba. Era un ser que había aprendido a desprenderse de los odios, ajeno a las rencillas y los chismes tan usuales en nuestro mundillo, amigo de sus amigos y una persona a la que sus vecinos, colegas y amigos respetaban y veneraban de un modo realmente mágico. Una vez me confesó que no siempre había sido así, que en su juventud hizo cosas que le hicieron pensar que era un monstruo, y que los golpes duros de su infancia y su vida posterior lo habían hecho aprender a no dejarse envenenar, a no dejarse presionar o engañar. Tenía la virtud de ser un finísimo analista de la situación en Cuba y, sobre todo, de lo que ocurría en el mundo de la cultura y esa compleja animalia que somos los intelectuales, escritores y artistas. Ha sido, además, la única persona a la que escuché decir sartas de malapalabras, jaranear y comunicarse utilizando esas malas palabras sin que sonara a mala palabra, a cosa grotesca. Y, como recuerdas, era uno de los seres humanos más divertidos, bromistas y ocurrentes que hemos conocido. Sin hablar de su humildad: sabía que era bueno, que era único, que su estilo literario era (y sigue siendo) inimitable, un ícono de la narrativa cubana de todos los tiempos, pero jamás actuó con ínfulas, como sí hacen otros de esos muchos diosecillos menores de nuestra literatura, sin que su obra pueda compararse ni siquiera mínimamente a la originalidad y fuerza de la del Guille. Podría escribir un libro con las cosas que conversamos, las que planeamos juntos, las que soñamos. Pero basta con decir que en sus años más productivos jamás publicaba una línea en ningún sitio si antes no la leía yo, y yo hacía lo mismo. Gastamos muchas horas conversando por teléfono sobre nuestras obras, nuestras vidas, nuestros proyectos familiares o profesionales. Estuvo siempre ahí en los momentos en que más me reprimieron en Cuba, en que más solo estuve, en que más fui traicionado, y su sonrisa y sus consejos fueron un bálsamo. Ahí te va una anécdota de esa fidelidad suya: Cuando me cerraron todas la puertas, un funcionario de Las Tunas puso ingenuamente mi nombre en las listas de invitados y, cuando los jefes se dieron cuenta, me retiraron la invitación. Guillermo fue allí ye les dijo que si no me invitaban, él iba a boicotear la feria oficial, iba a movilizar a todos los escritores de la provincia y se iba a hacer su propia feria en los potreros en las afueras de la ciudad, para que yo pudiera asistir. Tú y yo sabemos que, si se lo poponía, podía hacer esas cosas, porque la gente lo veneraba.

Heras León, José Mariano Torralbas, Guillermo Vidal, Alberto Garrido, Marcos González y Amir Valle. Tira la foto Ángel.

Por él, además, conocí y entregué mi vida a Cristo. Y eso nos unió aún más. Con su muerte perdí, además de un amigo, además de un cómplice, a mi crítico más rabioso, a mi lector más fiel. Y la prueba de esa confianza que nos tuvimos es que, cuando supo que moriría, dijo a su familia que yo era la única persona que podía llevar su obra adelante, pues sabía todos sus anhelos como escritor, todos sus desvelos, todas sus ideas sobre literatura. Fue para mí un honor y un reto enorme que me declarara su albacea literario, algo que muchos en Cuba aún no quieren reconocer.
Muchos de ustedes han dicho que yo era una especie de líder no electo para la mayoría de nuestra generación de escritores; y realmente confieso que así me sentí. Pero yo siempre creí que el otro gran líder fue el Guille, incluso con mayor impacto que yo, pues él se ganó con su limpieza de alma y de carácter hasta a quienes, ya fuera por razones grupales, generacionales o estilísticas, nos veían con ojeriza. Nuestra primera coincidencia fue en torno a la fidelidad que nos debíamos unos a los otros.

Guillermo Vidal con Gumersindo Pacheco y Lorenzo Lunar.

Sindo Pacheco siempre jaranea con que mi frase favorita entonces era “es de nosotros”, pues era lo que yo decía cuando quería señalar que alguien debía ser protegido por nuestra amistad. Como todos saben, siempre busqué que no muriera aquella ingenuidad que nos unió, aquellos sueños puros, aquella amistad sincera en la que cada premio o libro ajeno era celebrado como algo propio. Algo me hacía saber que si eso se rompía, nos sucedería lo mismo que a las generaciones anteriores: que nos dividirían con las dádivas del poder, que seríamos colegas que se muerden la lengua de rabia ante los triunfos ajenos aunque de boca para afuera muestren una sonrisa a ese otro colega generacional, y lo más peligroso, que las políticas establecidas nos convertirían en ejecutores de nuestros antiguos hermanos de generación o en cómplices de quienes los ejecutan, si es que no éramos nosotros mismos los ejecutados. El lema del Guille Vidal, ante cada pequeña discusión entre nosotros, era: “caballeros, si nos dividen, nos joden”. Y ese fue por varios años el lema de nuestra generación. Hace poco me sentí muy honrado, pero triste a la vez, cuando leí que el escritor Rafael Vilches, nuestro amigo, decía que habían jodido a nuestra generación, que nos habían dividido y que muchos de aquellos amigos hoy eran pequeños monstruos llenos de resentimientos, miedos y egoísmos, y que lo habían logrado únicamente porque el poder había quitado del medio a los dos líderes de la generación: el Guille se había muerto en el 2004 y a mí me habían desterrado en el 2006.

