Revista Cine

Análisis de "Mientras uno aguante los otros seguirán" (La generación perdida)

Publicado el 24 enero 2011 por Fimin

 

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Stéphane, un treintañero perdido por un mundo con el que difícilmente conecta recibe una propuesta que le cambiaría la vida pero ¿a qué precio? Zohra llega de Argelia para averiguar las circunstancias del asesinato de su hijo en Francia. Laure vive con inocencia y entusiasmo su primer amor por un chico en plena rebeldía que acaba en la cárcel. No había ninguna razón para que un buen día se encontraran los tres.

"No conozco ningún tipo de belleza
donde no haya desgracia"
Charles Baudelaire

Unas manos de cerca. Húmedas. Unas manos húmedas sobre un cuerpo acostado. El cuerpo se encuentra desnudo, inerte. Las manos lo limpian. De cerca, siempre cerca. El plano es silencioso y se extiende lo suficiente como para que te quedes con él. Son las manos de una madre que limpia el cuerpo de su hijo asesinado.

Ahora plano general. Una habitación en penumbra. Todo deshecho, ropa, cama, armario, papeles. En el suelo el televisor. El televisor enchufado a la consola. La consola enchufada a Stéphane. Treinta años, en el paro, mal con la madre, mal con su chica, mal con el mundo. Un cobarde entre botellas vacías. Borracho a falta de otra cosa. Viviendo, a falta de otra cosa.    

Luego una chica de dieciséis años que baja de un autobús siguiendo al desconocido, que no sabe por qué lo hace pero lo hace, lo sigue y se va con él hasta el final, hasta el final de su adolescencia, hasta el preciso momento en que lo desconocido pasa a ser su propio devenir.

No es la Francia de Godard, aquí no hay adoquines. No es la Francia de Sartre, aquí no hay libros, tampoco la de Amelie, por los colores, y muchos menos la de Rimbaud, porque no todos hicieron lo que tenían que hacer antes de los veintiuno. Esta es la Francia menos iconográfica, es la Francia de la periferia, la del paro, la delincuencia, la del maltrato de género y de clases. Algo parecido a la Francia de los periódicos. Y Lea Fehner sabe que esta es su Francia y que la historia hay que contarla desde ahí, porque pasa por ahí, por la “cruda” realidad.

Mientras uno aguante

Pero no es nueva esta idea, véase que con este mismo mecanismo, en España también tenemos ese grupete de autores, reconocidos, que cada tanto hacen alguna película sobre madres contra la droga o prostitutas que tienen un sueño, así mismo en el cine sudamericano con su grupete de autores que siguen hablando de las viejas dictaduras y no de las nuevas, o el cine árabe con su grupete de autores encarcelados. No es nueva esta idea sino que lleva años desarrollándose, por esto, dentro de ese tipo de cine ficticio-social, creo que ya existen dos vías claras; la que parece participar de una manera activa con aquello que nos enseña, haciendo del cine una herramienta social, efectiva o no pero real (como el anteriormente mencionado cine social árabe), y la otra vía nos conduce a un cine que utiliza lo social como herramienta para construir su ficción (todos los demás cines anteriormente mencionados). Porque la industria también aprendió cosas del Cinema Verité, las aprendió de la Nouvelle Vague y del mayo del ´68, de Woodstock y de San Antonio de los Baños; la industria, o llámese esa frivolidad producto de hacer las cosas de una manera y no de otra, supo y sabe que los temas siempre fueron cinco o seis, y que ya no se trata de descubrir temas y enseñarlos sino que la originalidad radica en cómo se manifiesta eso que se viene contando desde hace ciento y poco de años. En definitiva, que en esta segunda vía del cine social también existe una iconografía, y en “Mientras uno aguante, los otros seguirán”esa realidad social que impacta se da en algunos planos aislados, y cuando se consiguen son realmente nuevas formas de contar lo mismo, formas actuales, pero plano siguiente se recae en lo formal, se cae en la imagen postal, el tópico. Así, el plano de las manos de la madre, las manos de cerca, limpiando el cuerpo de su hijo, es utilizado más tarde con idéntica intención pero en otra atmosfera, remarcando por encima de todos los demás planos que este es el más bonito, el que mejor nos quedó, y que no hace falta buscar más. Otros planos predecibles son aquellos donde el perdido y golpeado Stéphane, desvelado, mira el infinito pensando, tal vez, que todo depende de él, o la misma mirada hacia el infinito de la chica de dieciséis años sola en el vestuario, viéndose venir, quizás, todos los años de su vida.

Hago hincapié en las formas en que aquí se plantea un tema tan necesario como lo es el estar en el lugar del otro, ponerse en el lugar del otro, porque parece haber una intención visual bastante fuerte, una manera de narrar claramente definida, con historias paralelas, lugares comunes y verdades como puños, una narración tan estética, tan teatralizada y ficticia, que relativiza el tema transportado y lo relega a mera anécdota, a objeto circunstancial. Hoy en día, contar de una forma personal aquello que todos cuentan consiste, como siempre consistió, en vivir tu tiempo, y vivir tu tiempo es formalizar, a través del cine en este caso, lo particular de estar desesperado en esta época, exiliarse, lo difícil que se nos volvió querer a alguien hoy y el miedo y la desconfianza que se instaló ahora entre nosotros, en este momento de la historia, que es el nuestro, y no otro.

La historia de esta película, por otra parte entretenida, no me deja nada claro porque ahí y no en otro lugar, porque así y no de otra forma, porque con estos personajes y no otros, y al final, por qué esta película precisamente, y no otra.     

Ariel Fernández Verba


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