Revista Arte

Andy Warhol, o un viaje al Olimpo de la fama y el dinero

Por Deperez5
El jueves 22 de octubre será inaugurada en el Malba la muestra:
“Andy Warhol, Mr. América”.

Formado en el poderoso mundo norteamericano de la publicidad y capacitado para detectar las apetencias e ilusiones del público, que facilitan la penetración de un jabón, un automóvil o una gaseosa, Andy Warhol fue un verdadero animal publicitario, un apasionado adorador de la fama y el dinero y un experto en diseñar los medios necesarios para conseguirlos. Dueño de ese bagaje vital dedicó todos sus esfuerzos a inundar el mercado con el producto que más le interesaba y que lo apasionó hasta la monomanía: un muñeco de cuerpo enfermizo, anteojos oscuros y peluca platinada, casi un clon de la Barbie, al que bautizó con su propio nombre. En 1960, cuando ya se había convertido en un exitoso ilustrador comercial, el inminente creador del producto Warhol empezó a vislumbrar las ilimitadas posibilidades de proyección personal que le ofrecía un mundo del arte recientemente liberado del lastre de la racionalidad. En esos días de reinvención y de vértigo, seducida por la personalidad del exiliado Duchamp y acelerada por la reciente apoteosis del expresionismo abstracto, la intelectualidad neoyorquina empezaba a esgrimir el mingitorio como un atajo para eludir los límites éticos e intelectuales y sumergirse en las livianas
Andy Warhol, o un viaje al Olimpo de la fama y el dinero aguas de la irresponsabilidad, cuya expansión generó la pantanosa teoría de orden mágico que sostiene al arte conceptual: “arte es cualquier cosa que alguien decida que es arte”. El gran salto hacia adelante del producto Warhol se inició en 1960, cuando su promotor y estratega empezó a mezclar la fotografía y la serigrafía para presentar los rostros de personajes tan famosos como Lenin, Elvis Presley, Marilyn Monroe y Mao Tse-Tung con la estética del cartel publicitario, seguidos por las imágenes seriadas de las latas de sopas Campbell's y la Coca Cola, marcas favoritas de las muchedumbres anónimas, perpetuamente encandiladas por el sueño americano. A partir de ese momento, Warhol empezó a marcar el tono de la época, o a servirse de él por medio del personaje cuya representación llevó hasta el extremo de evaporar su propia identidad. “Si usted quiere saber todo sobre Andy Warhol, sólo mire la superficie: de mis pinturas y películas y la mía propia, y ahí estoy. No hay nada detrás”. Si lo tomamos literalmente, podríamos llegar a creer que el Warhol real fue tan inexistente como la supuesta obra artística que elaboró con artilugios publicitarios, y que su parodia de identidad y obra verdadera, todo en uno, fue el producto Warhol, con la peluca platinada que lo asemejaba a un Einstein de opereta, y su psicología de drag queen empeñada en una permanente puesta en escena. Su obra aparente, un tributo lineal a la fama y el dinero, construido con la reiteración de marcas y rostros famosos, y completada con un tributo al absurdo, compuesto por fotos y films deliberadamente aburridos y exentos de significado, sólo funciona como excusa o justificación de la fama. Al igual que John Cage y Duchamp, o Ivo Mesquita en fecha más reciente, Warhol apostó los recursos del silencio, el vacío y la ausencia de sentido a la mágica resonancia de la palabra arte. Respaldado por la fama, ese monstruo prodigioso que se alimenta de sí mismo, y siguiendo la lógica del test de Rorscharch, le transfirió al público la tarea de aportar el significado ausente. Los visitantes atraídos a las salas del Malba por el imán warholiano de la fama encontrarán, junto al rosario de marcas y rostros famosos, notorios vacíos de significado, posiblemente tan alevosos y rotundos como “Sleep”, cinco horas y tres cuartos de metraje de un hombre durmiendo, amén de numerosas pruebas de filmación y productos industriales designados como obras de arte. El conjunto es una evidencia más del descalabro que padece el mundo del arte conceptual, donde el bien es mal y el mal es bien, como diagnosticaran las brujas de Macbeth. No obstante, si alguien se siente tentado a expresar algún comentario desfavorable sobre la muestra, será mejor que lo piense dos veces, porque las creencias irracionales son tenazmente refractarias al pensamiento crítico, y suelen defenderse aplicando el rótulo de “conservador” a todos los juicios adversos. Quedan advertidos.
Nota para la revista Estímulo de octubre 2009

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