8.- ¿Es una vocación tuya la de abrazar a los desprotegidos? Creo que aquellos hechos lastraron de alguna manera tus sueños, esperanzas; que algo cambió radicalmente en ti y, con la precocidad que siempre te ha acompañado, te distanciaste de los espacios oficiales. Confieso que fui uno de los que en aquel entonces no te entendió; equivocadamente, pensaba que asumir una literatura critica, social y antigubernamental era suficiente para mostrar nuestra nuestra postura ante nuestro tiempo, porque confería el papel primordial a la obra escrita que, en definitiva, era para lo que estábamos convocados como intelectuales, pensaba yo. Tuvo que pasar un tiempo para que comprendiera que solo repetía lo que nos pedían los maestros, quienes sí habían aceptado que doblegaran a su generación y habían acatado todas las exigencias del gobierno por miedo, un miedo que luego intentaron trasmitirnos a nosotros, decían que para protegernos y no sufriéramos lo que ellos padecieron en la década de los setenta, pero sobre todo para que no sacrificáramos nuestra escritura, como si no se pudiera escribir desde la marginación o desde la misma cárcel. Recuerdo que cuando me trasmitiste tu punto de vista ante el régimen totalitario, tu critica agresiva a la dictadura y las violaciones de los Derechos Humanos, desde mi inmadurez política y la manipulación personal de la que aún no me había desatado, te aseguré que “como artista no debías confundir el arma de lucha, que no era otra que la literatura”. Luego, como tú, mi conciencia necesitó más y ya ves donde estamos hoy: tú, en la diáspora, y yo, preso.

Sé que lo primero lo dices porque en nuestros intercambios de cartas, como también lo haces tú, he defendido el derecho que otros antiguos amigos tienen a sentir miedo, a no proyectar lo que realmente piensan, e incluso a utilizar de modo oportunista la estructura del poder cultural. Pero ese aislamiento, esa distancia de los medios oficiales que en mi caso duró desde 1989 hasta 1997, cuando regresé a trabajar en el Instituto Cubano del Libro durante dos años y medio, e incluso el tiempo en que decidí aceptar la oferta del chino Heras de dar clases a los nuevos escritores cubanos como profesor del Centro Onelio Jorge Cardoso, donde estuve apenas un año, me permitió observar esa realidad desde muchas perspectivas, conocer las caras ocultas y públicas de sus personajes, analizar desde mi soledad todo lo que sucedía. Luego viví otro período de ostracismo: desde el 2001 hasta el 2005, en que fui desterrado. En esos “insilios” forzados, supe que lo único que me interesaba era salvar lo humanamente salvable: cada uno tenía derecho a creer en algo distinto, a equivocarse, a rebelarse, a negociar, a traicionar incluso, porque vivíamos en un país donde esos procederes eran estrategias de supervivencia. Luego conocí a Dios y entendí que cada uno deberá responder, primero a su conciencia, y después ante Él; que no soy quién para juzgar a nadie, para pretender que actúen como se supone que deban actuar éticamente ante una dictadura. Me rebelé, como bien dices; escribí en mis libros lo que muchos no querían que se dijera (y por eso ninguno de esos libros se publicó en Cuba ni entonces, ni hoy, aunque ganaran premios internacionales y se publicaran en editoriales importantes fuera de Cuba); dije en entrevistas para la prensa extranjera acreditada en Cuba lo que pensaba de Fidel Castro y del gobierno; hice lo mismo en la prensa internacional, aprovechando cada uno de mis triunfos fuera de la isla para que se conociera que aquello no era el paraíso que el régimen pintaba; defendí en sitios públicos a colegas y amigos escritores y periodistas que eran reprimidos, como Dagoberto Valdés, Antonio José Ponte, Rafael Almanza, Armando Añel, Arturo González Dorado, o que cumplían prisión, como Raúl Rivero o Manuel Vázquez Portal, quien me conmovió profundamente hace unos años, ya viviendo en Miami, cuando escribió una crónica donde recuerda que, mientras era un apestado y todos huían de él, no me importó jamás abrazarlo como el buen amigo que siempre fue, incluso aunque a pocos metros, mirando, estuviera el mismísimo ministro Abel Prieto; fundé una revista y me la censuraron, fundé otra y me quitaron el correo electrónico para que no pudiera ni siquiera enviarla a modo de cápsulas informativas, que era como yo enviaba ambas revistas porque no tenía acceso a internet; les di a mis amigos oficialistas la oportunidad de que me defendieran, pues era como defenderlos a ellos para el futuro, y no lo hicieron (y, por cierto, algunos sufrirían después lo mismo que yo, por errores en su “gestión oficialista”, y fueron destronados, pero se lo han callado) e incluso les dije a la mayoría de mis amigos y conocidos que les perdonaba que no me visitaran, que no me llamaran, que si me veían por la calle se cruzaran de acera para que no los vieran cerca de mí, porque no quise que “mi culpa” los afectara. Aprendí a dormir en paz con mi conciencia, y sé que Dios me ha premiado por no dejarme envenenar el alma por esos odios que otros, por razones políticas o ideológicas, han inventado.

