Olvidar eso puede llevar a la triste situación que atraviesan algunos matrimonios: “Ya no la amo, porque ya no siento nada por ella”... Si el amor sólo es algo sensible, algo que irrumpe en mi vida y me arrastra, y en lo que yo apenas pongo de mi parte... Si sobre ese afecto no construyo el cariño –a base de mil detalles, con el esfuerzo por conocer al otro, por comprenderlo y hacerlo feliz- el sentimiento se agosta y llega el hastío: porque lo sensible apenas roza lo más hondo de mi alma.
Afortunadamente, cabe otro amor. Más firme y auténtico, en el que pongo no sólo el corazón, sino también la inteligencia y la voluntad: un amor radicado en la persona entera, en el deseo firme de querer al otro.
Un ejemplo de ese amor auténtico lo encontramos en la película El violinista en el tejado (1971), de Norman Jewison. Este musical, basado en la novela Las hijas de Tevye, del escritor ruso Sholom Aleichem, se ambienta en una comunidad judía de la Rusia zarista, a principios del siglo XX.
La siguiente escena nos traslada al interior de la casa. Tevye le cuenta a Golde, su mujer, la decisión de la muchacha –que rompe la tradición judía– y la razón que aporta: que le quiere. De repente, surge la duda –la crisis– en el interior de Tevye: “Golde, a ti y a mí nos prometieron nuestros padres...”. Una pausa, un cruce de miradas y, al fin, una pregunta inquietante: “Golde, ¿tú me amas?”.
-Golde, la primera vez que te vi fue el día de nuestra boda... Yo estaba asustado.
-Y yo estaba avergonzada...- confiesa la mujer, cediendo en su resistencia.
-También yo. Pero mi padre y mi madre me dijeron que aprenderíamos a amarnos mutuamente; y ahora, Golde, te pregunto: tú ¿me amas?
Golde se vuelve de espaldas, alza su mirada hacia el infinito, y abre al fin su corazón:
- Durante veinticinco años te he lavado la ropa, te he preparado la comida y he limpiado nuestra casa... Cada noche te he esperado junto al fogón, con la mesa preparada... Durante veinticinco años he aguantado tus berrinches y tus borracheras, y también he saboreado tus abrazos... Durante veinticinco años he vivido contigo, he luchado contigo... Te he dado cinco hijas, y he compartido tu mesa, tu lecho y tu casa. Si eso no es amor, entonces ¿qué es amor?
-Entonces, ¿me amas?
-Sí, supongo que sí.
-Y yo supongo que también te amo... Eso no cambia nada, pero incluso así, después de veinticinco años, es bonito saberlo...
“No sé si entonces te amaba -podría decir ella- pero sé que en estos veinticinco años he aprendido a quererte”. Y es que todos podemos aprender a querer, también cuando el afecto desaparece.
Para que la disfrutéis, os dejo esta preciosa canción (2' 50"), en versión original con subtítulos.