9.- Y te encontraste solo. Haberte sabido un llanero solitario, incomprendido hasta por tus colegas más cercanos de generación, ¿qué sentimientos te agregaron?

Conocí la libertad, querido Ángel; la libertad que nace de no permitir que nadie encauce tu vida por vías que no te interesan y con ideas que no tienen nada que ver con tu modo de pensar. Esos últimos años de estancia en Cuba, además de vivir de mis derechos de autor en el extranjero (que no eran muchos, pero en manos de mi esposa se multiplicaban increíblemente, permitiéndome vivir con cierta holgura económica), hice de todo: vendí batido, papas rellenas, tabaco que llevaba a empresarios extranjeros que conocí cuando trabajé en Cubanacán S.A, piezas de computadora que un vecino se robaba de su trabajo (hasta un día en que, mirando el mar desde mi azotea, mi esposa me hizo notar que ante Dios y ante la verdad, aunque nos pesara reconocerlo, aquello de vender tabaco robado y piezas de computadora robadas era lo único que ensuciaba mi postura ética, pues ni siquiera la obligada lucha por la supervivencia en una dictadura justificaba eso de “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”). Y desde esa libertad conquistada en un país donde esa palabra escaseaba tanto como el agua en el desierto del Sahara, con la ayuda de Dios y martilleándome los cojones, aprendí a perdonar incluso a esos maestros y amigos que me traicionaron. Hoy, en mi casa en Berlín, o en esos otros países adonde me invitan a presentar mis libros o a ofrecer conferencias, me he encontrado con muchos de ellos y los he abrazado como si nada hubiera pasado. Han querido hablar, los ojos avergonzados pidiendo perdón, y mi respuesta ha sido lanzarnos a rememorar aquellos primeros años, cuando éramos ingenuos y felices, donde lo único que importaba era el ser humano que fuimos, nuestra hermandad pura, libres de esas mierdas que luego la vida y algunos cabrones nos echarían encima.

10.- ¿Qué resorte interior y profundo activaste desde tu conciencia para soportar esa soledad y, a su vez, poder continuar tu rumbo a pesar de la marginación cultural?

La rebeldía. Desde mi azotea en la calle Perseverancia, mirando el mar que se extendía ante mí, más allá del malecón, infinito y abierto, y luego desde mi casa en Rayo, en pleno barrio de Los Sitios, también en Centro Habana, me vi hurgando en los hilos de la manipulación con la que nos habían maniatado a los cubanos. Una manipulación que rompía todos los límites de la lógica. Comencé a interesarme en esos mecanismos cuando, aprovechando un viaje mío a España, justo cuando yo ofrecía para El País una entrevista con opiniones que luego saltarían a El Mundo, y otros diarios europeos, donde hablé de la dictadura y de la culpa de Fidel Castro en todo el desastre de mi país, el oficial de la Seguridad del Estado encargado de la Cultura en el Instituto Cubano del Libro, interceptó a mi esposa y le sugirió que se divorciara de mí si no quería verse llevándome jabas a la cárcel y sino quería que su hijo mayor, pese a ser un niño tan inteligente, tuviera que conformarse con un técnico medio, si es que dejaban que se matriculara en algo así al hijo de un mercenario. Como conoces los humos que se calza mi esposa, puedes imaginar su respuesta. Por entonces, pagando 50 CUC mensuales, logré una cuenta pirata de internet que sólo podía consultar entre la una y las cuatro de la mañana. Una rara pasión me llevó a buscar en internet mucha información sobre cómo habían sido esos métodos en los países del antiguo campo socialista y leí mucho sobre eso, pero especialmente sobre testimonios de intelectuales que habían logrado burlar o sortear esas vigilancias. Saber que otros lo habían logrado, que muchos antes que yo lo habían padecido y habían ganado esa batalla silenciosa y diaria contra el control de la policía política, me hizo creer que yo también podía. Y ese conocimiento, ese convencimiento, me impulsó a escribir mi obra con más fuerza, con más conciencia, incluso con más rabia. Buena parte de lo que publiqué al verme desterrado, lo escribí en esos años.

11.- ¿Te podrías considerar desde entonces un diferente, discrepante, podría decirse que “disidente”?

Yo creí en la Revolución, consideré a Fidel un Dios, entendí que era cierto que vivíamos en el único paraíso sobre la tierra. Me molesta mucho escuchar a mucha gente que, una vez que se opusieron al sistema, dicen que jamás creyeron en aquello. Conozco a muchos que sí creyeron, profundamente, y andan por ahí diciendo que jamás la Revolución logró engañarlos.
Yo vengo de una familia muy cercana a la saga de Fidel: mi padre nació en Guaro, un pueblito cercano a Birán, jugó pelota en la infancia con Fidel, se la jugó de verdad contra Batista en la antigua provincia Oriente, fue uno de los dirigentes de la clandestinidad allá y tuvo que salir huyendo para La Habana, donde fue atrapado y torturado por Ventura… en fin, es un hombre que creyó que la Revolución era la única salida para el país. Aún cree en la Revolución, pero jamás ha puesto un pie fuera de Cuba, sólo lee lo que publican en Cuba, en la prensa o los libros revolucionarios, y sigue creyendo, entre otras cosas, que el capitalismo es aquel que él conoció: el del dominio perverso de la United Fruit Company sobre aquella parte del país; el de los barracones de haitianos y campesinos hambrientos que soltaban el lomo para ganar unos bonos con los que apenas podían comprar comida en las tiendas del feudo que allí tenía la United; el de los guardias rurales sacando a plan de machete a los campesinos de las casitas que construían en los terrenos de los terratenientes; el de los puestos de trabajos en el Central Preston concedidos a cambio del voto para algunos de los partidos en pugna durante la elecciones; el de los jóvenes revolucionarios asesinados y tirados en las alcantarillas de Guaro, Mayarí, Birán o Cueto durante las llamadas Pascuas Sangrientas de 1957.
Es obvio que crecer en una familia con esos credos me lanzó a creer en todo lo que la propaganda me decía. Mi inconformidad comenzó cuando todo lo que viví iba contra los principios que mi padre me había enseñado: decir la verdad aunque cayera mal, no mentir nunca sobre lo que uno pensara sobre las cosas esenciales, defender el derecho a pensar con cabeza propia. Como te conté antes, a mis catorce años, él me dijo que había hecho la Revolución para que yo pudiera hacer todo eso, sin que me lanzaran tras las rejas o amaneciera en una cuneta con la boca llena de hormigas y la panza destrozada por una ráfaga de ametralladora.
Primero, elegir ser periodista me llevó a vivir una serie de confrontaciones que me obligaron a cuestionarme muchas áreas turbias de la propaganda oficial. Luego, trabajando ya como periodista en Cienfuegos, durante mi servicio social, experimentar en carne propia cómo el Partido Comunista escondía las verdades al pueblo sobre asuntos tan vitales para el desarrollo nacional como la Refinería de Petróleo o la Central Electronuclear de Juraguá, objetivos que cubrí durante dos años; y luego, al ser ubicado en la Publicitaria Coral, de la Corporación de Turismo Cubanacán S.A, conocer cara a cara cómo vivían las élites de poder en Cuba, entre ellos los hijos de Fidel, de Raúl y otros funcionarios, hundidos en un lujo asqueroso como muchos millonarios de otros países, en momentos terribles del período especial en que el sinvergüenza de Fidel le pedía al pueblo sacrificios enormes…, entre otros muchos desencantos personales y profesionales, me terminaron de abrir los ojos. Ver cómo eso se reproducía, aunque en escala de menos poder a nivel social, en el mundo de la cultura, y ser víctima de todos esos tejemanejes de la política y la lucha de poderes en ese sector, terminó por convencerme de la necesidad de aislarme a escribir y, cuando lo hice, de lo acertado de mi decisión.

12.- ¿En qué postura cultural y política te nombrarías?

La única postura que defiendo con garras y dientes es la de mi independencia como creador. He dicho otras veces que acá he podido estar viviendo de panza, pues he recibido muy buenas ofertas de algunos sectores y fundaciones de la política alemana para que trabaje con ellos en relación con el tema Cuba y América Latina. Los he rechazado y eso, al principio, me cerró muchas puertas. Pero he aprendido que cuando actúas limpiamente, la vida te premia. Dios dice que si haces el bien, recibirás bien; que recogerás justamente lo que siembras. Y eso he hecho. Quienes me conocen desde muchacho saben que en mis días de adolescente tenía una fantasía tan desbordada que llegué a inventarme leyendas sobre mí, simplemente para alimentar el enorme ego que tenía. Por ejemplo, en aquellos años, pertenecí al equipo de atletismo; tenía una velocidad realmente asombrosa y, salvo una o dos veces, jamás perdí una carrera en cinco años. Me inventé que era campeón mundial y se lo hice creer a muchos. Esa fue mi primera vergüenza a gran escala, pues en mi ingenuidad infantil jamás pensé que una mentira como esa sería fácil de descubrir. Pero allí aprendí que la mentira es horrorosa. Y comencé desde entonces mi camino hacia la verdad: decirle a la cara a la gente lo que pensara, sin importar las consecuencias. Por ese camino me pasé, y sé que muchos enemigos que tuve años después me los busqué por esa sinceridad: otro ejemplo, como sabes, siempre tuve un don especial para las técnicas narrativas, todos ustedes me daban sus cuentos para que yo los revisara; y esa fama se corrió y eran muchos los que, pretendiendo escribir, venían a que yo les leyera sus primeros textos. A muchas de esas personas, en vez de buscar una forma más suave, les decía que se dedicaran a otra cosa, que no perdieran el tiempo. Y te podrás imaginar que una grosería como esas mías, además de doler, hiere.

13.- Quizás aquella soledad fue la que te encaminó progresivamente a refugiarte en Cristo. Todos recordamos Letras en Cuba, tu digital revista de cultura, de una pluralidad desconocida para los espacios oficialistas, donde ofreciste la polémica necesaria, la libertad de puntos de vista y la actualidad mundial de acontecimientos, noticias, concursos y el espacio de los escritores estigmatizados por la politizada cultura nacional; una revista que, por cierto, tú creaste desde tu hogar, en tu computadora, sin ayuda ni congratulación monetaria y en momentos en que no existían esa cantidad de revistas literarias de internet que hoy existen. Fuiste, en simples palabras, un adelantado de las tecnologías. El Estado, aunque con ojeriza, te aceptó unos pocos números, hasta que te fue prohibida, con el cinismo agregado de brindarte la “oportunidad” de que hicieras lo mismo, crearas una revista para la UNEAC. Supe de esa oferta por otras vías, pero era una oferta que debías hacer sin tu punto de vista de libertad: tenías que, según te dijeron, antes de subirla a la internet, presentarla para ser censurada y, si recibías el “visto bueno”, podrías ofrecerla a los lectores. Por supuesto, te negaste. Ese fue el último dedo del conteo que te estaba haciendo la Seguridad del Estado antes de iniciar tu incineración. Háblame de las negociaciones al estilo Fouché, que te tendió el oficialismo disfrazado de cultura, para que confeccionaras una revista oficialista.

Es justo decir algo: aunque en mi interior una voz me decía que ya era hora de cortar con todo, que no valía la pena luchar contra tanta porquería, seguí insistiendo bajo el credo estúpido de que la situación cultural podía cambiarse desde dentro de las instituciones. Mi trabajo como especialista en la Dirección de Literatura, que fue muy alabado, debió hacerles entender a los jefes superiores que yo podía lograr ciertas cosas y así, apenas en esos dos años que trabajé en el Instituto Cubano del Libro, llegué a ser Subdirector de Promoción de Prolibros y recibí la propuesta de ser Director de la editorial Gente Nueva, algo que finalmente evitaron con una trampa que colocó en ese puesto a uno de sus acólitos más fieles.
Esa revista, Letras en Cuba, y lo digo con orgullo, fue la primera revista en internet en Cuba. Llegué a publicar 30 números. Aún no existía Cubaliteraria, ni la revista Esquife, y ni siquiera El Caimán Barbudo y La Gaceta habían sido llevadas a internet. Por eso se les hizo peligrosa, aunque debo agradecer a la poeta cubana Belkis Cuza Malé que me la hayan censurado. Y lo de agradecer a Belkis lo digo sin ironías, es un verdadero agradecimiento: ella supo de mi revista Letras en Cuba, que recibían cada semana más de 1600 intelectuales de todo el mundo y, pensando que era un proyecto del gobierno, escribió un artículo donde me atacaba muy dura e injustamente. Le respondí en una carta abierta, dejando en claro mi independencia. Luego de ese incidente, Belkis y yo hemos mantenido una relación muy cordial, muy respetuosa, y encima, ambos estamos hermanados bajo el manto protector de nuestro Señor Jesucristo, así que esa confrontación es agua pasada. Pero su carta en mi contra fue importante, les hizo ver a las autoridades que mi revista había ido más allá de lo debido: tenía resonancia. Y eso no me lo podían permitir. Entonces recibí una invitación de Abel Prieto, que era Ministro, a una reunión en su oficina en el Ministerio, en la cual participaron Carlos Martí, presidente de la UNEAC, y Francisco López Sacha, presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC. Fue en marzo de 2001. Y realmente creí que había sido una reunión honesta, pues más allá de las distancias que sentía hacia ellos por sus cargos oficiales, mi vida como escritor había crecido junto a las suyas, éramos colegas, habíamos compartido muchos momentos buenos: me propusieron dirigir una revista en internet que sustituyera a mi Letras en Cuba, bajo el patrocinio de la UNEAC, y con la intención de hacer desde Cuba un contrapeso a lo que hacía la revista Encuentro de la Cultura Cubana en Madrid. Fue para mí una dura lección, un despertar de mi ingenuidad, pues aquello era una teatrada hipócrita que, apenas una semana después, logré descubrir. Y fue justamente un comentario tuyo en el Palacio del Segundo Cabo el que me permitió darme cuenta: me comentaste que ellos le habían dicho al chino Heras que yo había aceptado por miedo. Eso terminó de desilusionarme, pues descubrí la doble cara con la que Abel, Martí y Sacha manejaban a mucha gente: se hacían los “socios”, los que estaban de nuestra parte, los que defendían nuestros derechos desde sus oficinas, para hacerle sentir cómodo a uno, y luego… te clavaban el puñal. Recuerdo una frase de Abel esa noche, tan oportunista que jamás olvidaré: “tú no tienes idea, Amir, de todo lo que hemos tenido que hacer para que estos cabrones nos autoricen muchas cosas de las que hacemos en la Cultura, y de pronto te apareces tú con una revista independiente que puede joder todo lo que hemos conseguido”. Y nótese que recalco esas dos palabras: “estos cabrones”, en clara referencia al poder político.
Como sabes, e imagino que Sacha, Martí, Abel y Roberto Zurbano tengan copias, hice una carta muy dura donde puse en su lugar al Ministro, les recordé que no tuve ni un ápice de miedo, les critiqué su engañosa manipulación, y les planteé mi renuncia por razones éticas, entre otros muchos detalles. Pero así también corté, sin casi empezar, mi papel en la revista La isla en peso, que en mi lugar dirigiría Zurbano. Mi renuncia, lo sé, había sido parte del plan de Abel, Sacha y Martí: aunque Abel me prometiera libertad absoluta, incluso para publicar a autores del exilio, Zurbano me citó. Como yo, ilusionado, le había llevado el proyecto ya completo, secciones, ideas, y demás, y le había insistido en la libertad y la independencia, me leyó las orientaciones que había recibido: antes de publicar cada número debía dárselo a leer a Graziella Pogolotti, era ella quien determinaría si se publicaba o no. Y con toda la irreverencia que me caracterizaba entonces dije que me parecía ofensivo que mi revista tuviera que ser aprobada por una vieja ciega que, pese a su trayectoria, no tenía ni idea de lo que pasaba en el terreno de la literatura cubana en esos años.

14.- A todo esto, hay que sumarle las relaciones de amistad que trabaste con el comandante disidente, que en paz descanse, Eloy Gutiérrez Menoyo y, especialmente, con su hija Patricia, a quien, con su proyecto editorial Plaza Mayor, gracias a una aparente apertura del gobierno, le dejaron confraternizar con los escritores cubanos. ¿Qué puedes comentarnos de ese proyecto editorial al que estuviste relacionado?

La Colección Cultura Cubana de la editorial Plaza Mayor era un hermoso proyecto que pretendió unir las dos orillas de nuestra cultura: isla y exilio, desde la literatura. Luego de tres años de trabajar como Coordinador General en Cuba de ese proyecto, y de publicar 33 libros en todos los géneros, de ellos 16 novelas, debo reconocer que ha sido el proyecto en que más libertad he tenido para trabajar y también que, pasado el tiempo, he entendido lo que algunos colegas me comentaron entonces: el único problema de la Colección era el apellido de Patricia. Como se sabe, Eloy Gutiérrez Menoyo fue un hombre con una vida muy controvertida y polémica, y le pasó ese entorno de polémica y dudas a su hija, de manera que un proyecto tan importante recibió ataques de todos los bandos. Por ahí hay algunos que vinculan esa Colección a los proyectos que Estados Unidos preparó para promover la oposición desde la intelectualidad y yo, que fui tal vez el mayor protagonista después de Patricia, jamás tuve ni una sola prueba de que eso fuera cierto. A ese proyecto le debo la amistad de Patricia Gutiérrez Menoyo, una de las personas más nobles e inteligentes que he conocido, una verdadera amante de todo lo cubano. Luego la vida nos llevaría por caminos distintos, pero sigue en pie mi admiración hacia ella como ser humano, como profesional, y hacia ese proyecto lamentablemente truncado.

Amir Valle y Patricia Gutiérrez Menoyo

Por ese proyecto tuve la suerte de conocer a Eloy Gutiérrez Menoyo y, más allá de las discusiones que tuvimos sobre muchas de sus perspectivas en relación con Cuba y la política, pude disfrutarlo como un amigo, como un padre, como un cómplice, a quien recuerdo refugiándose en mi casa, tirado en el piso o jugando en el patio con mi hijo pequeño Lior, que lo consideró como un abuelo. Fue un ser humano controvertido, pero también excepcional y un hombre de un humanismo y una fe impresionantes. Cuando murió, sentí que perdí a alguien muy cercano, a pesar de que apenas nuestras vidas coincidieron durante dos años.
Y lo digo con toda claridad: pese a todo lo que se dijo entonces, rumores que hablaban de que Patricia y Eloy andaban creando una quinta columna y que yo era su elegido para dirigir esa quinta columna, ninguno de los dos, jamás, me pidió una colaboración de índole política. Nuestras únicas coincidencias en política era justo el nombre que Eloy había puesto a su partido Cambio Cubano: los tres, desde perspectivas bastante distintas según nuestras experiencias de vida, creíamos profundamente en la necesidad de un cambio político y social para Cuba.

15.- A partir de aquel contacto tuyo con la familia Gutiérrez Menoyo, la Seguridad del Estado te sembró a un agente al que siempre consideramos un amigo, un hermano, un colega: al traidor de Raúl Capote. Alguna que otra vez he recordado cómo me hizo la anécdota de su presentación a Patricia Gutiérrez Menoyo, y noté que fue como una imposición, como una orden que debía cumplir, así que vigiló el momento en que ella se paseaba por los pabellones expositivos de la Feria del Libro de La Cabaña, y él se le paró enfrente, extendió la mano, se presentó como escritor y, sin invitación, aprovechándose de la acitud confiada y abierta de Patricia, se sumó al convite que la acompañaba. Otros escritores lo intentaron también, posiblemente cumplimentando la misma ”misión”, y sé que algunos casi te quisieron obligar a que se la presentaras. Como no lo lograron en Cuba, recuerdo que en la Feria del Libro de Guadalajara, en México, te vigilaban en el lobby del hotel para interceptarla en el elevador. Lo cierto es que en ese tiempo, cuando eras un apestado social, Capote era el único que se atrevía a visitarte casi cada semana. Imagino que escuchar que era el agente “Daniel” te desilusionaría y, al menos yo, no he leído nada tuyo al respecto de esa desilusión. ¿Ese silencio es una respuesta a tu dolor por el supuesto hermano Capote que nos espiaba?

Es cierto, no he hablado de eso porque duele. Mi esposa Berta, que conoció a Raúl Capote muchos años después de que yo lo conociera, siempre me dijo que no le gustaba, que no era mi amigo, que tenía la sospecha de que me espiaba. Y ciertamente, cuando Eloy Gutiérrez Menoyo comenzó a ser presencia cotidiana en mi casa, Raúl Capote también lo fue. Lo curioso fue que Berta un día me dijo: “¿te has fijado que siempre que Eloy viene, horas después, o al día siguiente, viene Raúl?”, y sólo entonces noté que era cierto y que, además, siempre Eloy y sus ideas de fundar en Cuba cédulas de Cambio cubano eran un interés marcado en las preguntas de Raúl Capote.
Yo, al enterarme por las noticias de que Raúl era el agente “Daniel” de la Seguridad del Estado, me sentí dolido, no porque trabajara para la Seguridad del Estado, sino por el daño que nos hizo a sus amigos. Él sabe claramente que jamás conspiré con nadie contra Cuba, que jamás me uní a ningún disidente ni a ningún partido político, que jamás acepte contubernios con embajadas extranjeras (aunque él mismo me invitara un par de veces a reuniones en la Sección de Intereses de Estados Unidos, a las que dije que no iba, y no fui), y él sabía bien que mi única disidencia eran mis ideas críticas sobre el modo en que Fidel gobernaba y la depauperación económica, política y moral en la que el malgobierno de los Castro había hundido a Cuba. Durante años enteros pasamos horas hablando sobre ese tema y, repito, esas conversaciones tuvieron lugar mucho antes de que él decidiera trabajar como agente encubierto. La única vez que me menciona en sus muchas intervenciones luego de que anunciaran que era el agente “Daniel” es durante una entrevista en la que habla de Cienfuegos donde dice que “conocí allí al primer Amir”, como si él no supiera perfectamente que siempre, desde mucho antes de conocerlo, ya yo era el mismo Amir inconforme, crítico, bocón, aunque aún tuviera la ingenuidad de creer que podíamos cambiar las cosas desde dentro de las instituciones oficiales.
No he hablado nunca de Raúl Capote, porque lo quise como a un hermano, porque fue el testigo que escogí para mi primera boda, porque siento por su madre un cariño real que sé es recíproco, porque compartimos muchas veces el hambre, los sueños y los sinsabores de la dura vida que ambos llevamos, en Cienfuegos durante dos años y en La Habana durante casi diez años. Dejando a un lado que algunos amigos, tú entre ellos, Dagoberto Valdés sobre todo, fueron dañados personalmente por su trabajo como agente, a pesar de toda la ayuda que le prestaron, incluso en el plano familiar y de la salud de sus hijos, si algo pudiera criticarle a Raúl Capote, y no lo hago pues es un asunto que sólo incumbe a él y a su conciencia, es que a veces me pregunto si muchas cosas bastante feas que sufrió mi familia en ese tiempo de exclusión social pudieran deberse también a sus informes. Respeto su derecho a defender a un sistema que él mismo, mucho antes de ser agente, llamaba “dictadura”, palabra que yo no solía usar entonces, e imagino que por su posición hacia mí él también respete mi derecho a seguir siendo alguien que se opone al gobierno que él defiende.

16.- En una Feria del Libro de La Cabaña, quizás la última en la que participamos, recuerdo que estábamos ubicados en la entrada angosta de un pabellón expositivo y, quien en ese entonces fungía como Ministro de Cultura, Abel Prieto, hoy asesor del Presidente Raúl Castro, se acercó, hizo entrada y le extendió la mano a alguien que estaba antes que yo, luego me saludó a mí (aún no había abierto el blog de “Los hijos que nadie quiso”) pero, cuando te miró, cambió la expresión afable de su rostro, como si hubiera localizado un peligro, e ipso facto se mostró hozco y huraño, y ocultó su mano para evitar el saludo. Sin embargo, continuó haciéndolo con los que se encontraban después de ti. Aquel gesto me impactó, me hizo recordar la vez en que no dejaron entrar y expulsaron a Antonio José Ponte de aquella reunión en el Palacio del Segundo Cabo, con escritores de la UNEAC, institución de la que él formaba parte.

Centro Pablo de la Torriente. Abel Prieto, la fotógrafa dominicana Silvestrina Rodríguez, Amir Valle y el editor Emilio Hernández ,a espaldas de Amir.

Hay otra anécdota también curiosa: cuando el escritor Alberto Garrandés decidió oponerse a las censuras que intentaron que asumiera mientras estuvo al frente de la redacción de narrativa de la editorial Letras Cubanas (se opuso a que mi cuento se eliminara de la antología de Cien años del cuento cubano que él había preparado y se puso a mi lado cuando varios censores oficiales del Instituto quisieron mutilar mi libro de cuentos “Manuscritos del muerto”, entre otras muchas cosas muy dignas que hizo a favor de otros colegas escritores), nos encontramos en la segunda planta del Palacio del Segundo Cabo y comenzamos a conversar. Desde esos balcones interiores, como sabes, se ve la entrada al Palacio y el patio interior, y vimos que Abel entraba, pues ese día había una reunión allí. Cuando subió las escaleras y pasó junto a nosotros, tampoco me saludó, pero Garrandés, sonriéndole irónicamente, le dijo: “Abel, apuesto a que cuando nos viste juntos pensaste: Dios los cría…”, y Abel, moviendo la cabeza, intentando esquivar el golpe con una pose de ironía teatral, respondió: “y el Diablo los junta…, pero no, querido Garrandés, esta vez te equivocaste”. Y siguió, cabizbajo, aún sacudiendo negativamente la cabeza, hacia la oficina de la Presidencia.

17.- Háblame de tu pésima relación con Abel Prieto, primero como Presidente de la UNEAC y, luego, como Ministro de Cultura.

Recuerdo que, cuando yo trabajaba en la Dirección de Literatura, en una de las reuniones que tuvimos con Abel, salió el caso de Rolando Sánchez Mejías, fundador del grupo Diáspora(s). Abel nos hizo el cuento, con cara supuestamente dolida, de que él había intentado ayudar a Rolando en sus momentos de “apestado” y que Rolando le había mordido la mano. La misma cara dolida se la vi una vez cuando nos contó las supuestas acciones que él hizo a favor de Carlos Victoria años antes… Los malos, siempre, eran los otros; él era el ángel que había intentado hacer el bien desde el poder y había sido magullado por intentar ayudar a esos otros espíritus malgradecidos. Y como conocía esa táctica, cuando comenzó sus ataques en mi contra (como aquella vez que en una reunión nacional con todos los directores provinciales de Cultura les dijo que no podía contratárseme, ni publicárseme, ni invitárseme a eventos, simplemente porque yo andaba trabajando para Patricia Gutiérrez Menoyo y “de esa señora no sabemos que esperar”) decidí dejarlo todo en papel, y entregué a muchos colegas y amigos escritores cada una de las cartas que les envié a él y a otros funcionarios, aclarando mis posturas (muchas de ellas aún cargadas de ingenuidad porque seguía creyendo que lo que fallaba era el ser humano y no ese engendro llamado Revolución). Mi problema con Abel es que él no ha podido demostrar ni una vez que conmigo actuó limpiamente, como tampoco podrá demostrar que ha actuado limpiamente contigo, a pesar de que ustedes sí tuvieron una relación mucho más cercana.

18.- ¿Intentaste contactarlo alguna vez cuando no se te permitió la entrada al país, dado que es el responsable directo de cada injusticia que se cometen contra los artistas y, por ende, lo convierte en cómplice directo de los desmanes del régimen totalitario contra los intelectuales?

Obvio, ahí están las cartas. Las envié yo vía correo electrónico a la UNEAC y mi padre entregó copias en Cuba. Y no sólo a él: al “difunto” Carlos Lage, al “difunto” Felipe Pérez Roque, al Departamento de Cultura del Comité Central, pues mi padre, que es miembro del Partido Comunista, insistió en que utilizara esos canales, confiando en que alguien le daría una respuesta. Jamás Abel me respondió ni una sola línea. Y a mi padre tampoco le respondieron. Sé que esa “no respuesta” fue un golpe moral muy contundente para él, un genuino revolucionario.
Fin de la segunda parte.


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